Fernanda Provenzano, la coreógrafa del teatro físico frenético y vertiginoso
Asomó en la escena con Juegos de fábrica y se afianzó con una llamativa Voley, la final; ahora estrenó La carrera, una pieza donde afianza un estilo muy propio
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“No es lo mismo respirar, que vivir”, es una frase que despierta un poco de adrenalina. Eso fue, en parte, lo que incitó a Fernanda Provenzano a querer dirigir y coreografiar La carrera. Esta pieza de teatro físico, con textos de Jowy Sztryk, que también es una de las intérpretes, con Marina Alonso, Alejandro Monetta y Agus Vera, se estrenó recientemente en El Método Kairós.
Fernanda Provenzano es coreógrafa, actriz, guionista y directora y también ha sido empresaria teatral. Junto con tres amigos (Iván Mazzieri, Nicolás Manasseri y Renzo Morelli) , crearon y dirigieron El Cultural Freire, un espacio que ofreció interesantes propuestas en el barrio de Colegiales. Lamentablemente, como ocurrió con varios teatros independientes, tuvieron que cerrarlo, debido a que durante la pandemia se les hizo imposible afrontar el alquiler de la sala. Creadora todo terreno, a la que le atrae estar en cada detalle, se formó desde los seis años en la Escuela Nacional de Danzas, luego cursó actuación en la escuela de Raúl Serrano y siguió con Ricardo Bartis y Marcelo Savignone. También se desempeña como docente de danza, en la escuela de Reina Reech. Aunque depende de distintas circunstancias a veces elige ser actriz, o autora, pero lo que más le atrae es coreografiar y el teatro físico es su debilidad. Su estética, podría decirse, se acerca a la del grupo inglés DV8 Physical Theatre, en el que las coreografías se definen a partir de un entramado de situaciones teatrales.
Cuando en 2019, Jowy Sztryk, la autora, le propuso dirigir su obra, a Provenzano le atrajo la idea de abordar ese texto desde el teatro físico. “Es algo que me define y me encanta hacerlo –dice–. Esta estética se adapta muy bien a lo que necesitan estos personajes, porque su temática es la ansiedad con la que convivimos hoy. Si bien la pandemia nos frenó un poco, nuestros cuerpos siguen ansiosos y delirantes, como les ocurre a estos personajes que intentan metas inalcanzables. Luego, la vida misma te frena, y te desconcierta, no sabés adonde estás parado. Los personajes son cotidianos y reconocibles y provocan empatía con el público. Por momentos se dirigen a ellos como intentando compartir sus dudas, o interpelando a quienes los observan con preguntas que ellos mismos no pueden responderse, aunque a veces lo logran a través de la sutileza del humor”.
Provenzano participó en 23 espectáculos cumpliendo distintos roles. Directora, coreógrafa, guionista, intérprete... esta no es la primera vez que coreografía un espectáculo que exige a sus intérpretes estar en un constante vértigo escénico. Voley, la final (2018) tiene similitudes con la obra actual. “Ese espectáculo fue un musical que incluía mucho despliegue físico y lo creamos con Nicolás Manasseri, mi compañero y coequiper de creación en el teatro independiente. Fue un desafío porque tuve que aprender lo básico del voley. Nicolás lo había practicado en su juventud y me explicó algunas de sus reglas. Vi muchísimos videos de matchs de voley y luego tuve que trabajar con los actores-bailarines las coreografías, intentando encontrar desde el teatro, cuerpos más ligados al deporte. En La carrera fue distinto. Se trata de cuerpos más exigidos, porque se necesita llegar a tocar determinados extremos físicos, emocionales, existenciales”.
Fernanda fue transitando etapas de aprendizaje que marcaron hitos en su trayectoria. “Toda mi vida trabajé el cuerpo a través de la danza, pero el gran aprendizaje actoral se produjo a partir de mi encuentro con Raúl Serrano. Con él obtuve respuestas a cuestiones técnicas que no sabía cómo resolver desde el teatro. A partir de ahí pude empezar a fusionar el teatro y la danza. Uno de mis referentes es Pina Bausch, ese estilo de danza, de bailarines siempre dispuestos. Tuve profesores que me hicieron ver siendo pequeña una obra como Café Müller, de Bausch y eso fue una fuente de inspiración inagotable. También sus viajes en tren, desde Constitución a Banfield, mientras estudiaba, le aportaron ideas para sus obras. “En esos continuos viajes en tren y subte que hacia todos los días, siempre llevaba conmigo un cuadernito en el que anotaba lo que sucedía a mí alrededor. Veía cuerpos muy cansados, casi colgados, a veces, de las puertas de los trenes, esto fue antes de la pandemia. De manera que esos cuerpos cansados, apretados, desesperados por llegar a su casa, fueron una fuente de inspiración. Antes me preguntaba si quería ser actriz, bailarina, coreógrafa. Ahora no. Aunque siempre mi punto de vista va a estar puesto en el trabajo con mi cuerpo y con el de los otros y luego está el texto. Me atrae trabajar con los bailarines, con sus cuerpos en estados de ruptura, de quiebres del movimiento. Después de tantos años de formación clásica, tuve la necesidad de rebelarme, de querer romper esquemas. Soy una persona muy activa. Mi cuerpo necesita estar en movimiento todo el tiempo. Los proyectos en los que la paso bomba son aquellos en los que tengo la libertad de crear. Me encanta actuar cuando me convocan, pero dirigir, coreografiar es lo que más me gusta. Sin crear no puedo vivir”.
Los cambios que se han dado en el aprendizaje de la danza, Fernanda Provenzano los observa a través de las clases que dicta en distintos estudios. “Hace seis años que doy clases y se observan cambios a nivel generacional –explica–. Por suerte en el estudio de Reina Reech tengo un grupo de formación al que puedo darles técnica, para que todo no sea un divertimento, que no está mal, pero el aprendizaje requiere sus etapas. Un médico no estudia y enseguida hace una intervención quirúrgica. Como bien lo mostramos en La carrera, la mayoría quiere todo ya, todos se quieren tomar una foto, subirla a su red social y se olvidan que la formación verdadera, exige procesos largos, que son hermosos. No se aprende a bailar, ni a actuar de un día para otro. Hoy los niños y las niñas vienen con esa exigencia y hay que bajarles ese grado de ansiedad. Marcarles una coreografía un poco más compleja, o que el aprendizaje dure más de un mes, les aburre. Eso también nos exige a los profes ser más creativos para que los chicos descubran que el arte no sólo es diversión”.
Por otra parte, sostiene que la televisión implica otra forma de juego, distinta al teatro. “Cuando participé del programa de Susana Giménez (2007, 2008) fue una experiencia muy buena, luego hice bolos en otros programas. Ahí todo es más efímero, es una cuestión de rating. Hace pocos días, un amigo, Nachito Zabala, puso en su Facebook: ‘qué bueno, estoy trabajando, puedo volver a jugar’. Eso es cierto, para nosotros actuar es jugar con mucho amor y seriedad. El teatro es como un refugio, no se mide por el rating, se mide por él boca en boca y ahí podes ver realmente los frutos de tu formación como artista”.
A su vez, la talentosa coreógrafa siente aún la pérdida de un lugar propio como El Cultural Freire. “Habíamos logrado una movida interesante, pero justo llegó la pandemia y coincidió con que se nos vencía el contrato y no pudimos continuar. Sostuvimos lo más que pudimos. Por ahora no tenemos expectativas de volver. La inversión fue muy grande y eso no se recupera. Nos quedamos con lo bueno. Fue una etapa de aprendizaje contar con un espacio propio”.
Para agendar
La carrera
De Jowy Sztryk
Miércoles, a las 21.
El Método Kairós, El Salvador 4530.
$ 600 pesos (en la boletería o en Alternativateatral.com)
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