Iñaki Urlezaga se lució en el Argentino
Espectáculo coreográfico por el Ballet del Teatro Argentino de La Plata. "Giselle". Música de Adolphe Adam. Coreografía de Lidia Segni basada en las originales de Jean Coralli, Jules Perrot y Marius Petipa. Escenografía y diseño de iluminación de Juan Carlos Greco. Vestuario de Eduardo Caldirola. Artista invitado: Iñaki Urlezaga. Con Nadia Muzyca, Natasha Bernabei, Carla Vincelli, Gaik Kadjberounian, Joaquín Crespo López, solistas y cuerpo de baile. Director de orquesta: Carlos Calleja. Director del Ballet del Teatro Argentino. Oscar Araiz. En el Teatro Argentino de La Plata. Hoy, a las 17, última función.
Nuestra opinión: muy bueno.
"Giselle", obra fundamental en el repertorio de toda gran compañía de ballet, fue la que dio oportunidad para que Iñaki Urlezaga bailara por primera vez en el Teatro Argentino de La Plata, su ciudad de origen. La emoción que experimentó (después de la función afirmaba que se había sentido como en su casa) fue la de un sueño cumplido, añorado y merecido. Si bien ha desarrollado una brillante trayectoria internacional como estrella del Royal Ballet de Londres, actuar en su país, y, en especial, en su patria chica, lo conmueven hasta la médula.
Otra persona también estuvo con un alto grado de expectativas, aunque por diferentes motivos. Nadia Muzyca, de 21 años, hizo su debut como Giselle, un papel que prueba a fondo las cualidades técnicas e interpretativas de una bailarina. El estilo romántico, al cual pertenece esta antigua pieza, no muestra alardes, sino la esencia del vocabulario clásico en movimientos que hablan de lo que ocurre en el interior del personaje.
Los pasos y secuencias parecen ser de poca dificultad. Sin embargo, forman un encadenamiento que implica enorme concentración, preciosismo y seguridad. La idea es realizarlos sin demostrar el esfuerzo y dando naturalidad a lo que es sumamente complicado. Más allá está la transformación expresiva que conlleva el papel de Giselle. La aldeana de carácter radiante es, a la vez, frágil, vulnerable por la enfermedad cardíaca que padece. Ya en el primer acto existe una dualidad entre un temperamento que quiere lanzarse a celebrar la vida a pleno y los límites que le impone su dolencia. Enterarse de que ha sido engañada por el hombre en el que depositó su confianza hace pedazos su corazón. La joven pura no entiende de mentiras. Tan brutal conmoción se traslada a su mente, destrozada como lo están sus sentimientos.
Lo que fue hasta ese entonces festejo, esperanza y alegría se torna tragedia. La crisis final, llamada escena de la locura, la muestra en dramáticos desvaríos. Giselle muere de tristeza, sin recuperar la razón.
Experiencia en el papel
Otro tour de force es que el personaje pasa de lo terrenal al mundo espectral, en el que como espíritu desolado se unirá a seres de ultratumba, las willis, mujeres que han muerto antes de casarse, abandonadas y traicionadas por aquellos a quienes han amado. Salen de sus sepulcros a medianoche, buscando atrapar hombres y obligarlos a bailar hasta su deceso.
Albrecht, con presencia y modales principescos, que contrastan por su refinamiento con los de los campesinos, en el principio busca seducir a la hermosa aldeana. Está realmente deslumbrado y la conquista es inmediata. Pero por su rango aristocrático y diferencias sociales bien sabe que será efímera, sin imaginar las consecuencias. Luego, arrepentido y sin consuelo, desoyendo los consejos de los que conocen la misión de las malignas criaturas sobrenaturales, también cambia radicalmente de un acto a otro. Ha entendido que Giselle es su ideal femenino, el amor al que jura tardíamente fidelidad eterna.
Por esta causa, la evolución interpretativa en el transcurso de la obra de los protagonistas genera una amplia gama de matices y obliga a ambos a mostrar facetas muy disímiles.
Iñaki Urlezaga es experimentado en el personaje, al que en cada ocasión da mayor vuelo y emotividad. Está absolutamente compenetrado con sus características y vivencias. Su porte es el que corresponde al duque, mas su sensibilidad promueve calidez y una especial alianza con su partenaire. Desde el inicio elabora el papel extrayendo las reacciones exactas que corresponden no sólo a su interpretación como figura central y con su pareja, sino en detalles que lo alían a todo lo que ocurre en el entorno. Es fieramente digno ante Hilarión, amable y respetuoso con la madre de Giselle, tanto comparte la algarabía como se funde en el dolor generalizado. Tendrá más tarde la oportunidad de sacar su veta dramática, en una actuación que va de la desesperación a instantes donde la melancolía se enlaza con la ternura.
Urlezaga da credibilidad al romanticismo implícito en este ballet, pero con la sobriedad y elevada estética de una escuela, la inglesa, que hace que esos gestos sean auténticos, jamás artificiosos. En el adagio del segundo acto, junto al espíritu de su amada, revela una pasión sublime, el éxtasis del reencuentro imposible. Técnicamente ha llegado al virtuosismo en el despliegue de la batterie, el ballon y la armonía de la línea, adentrada profundamente con el estilo.
Nadia Muzyca dio luminosidad a su interpretación del primer acto, espontánea, delicada. Tuvo en sus variaciones consistencia y supo imponer el vivaz carácter de la muchacha. También su labor fue in crescendo, al entregarse con libertad a las instancias del argumento y a las técnicas. En la escena de la locura se torna sombría. Sin exageraciones, logra que el fragmento sea estremecedor.
Dueña de una técnica precisa, en el segundo acto fue una figura evanescente, que llegó a momentos cumbre en el adagio y su variación. La intensidad del amor que profesa por Albrecht se manifiesta en dulces acercamientos, en el aliento que le da para que éste no sucumba. Interpretativamente, Muzyca refleja la tristeza de la inevitable separación con honda emoción, en tanto su cara parece estar bañada en lágrimas y sus manos, laxas, acarician al hombre con el cual no volverá a juntarse. Giselle es un papel que requiere fogueo y arduo trabajo hasta llegar a la plenitud. Y esta bailarina tiene todas las dotes para alcanzarlas.
Lidia Segni, autora de la versión, se ocupó de que cada integrante diera lo mejor de sí y de que las marcaciones de la mímica -como las de Berthe, la madre (Gabriela Climent) de la protagonista- tuvieran la debida importancia. En las escenas de conjunto, sobre todo en el segundo acto, donde participa todo el plantel femenino, la homogeneidad fue la impronta. Allí se arman bellas configuraciones y el cuerpo de baile estuvo en su esplendor.
El Ballet del Teatro Argentino realizó una estupenda labor, acentuada por las excelentes actuaciones de Natasha Bernabei, como Myrtha, la reina de las willis; Gaik Kadjberounian, como Hilarión, y Carla Vincelli y Joaquín Crespo López en el Pas Paysan.
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