"Giselle", emblema de la danza clásica
"Giselle", ballet en dos actos. Música: Adolphe Adam (Friedrich Burgmüller para el pas paysan); coreogr.: Gustavo Mollajolli, sobre Coralli, Perrot y Petipa. Escenografía: Nicolas Benoit. Intérpretes: Silvina Perillo, Iñaki Urlezaga, Vagran Ambartsoumian, Miriam Coelho, Maricel De Mitri, Martha Desperes y Ballet Estable del Teatro Colón. Orquesta Estable del Colón, dir.:Carlos Calleja. Teatro Colón. Próximas funciones: mañana y el 20, 22, 28 y 30/12.
Nuestra opinión: muy bueno
Alterando acertadamente tradiciones que a veces se convierten en rutina, el Ballet del Colón este año no cierra la temporada con un cuento de Navidad, sino con la inmortal "Giselle", acaso el título más emblemático del repertorio clásico-romántico. En su misma índole argumental, el espíritu de Téophile Gautier sobrevuela esta concepción en torno a la lúgubre fascinación de las "muertas enamoradas", las mitológicas criaturas denominadas wilis, almas en pena que rondan por los bosques, sometidas a una condena que se proyecta a la eternidad. Estrenada en París en 1841, esta pieza mantiene milagrosamente el irresistible atractivo gótico del diseño de Coralli y Perrot, actualizado medio siglo más tarde por Marius Petipa. El argentino Gustavo Mollajoli la revisó para esta conocida versión, que el Ballet del Colón ha vuelto a afrontar con encomiable disciplina, con la supervisión del propio coreógrafo.
Silvina Perillo e Iñaki Urlezaga como bailarín invitado (léase "de excepción") iniciaron la serie de parejas que la bailarán hasta el 30 de este mes con un vuelo artístico que sobrepasó con creces la mera pericia técnica. Ya en el inicial tramo "realista-campesino" de la pieza, en el que la joven Giselle se enamora fatídicamente de Albrecht (un noble que disimula su verdadera condición), se dio una rara química entre Perillo y Urlezaga: el juego de seducción de él y el recato esquivo de ella adquirió una infrecuente minuciosidad de intenciones. Luego, la decepción de la aldeana frente a la soberbia Bathilde (la prometida de Albrecht, una vez más asumida con imponencia por Cecilia Mengelle), así como el desencadenamiento de una alienada desesperación y su muerte, le permitió a Perillo extremar su potencial interpretativo. Iñaki, con admirable tino y sin descuidar la pureza de líneas de su accionar, mantuvo esa necesaria sobriedad expectante que deja margen al protagonismo de la trágica heroína.
Con el siempre colorido pas paysan se lucieron María Eugenia Padilla y Leonardo Reale, dos probados solistas de la casa, siempre en sintonía con los roles que se les asignan.
El acto "blanco", en el misterio nocturnal del bosque, desafía secularmente a cualquier compañía por las frecuentes alineaciones coreográficas del cuerpo de bailarinas. Aquí, el Ballet del Colón exhibe nuevamente la pareja disciplina del sector femenino con límpidas simetrías (cerca de treinta figuras níveas, en rígida formación), bajo la tutela de la Reina de las Wilis -Miriam Coelho, con sus tends de flèche en diagonales- y sus correctas "princesas", Marta Desperes y Maricel De Mitri. En medio de este conglomerado etéreo, la reciedumbre de Vagran Ambartsoumian (consagrado como el Hilarión guardabosques por antonomasia en nuestro medio) se debate agónicamente ante la ferocidad implacable de las wilis.
Silvina Perillo resuelve sin dificultades la complejidad de este personaje: ingenua y juguetona al principio, herida de locura y de muerte después y, finalmente, pálida sombra en el reino de las muertas. Le va bien la caracterización del acto campesino, pero en la etapa espectral logra momentos de convincente dramatismo y también de perfección formal, sobre todo en los arabesques penchés del adagio, firmemente sostenida por Iñaki en los portés, con los que este bailarín argentino de privilegiada figura exhibe sus dotes de partenaire. Sin obviar, por cierto, su inobjetable desempeño en la variación del segundo acto, su único pezzo di bravura en un ballet principalmente centrado en la peripecia femenina.
Carlos Calleja, un especialista en el acompañamiento de danza, ajustó los tiempos de la Orquesta Estable al lucimiento de la gratificante pareja central de esta "Giselle", en la que el Ballet Estable (que se enriquece cuando se le suma alguna de las figuras nacionales que, como Urlezaga, triunfan en el exterior) mostró un ajuste que evidencia su lenta pero segura recuperación.
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