Es una tarde de verano a mediados de los años 90 en Guadalajara, Jalisco. Isaac y sus hermanos salen al patio de su casa y se toman de la barra para hacer la clase de ballet, al rayo del sol. Antes de iniciar los pliés –primer paso que da cualquier buen bailarín en la rigurosa rutina de todos los días de su vida–, corren la ropa recién lavada que su madre tendió en la soga para despejar la vista del ventanal del comedor, que oficia de espejo. Allá van, en fila con el mejor maestro que un chico puede tener –su padre– a sacarle brillo al duro suelo de cemento.
Veinte años después, junio de 2018, desde el Bolshoi de Moscú parece que esas dos décadas pasaron volando, de un salto. Isaac Hernández está a sus 28 años parado en el escenario, de traje y corbata negra, recibiendo ante los ojos de todos –incluso de aquellos que fueron a Rusia para ver el Mundial de Fútbol– el Benois de la Danse, especie de Oscar de este arte, porque ha sido elegido el mejor bailarín del mundo. Él agradece, con emoción, recordando la primera vez que pisó ese templo ruso y se llevó otra medalla. Le agradece al English National Ballet, en el que es bailarín principal desde 2015; a su directora, la extraordinaria bailarina española Tamara Rojo (que además es su pareja); a los colegas y coreógrafos que lo nominaron ( Mikhail Baryshnikov , nada menos). Le agradece a esa familia tan maravillosamente rara (mamá y papá exbailarines, que tuvieron once hijos) en la que se crio sin ir a la escuela, pero aprendiendo lecciones y principios que enarbola hoy en su vida, con libertad y seguridad. Especialmente le habla a su país: "Es el primer premio que se va para México, así que me da mucho orgullo". Y su pueblo estalla de euforia.
Isaac –los rulos morenos en la frente, la mirada aniñada, generoso en su forma de brindarse– aparece en la escena como un nuevo Dudamel del ambiente clásico. No es solo el parecido físico; como el director de orquesta venezolano, Hernández quiere –lo hizo ya– revolucionar el arte, una cuerda que mal tocada suena como elitista, llegando a los más jóvenes "para demostrarles que no es cierto que si te dedicas al arte te vas a morir de hambre", y alcanzando también a los padres para decirles "que vale la pena que sus hijos sean felices". Cambiar la historia del ballet en su tierra, que no ha sido muy fértil, lo llevó a hacer Despertares: una hazaña que empezó como un gran espectáculo internacional para diez mil personas, que lleva a México estrellas internacionales del ballet y que con los años se transformó en una plataforma para usar la danza como herramienta de movilidad social, ofrecer formación, becas en escuelas de, por ejemplo, San Francisco o Londres. Un embajador puertas afuera y un motor de cambio puertas adentro.
"¡Qué locura! Ya tengo teatro favorito", postea en Twitter. El lunes, cuando llegó por primera vez a Buenos Aires, descubrió el edificio desde la ventana del hotel donde se aloja, del otro lado de la 9 de Julio, y pensó que esa maravilla era el frente del Colón . Hay que imaginarse la cara que puso cuando vio la fachada de la calle Libertad; y ni que hablar cuando lo recorrió. "Es impresionante", repite, sin cansarse de mirar la sala, el dorado de las columnas del salón, los vitraux del foyer. "Impresionante", sigue, sin gritar, con la admiración en el gesto, los ojos.
Si en las últimas tres semanas Isaac Hernández estuvo rodando su primer protagónico para el cine de la mano de Carlos Saura y Vittorio Storaro, en una película casualmente titulada El rey de todo el mundo, hoy ensaya en la Argentina y a las órdenes de otra leyenda, Vladimir Vasiliev, el que parece ser el rol con el que hará historia. Será el Basilio "malito, pero no malo" del Don Quijote que el Ballet Estable del Teatro Colón estrena la semana próxima.
–Había circulado la posibilidad de que vinieras y finalmente se da ahora, en lo más alto de tu carrera, después de ganar el Benois de la Danse con Don Quijote; ¿es tu caballito de batalla?
–Intenté con Cascanueces, después con Coppelia y también con El corsario y al final la invitación funcionó ahora, así que sabré una versión más de Don Quijote, que fue la primera variación que aprendí cuando tuve uso de razón. Competí con Quijote en Nueva York y también en Moscú; lo bailé en diferentes momentos de mi vida y hubo un período en el que dije ‘es el último’, pero no tenía idea del personaje con el que me estaba metiendo. Basilio te da la libertad de explorar lados de tu personalidad que tal vez de otra manera no los conoces. Fue uno de los primeros ballets completos que hice en el Het National Ballet [de Amsterdam], con la producción de Alexei Ratmansky. Después, a mis 23 años, con el Mariinsky fue muy impresionante: nunca había ensayado con la compañía y cinco minutos antes de que se abriera el telón me acuerdo de que vino Quijote y me dijo: "¿Te enseñaron la parte del segundo acto cuando yo vengo con la lanza y…". "¡No! –le dije–, no me la enseñaron". "Bueno, sígueme" [se ríe]. Crecí con este rol. Y bailé la de Nureyev en la Ópera de París, la de Baryshnikov en Roma.
–Y ahora la de Vasiliev en el Colón. ¿Diferencias?
–Cuando conoces a los bailarines (y esa es la fortuna de poder trabajar con Vasiliev y de haber sido su fan desde chiquito), ves una coreografía y notas que tiene sus cualidades más emblemáticas. Si yo algún día hago una versión de un ballet, voy a poner todo lo que me sale bien a mí. Entonces, una de sus cualidades más emblemáticas de este Quijote son las pirouettes en dedans, que es rápido y muy brillante, y sobre todo lo específico que es con la música. No me lo esperaba porque la última vez que lo hice en Rusia la orquesta tocaba como en cámara lenta, el "Bolshoi tempo", le puse yo.
–¿Pesa el mito de Vasiliev?
–Él es muy accesible, amable, verdaderamente apasionado y eso hace que la comunicación sea más fácil. Pero claro, de pronto, te das vuelta y está ahí, igualito, y entendés que estás viviendo algo único, muy especial. Lo que me va a quedar como persona, más que la experiencia en el escenario, es esto, las anécdotas. Hablamos entre italiano, español y un poquito de ruso. Hoy conversábamos sobre los besos. Me preguntaba si en México también la gente se besa tanto como aquí.
–¿Cuán vivos están hoy los recuerdos de los ocho años, en el patio de la casa de tu infancia?
–La casa ha cambiado, el patio ha cambiado. La barra sigue ahí. Me grabé una imagen muy específica de lo que fue eso por miedo a perderlo, porque sabía que iba a cambiar. Recuerdo el solazo durísimo de Guadalajara, y sudar y sudar. Y mis hermanas viendo a través de la ventana de la cocina cómo, pobrecitos, nos estábamos derritiendo.
–De los once hermanos ¿cuántos tomaban clases con tu padre?
–Todos en algún momento. Mi papá siempre fue superclaro y cuando veía que alguno no tenía el talento, le decía: "Ve a tocar el piano". Y si una de mis hermanas estudiaba pintura, a cambio la hija del pintor venía a aprender ballet con mi padre. Él cuenta que un día se sentó en la cama y le dijo a mi mamá: "¿Qué vamos a hacer con once hijos?". No tenían muchas posibilidades económicas.
–Exbailarines, tu mamá hacía trabajos de costura y tu papá ¿trabajaba en la construcción?
–Hacían cualquier cosa que hiciera falta para que pudiéramos comer. Hubo una etapa, al principio, que me tocó verlos vender las latas donde venía la leche en polvo, vacías, por $1,50. Había una necesidad económica muy fuerte. Pero a pesar de eso, curiosamente, no recuerdo haberme sentido nunca pobre. Comíamos todos, teníamos lo necesario y sabías que te tocarían los tenis [las zapatillas] del hermano mayor, así que si iban a comprarle un par a alguno, nos emocionábamos todos. Nunca lo vi como un impedimento. También es porque estábamos un tanto aislados, no íbamos a la escuela, hacíamos las materias en casa y teníamos como amiga una familia de Israel acostumbrada a vivir en kibutz. Y cuando empezamos a salir a la vida diaria me di cuenta de lo diferentes que éramos. Empecé a viajar y me sentí raro, distinto, y, aunque nunca me acomplejé, tuve la inquietud de saber si mis papás estaban locos o iba a salir bien el experimento. Con los años me siento afortunado.
–¿Era buen maestro tu papá?
–Es el mejor maestro que he encontrado para los años de formación. Ahora lo veo con las escuelas, donde tendremos unos 700 niños estudiando gratis en México. El grupo de las chicas avanzadas tiene una técnica extraordinaria. En estos días estuvo mi maestro de la Ópera de París, Emmanuel Thibault, invitado a dar una clase y fue impresionante verlas hacer 32 fouettes a los 12 años. Una locura.
–¿Son escuelas tuyas en México?
–Cuando los hijos nos fuimos, mamá y papá se encontraron con la casa vacía por primera vez y empezaron a desarrollar estos proyectos de escuelas gratuitas en barrios con mucha violencia en jóvenes, niños. Se metieron ahí y más de 500 personas se registraron para la audición el primer día, cuando había un solo salón pequeñito. Esa comunidad ha cambiado gracias a la escuela de ballet, que es gratuita, pero todos los años tienes que dar une examen para ver que estés aprovechando la oportunidad.
–Instalado en Europa, volvés a México y ¿encajás rápidamente?
–Venía de vivir en San Francisco y en Amsterdam y pasé todo el primer año en Londres quejándome, hasta que entendí que allí está la gente más creativa del mundo, en un entorno para apostar a ideas, con apoyo para tomar riesgos. Ahora no me imagino viviendo en ninguna otra parte que no sea mi casa, en Bloomsbury, como Virginia Woolf. No sé cómo quedará la cosa después del Brexit ni si me van a dejar entrar cuando regrese [se ríe].
–¿En Londres conociste a Tamara Rojo?
–Sí. Cuando me ofrecieron el contrato en el English National Ballet no sabía que era para bailar con ella esa temporada. Yo estaba como invitado y enseguida dije que no, que acababa de comprarme mi casa en Holanda, pero al final de las funciones me reuní con Tamara y me propuso hacer una gira para probar si me gustaba la vida de la compañía. Cuando vi el casting, bailaba con ella Lago de los cisnes, El corsario y Coppelia. El primer día antes de empezar el ensayo le dije: "Me tienes que tener paciencia". Era un gran shock, porque Tamara como bailarina es verdaderamente intimidante.
–En su dirección se percibe a una mujer muy inteligente.
–Me encantó la visión que tiene, de un repertorio ambicioso, nuevo, moderno. Descubrí que no era una programadora, sino que estaba ocupada en crear talento, crear público, mejorar la imagen y cambiar el modelo con el que una compañía de ballet funciona, para ser más accesible, relacionarse con marcas, llegar a un público más joven. Yo siempre he sido duro con el ballet porque me parece que es muy cerrado, lo hemos hecho tan específico que nadie más será bienvenido si no perteneces al club. Cuando empecé a escuchar que sus inquietudes eran similares a las mías le dije que tenía que venir a México a ver lo que estábamos haciendo en Despertares y se volvió loca, porque tenemos público de 7 a 80 años.
–Y se enamoraron.
–Era inevitable. Sabíamos lo que venía después de eso: pasamos una situación incómoda en Londres. Ella tiene una carrera extraordinaria y yo no lo he hecho nada mal tampoco, así que era curioso cómo la gente buscaba darle vueltas al asunto, y la prensa, a la que le encanta todo eso. Pero la experiencia resultó muy formativa, sobre todo por ver cómo la gente te percibe. El ENB es la mejor compañía que existe en todos los rangos. Con bailarines demasiado buenos, tiene el futuro asegurado por los próximos diez años.
–Eso te incluye, porque a tus 28 años tenés por lo menos una década más de carrera por delante.
–Pero no, yo no me incluyo: me quiero retirar pronto. Lo que menos me gustó ver en estos años es a los bailarines que no dan la oportunidad al siguiente y cuando el trabajo se convierte en una responsabilidad. No sé si lo voy a hacer o no, pero siempre me dije que quería bailar al máximo… y entiendo que estoy llegando ahí. Quiero tener energía, vida y ánimo para hacer algo completamente diferente después.
–¿Para la actuación? Estás rodando una película y te llamaron de Netflix.
–No, esa no va a ser una carrera. Cuando termine la película con Saura tengo dos más. Y también dos series de las que no puedo hablar. Pero no lo veo como una carrera que me gustaría perseguir.
–¿Ahora que está de moda que los bailarines tengan su biopic, el de Saura es un film sobre tu vida?
–No, es un musical-ficción. No cantamos, pero bailamos música mexicana de épocas diferentes, hasta un poquito de cumbia y reggaeton. Se llama El rey de todo el mundo", por el dicho ese de "¿y tu qué te crees que eres el rey de todo el mundo?" Yo soy el malo de la película, un tipo muy arrogante, que le gusta manipular a la gente diciéndole mentiras. No tiene nada que ver con mi personalidad pública. Empezamos el rodaje hace tres semanas con Ana de la Reguera.
–Contame de Despertares: la gala anual de ballet vendría a ser finalmente el postre, porque tu proyecto es más social.
–Exactamente, la gala fue lo primero porque precisaba darle continuidad al proyecto, una plataforma y un público. Y necesitaba que la gente nos conociera. Y después se contruyó el plan Despertares impulsa, que es el acceso a formación, a becas, a diferentes oportunidades que de a poco van transformando la vida creativa de la ciudad y de las comunidades. Las diez mil personas que están esa noche en el espectáculo viven una experiencia increíble en el Auditorio Nacional, pero al día siguiente queda todo en el mismo lugar. Puede ser que alguien se haya inspirado o sentido una pequeña influencia, pero busco que queden más hechos. Un proyecto como este me cuesta cantidades ridículas de dinero y el gobierno me aporta un 10 por ciento. Y está bien que sea así porque me da libertad y oportunidades de involucrar a la inciativa privada.
–Una marca de relojes, tu mundana debilidad, te contrata para que seas su imagen, hacés una campaña de cervezas en México, ¿todo para llevar agua al mismo molino?
–Recientemente lo pensaba porque hay algo que sobra en mi vida: no tengo tiempo para nada. Si quiero ir a jugar golf, por ejemplo, tengo que planearlo varios meses por adelantado, no puedo agarrar mis cosas y decir: "el sábado juego", porque los próximos meses de mi vida están agendados completamente. Hace dos años que no me tomo más de cinco días de vacaciones y tengo los próximos tres o cuatro años con proyectos (es decir que el retiro no será antes). O hago solo campañas o me dedico a ser bailarín y no actor o productor. Pero me di cuenta que las razones por las que estoy en esta situación es porque lo he construido así desde el principio. Necesitaba que las cosas cambiaran, primero en mi círculo cercano, y luegomi visión fue más allá. Quiero un cambio real en la sociedad mexicana respecto del ballet, de las artes y de las industrias creativas. Me pregunto entonces si es necesario hacer tanto y sí, lo es. Si tengo un tiempo muerto, donde no tengo nada, mi mente no funciona igual, mi cuerpo no funciona igual, no tengo tanta claridad, me siento a medias.
–En tu cuerpo entonces son más importantes los pies o la mente?
–La mente es todo. He luchado siempre contra la mente. El cuerpo después de cierto tiempo entra en una rutina, se pone en forma y ya. La mente tarda más tiempo en entrar en forma y aún así siempre duda, nunca está completmente bajo control. Definitivamente es lo más importante.
–¿Y tus pies?
–Los pies han sido un trauma para mí toda la vida. Esas historias que escuchás sobre tal que se cortó un tendón y jamás volvió a bailar o que pisó un clavo y le dio tétanos. Tengo fobia absoluta a la playa, ir descalzo sin ver… prefiero flotar.
–¿Crees en Dios?
–Todavía. Cada vez menos gente cree en Dios. Pero yo he visto cosas tan extraordinarias en mi vida personal que es imposible tomar crédito absoluto sobre eso. No creo en el todopoderoso que está metido en la vida de todo el mundo, pero sí me gusta la idea de un creador. Me parece ilógico que exista un universo tan perfecto por una casualidad. Ya lo decía Einstein.
–¿Y en los momentos difíciles?
–Más que nada… aceptando diferentes versiones de la vida. Crecimos con unos principios morales estructurados de mis padres. Ellos nos leyeron la Biblia desde niños y aunque nos incitaron a cuestionarla, los principio básicos vienen de ahí. "Ayuda a tu prójimo". Cuando me fui de casa, mi papá me regaló una Biblia y hubo diferentes etapas en las que me puse a leerla. Me daba gusto saber que la tenía por ahí. Después viví experiencias, dos de mis hermanos fallecieron, uno chiquito y otro, a los 21 años. Me enteré cuando estaba haciendo una conexión aérea en Texas que tuvo un accidente de coche. Habíamos sido tan unidos y habíamos tenido tanta fe. No soy de las personas que dicen: "Dios sabrá", no creo en eso, pero me dio tranquilidad la idea de que en algún momento podemos estar juntos otra vez. Esa es como mi pastillita, puede haber otra oportunidad. Por eso sigo creyendo.
–¿Cuánto te cambió el Benois de la Danse?
–En realidad el Benois es algo complicado. Porque sigues yendo a clases y tienes las mismas limitaciones que antes. Pero poder vivir eso a los 28 años… ¡Qué bonito! Sobre todo por ser el primero para México.
–¿Entonces no sos el mejor bailarín del mundo?
–A veces no me sale la pirueta.
PARA AGENDAR
Las diez funciones de Don Quijote, de Vladimir Vasiliev, por el Ballet Estable del Teatro Colón que dirige Paloma Herrera, comenzarán el jueves 4 a las 20, para finalizar el domingo 14, a las 17. Habrá tres repartos locales: Macarena Giménez y Juan Pablo Ledo (6, 11 y 14), Camila Bocca y Jiva Velázquez (4, 9 y 12) y Ayelén Sánchez y Maximiliano Iglesias (10 y 13).
Isaac Hernández y la primera bailarina invitada Margarita Shrayner encarnarán a la pareja protagónica en las funciones del viernes 5, a las 20, y domingo 7 de abril, a las 17.
Entradas, desde $ 200.
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