Iñaki Urlezaga: "Tristemente, uno se va acostumbrando al maltrato institucional"
El reconocido bailarín responde a la decisión del Ministerio de Cultura de discontinuar el financiamiento de la compañía nacional Danza, que dirigía desde 2013
Cuarenta y ocho horas después de conocer que el ministro de Cultura, Pablo Avelluto , decidió dejar de financiar la compañía nacional Danza, su director, Iñaki Urlezaga , está sereno. Entiende el contexto de achique del Gobierno (aunque no lo comparte) y le han dicho que ya no están los 30 millones de pesos anuales que se necesitan para sostener el ballet. También está enojado y, sobre todo, triste porque el trabajo realizado durante cinco años con un elenco federal, nacido en el ámbito público, anteayer se quedó sin futuro. Se permite cuestionar la decisión: "¿Por qué no se fortaleció el espacio en vez de quitar una fuente de trabajo y un lugar de expresión? ¿Por qué no se decidió la alternativa de construir apostando a un modelo joven y diferente, en un país que tiene un vacío enorme en la danza clásica", escribía inmediatamente después de conocer la noticia –que retransmitió a los 52 bailarines, maestros, técnicos, casi 80 personas– de que no va más.
La línea de tiempo de este ballet comenzó en 2013, cuando convocados por la entonces ministra de Desarrollo Social Alicia Kirchner para formar Danza por la Inclusión se realizaron audiciones para bailarines en las provincias. Para 2014, comenzaron las funciones en todo el país. Ni los espectáculos gratuitos ni todo lo que hubo detrás podrían haber existido sin una política y recursos públicos. "Sin el Estado detrás es difícil que haya ballet en Palpalá", decía Urlezaga en 2016, después de sobrevivir con el elenco a un cambio de gobierno y todavía en el ámbito de Desarrollo Social. La ministra Carolina Stanley sostuvo el proyecto, pero para 2017 se resolvió un traspaso ministerial a la órbita de Cultura, de Pablo Avelluto. Ese año estuvieron sin bailar ni cobrar hasta septiembre, cuando se remontó la temporada cerrando el año con dos programas en el Teatro Coliseo, un puñado de fechas en el interior y un paso muy popular por el anfiteatro del Parque Centenario, con entradas agotadas.
En el cambio de ámbito pareciera haber faltado una pregunta clave: ¿qué rol tendría la compañía en su nuevo contexto? ¿Seguiría siendo un proyecto principalmente "social" o pondría otras metas "artísticas"? Así se llegó a fin de año, en un contexto de ajuste de las estructuras ministeriales. El 30 de diciembre el ballet Danza hizo su última función de El lago de los cisnes sin saber que era el final.
–Después de un 2017 tan difícil, la decisión final del ministro puede haberte enojado, entristecido, indignado, como dijiste, pero no te sorprendió, ¿o sí?
–Sí, fue un shock la noticia, lo que menos esperaba. Si del área de Creatividad del ministerio, que es en la órbita que el ballet funcionaba, el 4 de enero me estaban pidiendo los objetivos para el nuevo año, me daban a entender que todo iba a continuar. Y cinco días después me dicen que no. Fui a esa entrevista pensando que íbamos a resolver cómo encarar 2018. El contexto había sido de un año tremendamente difícil, y el anterior, también. Con el cambio de gestión de gobierno, en 2016 pasó todo el primer semestre hasta que la compañía retomó las actividades en Desarrollo Social. Tristemente uno se va acostumbrando al maltrato institucional, porque tener a un bailarín seis meses parado solo la gente que baila puede dimensionar el daño que significa. Seis meses sin bailar y seis meses sin cobrar, ¿quién puede vivir? Pero se arrancó con el mejor esfuerzo del staff y, tengo que decirlo, también del Gobierno, porque la demora había sido por la burocracia que implicaba llevar adelante un nuevo expediente.
–Stanley apoyó el proyecto primero y luego decidió transferir el ballet al Ministerio de Cultura.
–Quizá está mal que yo lo diga, pero creo que el proyecto valía la pena, que trascendía a los gobiernos y, a la hora de ser evaluado, se apostó por el programa. Cuando culminó 2016, el ballet había crecido categóricamente en experiencia. Para mi agrado, nos comunican que el ballet, que ya estaba constituido, era algo más que una experiencia social, que lo artístico le había ganado a lo social, y lo impulsan a Cultura. Lo transfieren, con su presupuesto, y entiendo que institucionalmente eso era más seguro para que no tuviéramos un año como el que había pasado. Tristemente, fue mucho peor. Y ahora esta noticia. Pero no me voy a olvidar nunca de los cientos de caras de bailarines que he visto sonreír. He tenido la facultad de ir formando gente a lo largo de mi carrera, y para mí esa es una inmensa felicidad. Habría entendido la decisión tomada con sensatez si me lo hubiera manifestado Stanley en Desarrollo Social, donde estuve entre incendios, inundaciones y necesidades primarias, pero habiéndolo transferido a Cultura para poder sostenerlo mejor…
–¿Quién dijo eso?
–Stanley, en acuerdo con Avelluto, para poder darle una mejor calidad institucional. Cultura tiene una ley para la formación de una compañía nacional clásica de ballet. Me encanta decirlo porque fue promulgada por Raúl Alfonsín, que no tiene nada que ver con la gestión anterior ni con esta [se refiere a la N° 23.329]. Teniendo una ley en el cajón, esperando que un cuerpo pueda merecerla o acceder a ella, creí inocentemente que al ballet le iban a dar esa entidad.
–¿Entendés las razones presupuestarias que te dan o ves el desenlace más como un tema político?
–Yo no me he pronunciado bajo ningún cuadro político y aquí no se me está quitando a mí la posibilidad de trabajar, eso sería lo de menos, porque los directores pasan y eso es saludable para las compañías también. A mí lo que me shockeó es que traspasan la compañía a Cultura, en Cultura espera nueve meses para trabajar tres, piden los objetivos para 2018 y cinco días después me dicen que no va más porque no se pudieron encontrar los fondos. Viví en Europa, en países prósperos, y trabajé en instituciones como Covent Garden, que es un ballet real, y el 51 por ciento son financiadas por el Estado (para garantizar los recursos humanos) y el 49 ciento, con aportes privados a través de mecenazgo o sponsors. Lo aprendí a los 18 años. Entonces, cuando había que ver la viabilidad de los fondos, ¿por qué no le dieron una posibilidad a este organismo que ya estaba creado y tenía una ley que lo abrazaba?
–¿A eso te referís vos cuando hablás de una "alternativa de construir apostando a un modelo diferente"?
–Claro. Y en este caso Cultura tenía la herramienta legal, y las leyes están para ser reglamentadas. La compañía fue pública desde el primer día. Todas las audiciones fueron públicas, los bailarines tuvieron su forma transparente de llegar. Con transparencia, prolijo e idóneo te tiene que ir bien, porque los cimientos están puestos de la manera correcta para prosperar. Incluso el ministerio podrían haber vuelto a concursas los puestos.
–Hasta tu propio cargo de director. ¿Le ofreciste a Avelluto dejar tu cargo?
–Claro. Pero la respuesta es siempre la misma, que no hay dinero. Hay dos cosas terribles: la primera es que los bailarines se quedan sin trabajo de la noche a la mañana y la otra es que la Argentina se queda sin una compañía.
–Hay gente en las redes preguntando cuánto dinero hace falta para que sigan. Vos sabés lo que cuesta mantener una compañía privada. ¿Hay alguna chance?
–Estoy dispuesto a hacer las cosas seriamente como toda la vida lo hice. Hay una cantidad de artistas que necesitan un trabajo digno y si se puede organizar y hacer las cosas bien, para eso estoy. Me gustaría que todo esto que se logró no termine de la noche a la mañana, porque es como abortar algo. Yo creo que no es el final que la compañía se merece.
–Tal vez el mayor mérito que tiene este elenco es el alcance popular que logró.
–Está bendecido por gente; en tan corto tiempo fue tanto el acompañamiento... Y después cuando sucedió esto el acompañamiento masivo de los medios, de la gente de la cultura, del público. Eso no lo podés conseguir de ninguna manera de forma especulativa. Se da o no se da.
–¿Sos crítico de las políticos culturales? En tu carta subrayabas, por ejemplo, "el enorme vacío de la danza clásica en el país". ¿Te referís a esa ley que daría marco a una compañía nacional o es una mirada crítica a los límites del Teatro Colón?
–Las dos cosas. La competitividad hace a la excelencia, a la igualdad de condiciones, a la apertura de nuevos sueños. En Inglaterra, por ejemplo, el English National Ballet de alguna manera está obligado a competir con el Royal Ballet en Covent Garden para ver quién hace un mejor Lago de los cisnes. Tener una compañía nacional presente en todo el país significaría también que todo no termine en el Colón. Porque sino lo que sucede en el Colón es lo único de nivel en materia de danza que se le puede dar a los 44 millones de habitantes.Tener otro espacio enfrente haría que la cultura diversifique las opciones y forme más público y más artistas también. Sería una manera más plural de la danza.
–No terminás de dar vuelta la hoja de este final y ya te ponés a pensar en tu retiro como bailarín, porque este año te despedís en el Colón. Comenzaste un año bisagra.
–La vida es así. Parece que son cosas que van de la mano y no tienen nada que ver. Yo no anuncié públicamente mi retiro. Tardé doce años en volver a bailar en el Colón; parte de ese tiempo estuve abocado a este proyecto del ballet nacional y previo a eso, decidí no presentarme por roces y diferencias con directivos del teatro. Bailé por última vez en 2006 y este año lo que es seguro es que va a ser mi última vez en el Colón. Me retiraré dentro de poco, pero pensaba hacerlo en esta compañía, pensaba que mi fiesta final iba a ser con ellos. Ahora no sé, no vivo de especulaciones.
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