Iris Scaccheri: un emblema de la vanguardia en la danza
Casi en silencio –como desde 2001, cuando dejó los escenarios, como desde hace ocho años, cuando se encerró en su departamento de Maipú y Córdoba–, murió ayer la gran bailarina y coreógrafa Iris Scaccheri. Iris, sin apelar a ninguna exageración en las que suele caerse cuando se escribe una despedida, fue una artista única.
Había nacido en 1949, en La Plata. De la ciudad de las diagonales acaparó la atención del Instituto Di Tella y, de ahí, a los grandes escenarios del mundo o los recovecos más experimentales de la escena.
Fue tapa de revistas, fue amada, fue cuestionada, fue ovacionada. Ella sola era capaz de llenar el Teatro Colón, donde presentó Homenaje a Dore Hoyer, o la sala Martín Coronado, donde ofreció Carmina Burana. Su voluminosa cabellera roja, sus largos vestidos, su mirada extraviada, sus giros violentos, su desestabilizador equilibrio, sus manos devenidas en alas o cuchillos que abrían el espacio convirtieron a esta discípula de la alemana Dore Hoyer en todo un emblema.
Emblema de la vanguardia que, cual Marta Minujín, podía sentarse a la mesa de Mirtha Legrand (y bailar allí mismo) y ser tapa de revistas de actualidad. En todos los sentidos imaginables, ella rompió fronteras dentro del mismo terreno de la danza (tendiendo puentes entre el flamenco y la danza contemporánea y la clásica) y en la difusión de su arte. En el camino puso en crisis ese preconcepto de la vanguardia como algo elitista.
Fue pintada por Antonio Berni, por Nicolás García Uriburu y por Guillermo Roux ("quedé atrapado con lo que hace, como hipnotizado"). Fue esculpida por Antonio Pujía y fotografiada por Sara Facio y Susana Thénon. Fue devota de la poética de Alejandra Pizarnik, como la de García Lorca y de tantos otras voces tan personales como ella. Fue figura puente. En un reportaje de hace años, dijo: "Ésta es una época de puente. Algunos esperan, otros repiten cosas. Otros, muy pocos, que saben que nadie se va a enterar, intentan la transición. Desgraciadamente, yo soy una de esas personas...". Por suerte para todos nosotros, ella fue (es) transición.
Para las nuevas generaciones, en YouTube hay imágenes suyas que merecen ser vistas. Hay dos libros publicados por la Editorial Leviatán (y otro próximo a publicarse) que están a la espera de todos. Uno de ellos incluye poemas de esta poeta del espacio. En él, se cuelan su infancia, sus mundos, sus fronteras en una pluma absolutamente singular, libre, desprejuiciada. Ese mismo espíritu que la llevaba a decir cosas como éstas: "Si me preguntan qué estilo hago, diré que no hay uno, lo que importa es que sea danza".
Sus restos fueron despedidos ayer mismo en la Legislatura porteña entre familiares y algunos pocos artistas. Entre ellos estuvo Cristina Banegas, con quien Iris mantuvo un vínculo artístico que devino en dos obras: Eva Perón en la hoguera, sobre textos de Lamborghini, y Salarios de impío, sobre textos de Juan Gelman.
"Fue alguien tan revolucionario en mi vida como lo fue Alberto Ure. Es muy difícil entender su partida... Iris es como esos seres sobrenaturales que casi pasan desapercibidos.Deja una gran incógnita sobre ella misma. Ahora está ahí como si fuera un objeto de culto sin que haya tenido el reconocimiento que se merece. Fue una artista única que quedará como un marca, una marca de pura singularidad", decía Banegas, ayer mismo, a la nacion. Cristina fue una de las tantas que la ovacionaron en la Martín Coronado cuando Iris presentó Carmina Burana en 1976.
El legado
La marca de la que habla esta exquisita actriz dejó sus huellas. Detrás de esos pasos, por ejemplo, el Festival de Danza Contemporánea de Buenos Aires le realizó en 2010 un homenaje al que, obvio, no fue. El año pasado, la coreógrafa Marina Sarmiento montó EIR, un trabajo basado en aquellas señales de esta gran creadora. Tampoco fue. Para aquel estreno, Marilú Marini recordó a esta artista de verdadera raíz enigmática.
Decía esto: "La primera vez que la vi fue en La Plata bailando Cadena de fuga; luego, en el Di Tella. En ese momento, ella suscitaba un profundo interrogante porque ya era una artista que estaba fuera de toda clasificación. Había en ella, en su técnica, algo del orden de lo salvaje. Sus saltos, como sus equilibrios, no parecían estar pautados. Tenía algo místico, pero una mística que se expresaba esencialmente desde lo sensorial. La relación de Iris con su cuerpo no era «correcta», era salvaje. Y eso, doy fe, uno lo sentía. Ella es una parte profunda de la modernidad de toda una época. Es una de esas artistas íntegras que no pertenecen a ninguna tendencia. Es como una explosión personal de la danza. Como si, de repente, el inconsciente se abriera y por una fisura saliera un vapor del centro de la tierra y te agarrara, te tomara. Iris es esa corriente, es ese aire que llega de lo profundo".
Actuó en los grandes escenarios. Recibió premios, muchos. Uno de los últimos, por parte de la Legislatura de Buenos Aires. Cuando comenzaba este siglo, recibió un galardón otorgado por la Universidad de Buenos Aires que la conmovió. "Me avisaron que fuera a la entrega, pero no sabía para qué. Estaba sentada y me preguntaba qué hacía allí. Vino el turno del que se otorgaba a la danza. Escuché que por la labor coreográfica, por actuación como bailarina, puestas en escena aquí y en Europa, por su labor en cine, televisión, dirección teatral y más, la elegida era Iris Scaccheri. Me quedé sin poder moverme, porque mientras iban comentando las mil y una de la trayectoria, pensaba: «¿Quién es ésta que me copió tanto?». Era yo..."
Era ella, claro. La única, la enigmática, el mito, la que se llamó a silencio. "Una persona que está trabajando para el arte debe estar cuando tiene algo que decir", dijo en 2001, cuando presentó una versión de Coppelia. Después de esa presentación se llamó a silencio. Aquella vez, había adelantado: "Cuánto tiempo más me romperé el alma bailando es una incógnita".
La artista enigmática ayer falleció cerrando un círculo que, en verdad, merece ser revisitado. En definitiva, su mejor legado, su mejor huella, su impronta más potente.
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