English National Ballet: 70 años de una compañía marcada por la excelencia y los artistas argentinos
LONDRES.- Serpentinas y papel picado de oro y plata cubrieron la platea y escenario del teatro Coliseo con el último acorde y en perfecta sincronía con la pose final del English National Ballet en su obra identitaria, Études, del coreógrafo Harald Lander, creada en 1955. 70 años de historia se celebraron el fin de semana en Londres a lo grande, con galas que guiaron al público en una retrospectiva con extractos de dieciséis obras de su repertorio, desde clásicos como Romeo y Julieta, de Nureyev; La bella durmiente, de MacMillan y Coppelia, de Ronald Hynd, a las contemporáneas Dust, de Akram Khan y Playlist (Track 2), de William Forsythe. Todo salpicado con proyecciones de testimonios de exbailarines, directores, y una plétora de fotos históricas, entre ellas una de la primera bailarina argentina Liliana Belfiore con la directora Beryl Grey. Los videos se fundían con el trabajo escénica con impecable fluidez. Fue una acabada muestra de la versatilidad de la más internacional de las compañías británicas, a pesar de llevar un "nacional" en el título, con brillante apoyo de su Orquesta Filarmónica a cargo del intrépido director Gavin Sutherland.
Vestida de largo y luego de haber interpretado Carmen, de Roland Petit, y Broken Wings, de Annabelle López Ochoa, Tamara Rojo, su directora artística desde 2012, agradeció a quienes hicieron historia en la compañía inglesa, que hoy sigue fiel a la visión de sus fundadores, Alicia Markova, Anton Dolin y el empresario Julian Braunsweg: llevar el ballet a todos, de forma accesible. La idea fue crear una versión inglesa de los Ballets Russes (de Diaghilev). Dirigido por la visión de Rojo, el ensamble sigue aventurándose en la innovación creativa, de estilos y en la forma de presentar ballets en grandes arenas y en redondo (Lago de los Cisnes, Cenicienta).
"Tengo el privilegio de ser guardiana del extraordinario legado de esta compañía, de la que me enamoré cuando llegué en 1997. Lo que hacemos es para ustedes", dijo Rojo al cerrar la gala rodeada por toda la compañía, coreógrafos como Ronald Hynd y Christopher Bruce y estrellas del pasado, como Pamela Hart y Anita Landa.
Según Rojo contó a LA NACION, la compañía está "en un momento artístico, físico y creativo muy alto" y realiza 160 funciones al año. "Lo dicen la crítica, las invitaciones al Bolshoi, a la Ópera de París, a Japón, Chicago y los premios recibidos", confirma. El hogar propio, inaugurado en esta temporada, reunirá escuela y compañía. "Esto permitirá ser más ambiciosos en el desarrollo de los bailarines desde que entran a la escuela; podrá haber más ensayos y crearse más coreografías al tener siete salones disponibles; podremos extender la tarea social y desarrollar cursos de disciplinas teatrales, incluso un nuevo programa de dirección artística, completando un ciclo virtuoso", explicó. Asegura que no dejarán las giras ni de ser una compañía con bailarines de todas las nacionalidades, etnias o religiones "porque eso refleja al público al que le hablamos. No construir un teatro propio fue algo consciente, para continuar con el espíritu itinerante con que fue fundado".
Y la historia del English National Ballet, desde sus primeros años, se entretejió con la de bailarines argentinos formados en el Teatro Colón, que formaron parte de la compañía. La primera fue Irina Borowska en 1954, estrella de los Ballets Rusos de Montecarlo. Desde Austria, la bailarina, de 89 años, recordó su paso por el entonces London Festival Ballet (LFB). "Me dijeron «quédese a bailar con nosotros», al verme en una clase y así dejé los Ballets Rusos. Teníamos mucho trabajo y funciones, largos ensayos, viajábamos mucho. A mí me resultaba fácil porque estaba feliz de poder bailar, como cuando estudiaba en el Colón. Otros bailarines se quejaban", cuenta riendo con picardía. "Hacía mucho Giselle y Lago de los Cisnes [N. de la R.: en una función de este último, su partenaire, Karl Musil, le propuso matrimonio en escena]. "La dirección intentaba que estuviéramos contentos, aunque nos cansábamos mucho y dormíamos poco. Tuve una carrera muy linda allí". Su vocecita suena jovial, como si el recuerdo de antaño la transportase a otro momento. Dejó la compañía en 1965.
Olga Ferri siguió sus pasos, invitada por el propio Dolin, como bailarina principal entre 1963 y 1965, y luego en 1966. "Cumplí allí mi sueño de hacer Giselle", dijo a esta cronista dos años antes de su muerte, cuando se celebraban los 60 años de la compañía. Según el diccionario Oxford de la Danza, Ferri fue considerada la mejor Giselle de su época. "También fue un sueño hacer La Doncella de Nieve porque era muy en mi estilo. Mi última aparición con la compañía fue con la versión completa de Lago de los cisnes de Jack Carter, con John Gilpin y Lucette Aldous como Odile. Hice veintidós funciones". También recordó el compañerismo, el buen trato y los buenos cachets que se pagaban a sus figuras. "Me hicieron sentir en casa, por eso la considero mi compañía, tanto como lo fue el Colón", del que también fue estrella y directora. Ferri no aceptó nuevas invitaciones para no dejar a su familia durante las largas temporadas del Festival Ballet. La compañía inglesa también dejó su marca en el Colón: Carter trajo su versión de Lago de los Cisnes, así como El niño brujo.
En 1973, Roberto Dimitrievitch, quien bailó en la Opera de Berlín y en el Ballet de Zurich, llegó al London Festival Ballet por sugerencia de su partenaire en Zurich, Gaye Fulton. "Como conocía a Jack Carter, le alquilaba una habitación. Y como viajábamos mucho, alquilábamos cuartos en casas de fanáticos del ballet que nos atendían muy bien". El hoy maestro fue elegido por Alicia Markova, por su estilo, para hacer Las sílfides. "Lo aprendí a los 14 años en el Colón de María Ruanova y Michel Borowsky, quienes a su vez lo habían aprendido del propio Fokine. En el entonces London Festival Ballet bailé casi todo el repertorio, de Etudes a Echoing of Trumpets, de Tudor; bailé con Galina Samtsova, con Patricia Ruanne, con Lynn Seymour, con Olga Ferri y con grandes como Nureyev, con quien fui de gira a Australia con La bella durmiente. ¡Fueron los momentos más felices como bailarín!", recuerda. Otro argentino que pasó por allí fue Rodolfo Lastra.
Decidida a probarse en Europa cuando ya era primera bailarina en el Colón, Liliana Belfiore se unió en 1976 al LFB, cuando tenía 25 años. En seis meses tenía su contrato como principal. Su imagen fue póster y tapa de programas de la compañía. Desde su estudio en Buenos Aires, Belfiore considera la experiencia como "la mejor parte" de su vida profesional. "Jamás debería haberme ido –admite con nostalgia–. La directora, Beryl Grey, trabajaba mucho conmigo artísticamente. Markova me preparó en Las sílfides pasándome hermosas imágenes obtenidas de Fokine. Cuando ella bailaba Giselle, yo hacía reina de las Willis. Leonide Massine me eligió para su Sombrero de Tres Picos y Ronald Hynd para su Rosalinda. Fue una época de mucho trabajo, 180 funciones anuales, en las que hice todo el repertorio. Cuando montaron Scheherazade no podían creer que yo lo supiera. Me lo había enseñado Tamara Grigorieva en el Colón. Pero lo más importante fue bailar con Rudolf Nureyev. Éramos fuego en el escenario y a mí no me intimidaba como a los demás. [N. de la R: en un clip proyectado en la gala, alguien contó que Nureyev, en un rapto de enojo, lanzó su termo contra el espejo y les costó una fortuna]. Con él hice Scheherazade y El espectro de la rosa en Gran Bretaña, los Estados Unidos y Australia, y bailé en la despedida de Londres de Margot Fonteyn". Belfiore se fue de la compañía en 1980.
En 1987, el director Peter Schaufuss invitó a a la compañía a Julio Bocca, medalla de oro en Moscú, quien ya bailaba en el American Ballet Theatre. "Fue mi primera incursión profesional en Inglaterra; me parecía increíble bailar donde lo hicieron Ferri y Belfiore", recuerda desde Uruguay el exdirector del Ballet del Sodre y principal del ABT y el Colón. "Hice Etudes, El corsario y La Sylphide. Pero pude ver a la compañía de otro modo, ya como maestro, cuando hace dos años Tamara Rojo me invitó para el montaje de La bella durmiente que MacMillan creó para el ABT cuando yo entré. El English National Ballet tiene hoy un nivel increíble, y los logros de Tamara son innegables", resume. En el programa de la gala que celebraba sus 70 años, Bocca hizo una reseña de esa experiencia.
Fue Schaufuss quien cambió el nombre de la compañía de London Festival Ballet a English National Ballet, creando además su escuela. En 1988, invitó a Maximiliano Guerra al ver su video. "Insistió que pasara por Londres para firmar contrato antes del concurso de Varna, donde gané la medalla de oro", recuerda Guerra. "Al ganar me hizo pasar por Londres para presentarme a la prensa. Luego junté mis cositas en Buenos Aires y me mudé sin tiempo para pensar. En tres semanas había aprendido Etudes y La Sylphide para llevar a Egipto. Bailé de todo con ellos: para entonces teníamos 220 funciones al año. El ENB siempre fue formador de estrellas; y pertenecer fue para mí seguir la tradición de las estrellas argentinas a las que recordaban bien. Allí se selló la dirección de mi carrera; con mucho aprendizaje. Era una entrega constante salir todos los días a escena con un propósito nuevo. Y el repertorio me enseñó a ser dúctil: hoy hacía un clásico en Londres y mañana algo contemporáneo en Newcastle. Trabajé con grandes bailarinas, como Eva Evdokimova, y recuerdo muy bien la gala de 40 años con Lady Di, madrina de la compañía", dijo el primer bailarín de la Scala de Milán y del Colón, compañía que también dirigió. Guerra dejó el English National Ballet en 1992.
La coreografía argentina también fue parte del repertorio de esta compañía. "En 1991, el director artístico Ivan Nagy me invitó a montar Anne Frank con música de Bartok y diseños de Carlos Gallardo, porque lo había pedido para el ballet de Cincinnati que dirigió anteriormente", recuerda Mauricio Wainrot, exdirector del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. "Para el rol de Anne Frank elegí a Josephine Jewkes y Hope Muir, hermosas bailarinas". Esta obra fue objeto de un artículo en la revista británica Dancing Times, por la que fue considerada una temática audaz para un ballet, a tono con la tradición innovadora de la compañía.
El English National Ballet sufrió varios altibajos financieros que amenazaron su continuidad a lo largo de los años. Hoy, la compañía se sostiene con un programa filantrópico (basado en la generosidad de empresas, fundaciones e individuos), que complementa los subsidios del Consejo de las Artes y sus ingresos de taquilla. Rosario Giménez Elizalde, la baronesa de Mandat Grancy, embajadora internacional del ENB, nació y vivió un tiempo en la Argentina y trabaja hace casi treinta años atrayendo mecenazgos y sponsors a la institución. "Gran Bretaña es un país de gran cultura filantrópica y amor por las artes, y lo demuestran con pequeñas o grandes contribuciones. Es un orgullo y un privilegio representar al ENB. Los agradecimientos luego de la gala incentivan a trabajar más aún para esta familia", dijo emocionada al término del festejo.
Las palabras de Tamara Rojo al cerrar los festejos trazaron un camino para el futuro. "Cuando uno mira hacia el pasado, ve la generosidad de todos quienes hicieron la historia del English National Ballet y el aporte y la influencia de esta compañía en el mundo de la danza. Es un orgullo estar al frente".
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