El dibujo salta a la vista en el antebrazo izquierdo, tiene la intensidad de un tatuaje nuevo. El buen observador recordará que ese estallido de tinta negra no estaba en el cuerpo del príncipe Solor de la última Bayadera, hace menos de dos años en el Teatro Colón. El trazo empieza cerca de la muñeca con una accidentada línea de la vida: cuando este hombre de músculos de piedra y flexibilidad de elástico era un bebé estuvo en coma; por poco se pasa del umbral. Lo que le sigue a la imagen es un ave con las alas desplegadas, grandes, amplias, como sus saltos. Es la marca de la resurrección y de la fortaleza que Herman Cornejo cree que lo ha identificado siempre.
Apenas hay un piano, un tocador y un par de sillas en el camarín número dos que le asignaron durante estos días de visita previos al estreno de El Corsario, que protagonizará el próximo domingo. Sin embargo, el bailarín que integra el American Ballet Theatre (ABT) hace 20 años envuelve el ambiente de una familiar calidez cuando saca a relucir su fama de buen conversador. Queda mucho todavía –sobre todo la risa espasmódica– del chico de San Luis al que Julio Bocca le abrió varias puertas, pero aquí y ahora, sobresale con brillo propio un artista maduro, el que mejor representa hoy a la Argentina en los escenarios de ballet del mundo.
–Quien te haya seguido los pasos más recientes, de Chéri a esta parte, habrá notado el foco que le estás poniendo a la parte dramática. ¿Señal de madurez?
–El primer espectáculo que vi con 8 años fue a Maximiliano Guerra haciendo Espartaco y ese personaje tan fuerte y tan masculino me impulsó a decir "quiero hacer eso". Empecé ballet porque quería sentir un rol, algo especial, no para entrenarme. Mi foco siempre estuvo en la actuación, pero hay un transcurso de entrenamiento físico, sobre todo en una compañía como el American Ballet, que te exige una técnica muy desarrollada. Con mi estatura [declara 1,70 metros] enseguida empecé a hacer todos los papeles de solista, que tienen muy poco de actuación. Esa fue mi gran preocupación: quedar encasillado en estos roles de tipo técnico.
–¡Sobre todo porque tenés todo el virtuosismo para eso!
–Claro, pero mi pasión eran los protagónicos para sacar la parte actoral. Roles como el Pájaro Azul [La Bella Durmiente] o el pas paysan pas de deux [en Giselle] me dieron el escalón para ser bailarín principal… casi por accidente. Primero, porque el director de ABT, Kevin McKenzie, que lleva en el cargo 25 años, es muy alto: él estuvo en la época de Mikhail Baryshnikov y sintió que le cortaron la carrera, y no voy a decir que tenía resentimiento con los chicos bajos, pero… prefería los bailarines altos. Me costó entrar por su ojo derecho y demostrarle que con mi estatura podría representar los ballets completos. Mi primer rol principal en Don Quijote fue cuando Julio Bocca anunció que se retiraba, en Japón. Un compañero se había lesionado y McKenzie me proponía ser Basilio con tres días de anticipación a la función. Nunca había estudiado el papel, ¡si siempre fui gitano! Así que Julio hizo su último espectáculo y al día siguiente me tocó estrenar a mí. Sentí que Julio me pasaba la antorcha. Ahora estoy en un momento de goce, cuando la parte física se une con la interpretativa y sentís que no tenés que preocuparte por la técnica porque has trabajado ya para eso muchísimos años.
–¿Los roles clásicos te limitan más que, digamos, Chéri o un dúo como Le Parc, de Preljocaj, que también hiciste con Alessandra Ferri hace poco aquí?
–Chéri fue un espectáculo que hicimos de cero, aunque estuviera escrito el libro de Colette. Me refiero a cómo hacer que la emoción cree el paso y no como en el ballet, que primero está el paso y hay que ponerle una actuación. De todas formas me siento afortunado de haber pasado por esa obra porque ahora en los clásicos intento buscar este revés. Son cosas que ocurren en la vida en momentos claves: si ese trabajo con Martha Clarke hubiera sido a mis 20 años no habría tenido el mismo impacto que a mis 30.
–Hablamos de la madurez del hombre, de la del bailarín… y de la de Ferri, que retirada y con más de 50 años decidió volver al escenario con vos.
–Las experiencias de tu vida personal son claves para abrirte más y te permiten componer un personaje. La madurez me sienta bien. Entendí que lo que uno puede creer que te hace vulnerable o débil te vuelve fuerte en momentos de creación. Y sí, se requiere de una partenaire como Alessandra que te devuelva, como un espejo.
–Ella decía la última vez que estuvo aquí que la relación entre ustedes es de "fe y amor".
–De mucho amor, porque para tener una química como la nuestra hay que amarse. No me refiero a ir a la cama juntos, a ser pareja, que no lo somos; es un entendimiento que al principio ni siquiera nosotros lo podíamos creer con la diferencia generacional que tenemos [Ferri es 20 años mayor]. Después ella quiso seguir y decidió bailar Romeo y Julieta conmigo…
–Decís que Julio Bocca te pasó una antorcha al final de su carrera. Fue él también quien puso las primeras fichas en serio en vos, cuando pidió una excepción para que te aceptaran con 16 años en la famoso certamen de Moscú donde, como él, ganaste la mítica medalla dorada.
–Julio ocupa un lugar muy especial, y no solamente para mí, sino que fue el trampolín de mucha gente cuando creó el Ballet Argentino, incluida mi hermana Erica [también bailarina, radicada en Boston]. A mí me tocó muy fuerte; con 14 años nunca me hubiera imaginado que un icono de la danza iba a tomarme casi bajo sus brazos, como diciendo: "Creé esta compañía para jóvenes y tengo un lugar especial para vos".
–Parece que le hubieras seguido sus pasos, de Moscú al ABT.
–Lo de Moscú fue un deseo de querer experimentar lo mismo que él, en una competición tan reconocida. En el American Ballet de cierta forma seguí sus pasos: en El Corsario cuando él bailaba Conrad, yo era Birbanto (cuando él se fue, entonces yo fui Conrad). Julio siempre está presente: una persona que primero admiré como icono, luego pasó a ser para mí un maestro que a través de sus acciones enseñaba el respeto por la danza, y en el ABT, un amigo. Ahora es de esa gente tan especial que cuando la ves y te da un abrazo sentís que están ahí para lo que necesites.
–Hace 20 años llegaste a Nueva York. ¿Es tu casa?
–El American Ballet es mi casa. Si ABT tuviera sede en África, iría a África. Nueva York es espectacular porque podés encontrar tu lugar seas de la cultura que seas. Es muy cómoda en ese sentido y al principio te encanta todo, pero después de 20 años… Hay zonas que están muy llenas de gente y vivir cerca del teatro era como no dejar nunca el trabajo, así que me mudé a Harlem, que mantiene el espíritu que Nueva York tenía cuando yo llegué, la gente por la calle con su música a cuestas, los brownstones, es más tranquilo.
–Si tuvieras que contarle a un desconocido quién sos y qué has hecho en pocas palabras, ¿qué le dirías?
–Definitivamente primero diría que soy argentino: nunca perderé la esencia. Estoy en ABT, pero representando a mi país, y sale en cada programa de mano junto a mi nombre: "Nacido en Mercedes, San Luis". Luego diría que soy bailarín, porque es mi pasión, mi vida; del American Ballet, mi casa hace 20 años. Diría que soy un viajero, que me encanta ver el mundo, y de todas las partes a la que he ido Barcelona es mi ciudad favorita porque me recuerda mucho a Buenos Aires. Diría que me encanta estar enamorado, que te abre el corazón y la mente, y no hablo solo de estar en pareja, sino de ese estado de ver lo positivo. Me encanta sonreír, aunque hay momentos duros en la vida y no se puede. Pero en los momentos oscuros te hacés más fuerte.
–¿Pensás lo mismo de las lesiones?
–Por más que sea un tirón, siempre pensás que nunca vas a volver a bailar. Como casi nadie yo puedo darme el lujo de decir que no tengo cirugías, solamente hubo desgarros en las pantorrillas o dolores de espalda. Nunca una lesión fuerte.
–¿Por qué estuviste al borde de la muerte cuando eras chico?
–Algo muy tonto. Fui al hospital por un virus estomacal y me contagié una enfermedad de otro niño que no supieron entender y me medicaron erróneamente. Entré en coma. Mi cuerpito era un esqueleto. Me entablillaron todo porque era piel y hueso. Tenía un año. Era 1982, durante la guerra de Malvinas. Mi papá era militar, estaba en la base Río Gallegos. Y lo llamaron a la base, para comentarle el cuadro delicado, que no veían una posibilidad de recuperación y que viajara por favor para despedirse. Cómo pudo llegar desde Río Gallegos a San Luis cuando todos los aviones estaban puestos para transportar gente a la guerra… esa es otra historia. Pero cuenta mi madre que cuando él se acercó a la camilla y me besó en la frente, yo abrí los ojos. Una especie de milagro que los doctores no se explicaban: lo habían llamado para que me diera el adiós y desenchufar la máquina. Por eso tengo este ave fénix en mi brazo, por esa resurrección milagrosa. De ahí en más me hice fuerte.
–¿Esa historia te dejó una marca más allá de la tinta negra en el brazo?
–Nunca me lo plantee en el sentido de "por qué me tocó a mí". Tengo otra marca en mi cuerpo: no tengo el pectoral izquierdo. Era cuestionable si podría ser bailarín sin el músculo que justamente te asiste como partenaire cuando tenés que levantar a la chica. Entonces trabajé otro más pequeño que tomó la fuerza para compensar con el otro lado. Nunca lo vi como que tenía un problema, siempre pensé: a ver cómo lo soluciono…
–Esa actitud inteligente se veía en el ensayo, hace un rato, con tus compañeros.
–Tengo visto en el futuro ser director y creo que todas estas vivencias te llevan a ser más humano. Por ejemplo, hoy ensayé con una chica, Camila Bocca, que no conocía, que es diferente, y no se me dio por corregirla sino por adaptarme. Hicimos los tres pas de deux como si nada, podríamos haber seguido con el espectáculo completo. Quiero decir que estoy muy abierto a ver al otro, a trabajar con el otro.
–Ella no está en el reparto de principales de El Corsario, pero es parte de una nueva generación que está teniendo oportunidades hoy en el Colón: el año pasado sorprendió a sus 19 como Aurora en La Bella Durmiente .
–Hay que generar hoy una nueva camada de bailarines argentinos y hay talento, así que es bueno que tengan posibilidades de hacer los roles principales porque es la única forma de acumular experiencia. Yo me tuve que ir de la Argentina casi obligado, no había espacio en esta compañía para bailarines jóvenes, así que está bueno que esta generación tenga espacio. Sé que siguen complicados con los contratos y las jubilaciones a los 65 años, pero es delicado, porque estos bailarines se merecen el respeto de retirarse con el dinero que merecen y a la vez para la nueva generación es injusto.
–¿Es parte del mito que viene con la fama que te lamentás no haber jugado al fútbol?
–Me encanta, veo todos los partidos, sigo a Boca Juniors y a Barcelona porque está Messi. Jugaba muy bien hasta los 13 años. Era delantero. Hasta que el Teatro Colón me hizo firmar un documento por el que no podía hacer más deportes para cuidar el físico. Lo acepté sin pensarlo, porque me encanta el fútbol, pero mi pasión era la danza. Hice lo que quería hacer; podría decir, a lo sumo, que a lo mejor podría haber sido mi otra profesión.
–Dibujás en tu tiempo libre…
–Hace unos años un día estaba aburrido en el departamento de Nueva York y sentí ganas de dibujar. Agarré lápiz y papel, empecé a hacer una cara y me salió… ¡Wow, no sabía que tenía este talento! Hoy en día es mi yoga, mi meditación. Puedo pasar seis horas dibujando y desconectarme completamente. Hago caras, especialmente ojos; manos, cuerpos, todo muy realista. Pero es un hobbie. En mi tiempo libre me gusta ir al parque a tomar mate (me levanto y me voy a dormir tomando mate), me relaja ver el agua del río. Pero si tengo que decir algo que me encanta es estar en casa, durmiendo en el sillón.
–Te costó muchos años volver a bailar al Colón y ahora sos casi un viajero frecuente.
–Sé que las direcciones en el Teatro Colón son cortas y espero que Paloma Herrera tenga muchísimos años por delante. Me gusta volver, me siento muy cómodo y creo que más que un invitado podría ser parte de esta compañía. Como invitado uno a veces siente que le roba el espacio al bailarín estable, y si bien me sienta genial venir a hacer estas funciones, es un poco doloroso pensar que podría estar otro en mi lugar. Me gustaría revertir esto siendo parte de la compañía…
–¿Compartiendo tus temporadas entre el Colón y el ABT?
–Me gustaría. El ABT da esa libertad y solamente trabaja 36 semanas al año, contando ensayos y giras, lo cual de por sí, sin pedir permisos, me daría mucho más tiempo. Y por otra parte después de 20 años tengo cierta libertad para plantear que quiero estar en determinados títulos y en otro no.
–¿Paloma Herrera está leyendo ahora mismo tu propuesta?
–[Risas fuertes]. Se lo diré antes de que salga esta nota. Me gustaría ser parte del Ballet Estable, convivir con los bailarines.
–Llegaste hace pocos días, ¿qué viste aquí?
–Vi mi sangre. En el American Ballet tengo compañeros, no tengo amigos. ABT es una compañía muy fácil, como un círculo familiar en un ámbito laboral, sin esa competencia fea que puede darse más en las compañías rusas donde está estipulado desde la escuela el trabajo competitivo. ABT se mantiene como una familia en la que el que llega se une.
–¿Descartada entonces la hipótesis de que ABT haya inspirado a la serie Flesh & Bones?
–No creo que eso refleje lo que es la danza, tampoco la película El cisne negro. Las situaciones de bullying las viví más en competiciones, donde de pronto me faltaron las zapatillas de media punta cuando era mi turno de salir, pero a nivel profesional no es así la historia. Más bien creo que cuando uno está en la escuela, son los padres los que se pelean. Los chicos quieren ir a bailar….
–¿Y de dónde salió ese estereotipo sufrido?
–Hay bailarines dramáticos. Yo por ejemplo no entiendo los que expresan sufrimiento, hablan del dolor, de las puntas, de los viajes. Dolor físico: a veces sí, como cualquier atleta, esto requiere muchas horas, pero ¡por favor no es un sacrificio! Para mí viajar a Rusia o Singapur, estar en Barcelona o estudiar las pirámides de Egipto en directo me parece una vida espectacular. Volar. Esta pasión es mi trabajo, me pagan por lo que me gusta hacer. Cuando me dicen "dejaste de lado tantas cosas" respondo que al contrario: esta carrera me dio cosas que nunca hubiera imaginado en la vida. Y además ha unido a mi familia.
Para agendar
El Corsario. Estreno el domingo 8 de abril, a las 17, en el Teatro Colón, Libertad 621. La historia de piratas, centrada en el amor de Medora y Conrad, se presentará en siete funciones por el Ballet Estable del Teatro Colón, con dirección de Paloma Herrera y reposición coreográfica de Julio Bocca. En las dos primeras funciones se presentarán en calidad de invitados Herman Cornejo y Daniil Simkin, del American Ballet Theatre, y Maria Kochetkova del San Francisco Ballet. Nadia Muzyca y Federico Fernández darán vida a los roles protagónicos en las funciones del miércoles 11, viernes 13 y domingo 15 de abril; y Macarena Giménez y Juan Pablo Ledo lo harán en las presentaciones del jueves 12 y sábado 14 de abril.
Se dice de él
- Julio Bocca, ex bailarín, maestro y director. "Hoy lo veía en una clase y de pronto me di cuenta de que estaba sonriendo (¡yo estaba sonriendo!) mientras me acordaba cuando empezó con el Ballet Argentino, cuando lo mandamos a Moscú y se pidió que pudiera entrar igual aunque fuera menor… Un montón de cosas me vuelven a la cabeza. Me fascina poder volver a trabajar con gente a quien uno ha podido apoyar. Ver a Herman Cornejo en el escenario es un gran disfrute y para mí en este rol de repositor es… una tranquilidad".
- Luciana Barrirero, bailarina del Ballet Estable del Teatro Colón. "Estábamos en tercer año del Instituto Superior de Arte, teníamos once. Herman me invitó a tomar una Coca al bar del teatro, entre clases. ¡Esa fue nuestra primera cita! Otro día apareció con un ramo de rosas que era más grande que él. Nuestro noviazgo de la niñez consistía en caminar de la mano por los pasillos del teatro y cruzar miradas en las clases. Después, de adolescentes, nos gustaba bailar juntos en las clases de partenaire y todos los lentos de la época en los cumpleaños. Ahora somos amigos de esos que en el ambiente no son tan frecuentes: puro cariño, mutuo respeto y una confianza de años que no se pierde con la distancia."
- Erica Cornejo, bailarina. "Siempre me he sentido hermana-mamá-amiga de Herman. Mi hermano es mi orgullo, una necesidad tenerlo a mi lado y lo que hemos vivido y compartido no lo cambiaría por nada en el mundo. Ahora casi no nos vemos por nuestro calendario, tan diferente , pero ahí siempre estamos el uno para el otro".
- Juan Lavanga, productor de ballet. "Tuve el privilegio de ver la formación de Herman Cornejo y su hermana Erica en el viejo estudio de Arte y Cultura de la calle Talcahuano, cuando falleció el maestro Wasil Tupín (su formador) y pasaron a tomar clases con Raúl Candal y Katty Gallo. Desde pequeños, la seriedad y latente profesionalismo era una virtud característica de los dos. Herman participó en los primeros concursos de ballet "Danza Niño" y guardo en mi memoria la imagen varonil y circunspecta que lo caracterizaba cuando fue elegido para portar la Bandera de Unicef. Siguió ganando y presentándose en años posteriores, con medallas de oro. Su desempeño siempre era tan rutilante. Ya todo un profesional, trabajamos en varias ocasiones con producciones en la Argentina. Hace dos años lo vi en el Teatro Colón, en La Bayadera, junto con Ludmila Pagliero, y fue una satisfacción ver su crecimiento artístico y cómo los argentinos triunfan en el mundo. Herman Cornejo emociona al verlo en escena."
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