Encuentros por azar entre bailarines y músicos
Cómplices en la improvisación, integrantes de la Compañía de Danza de la UNA le ponen el cuerpo a una experiencia que se arriesga al diálogo con otros intérpretes y sus instrumentos
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Esto es un encuentro, de Marthe Krummenacher, en colaboración con la Compañía de Danza de la UNA que dirige de Roxana Grinstein y músicos invitados (dirección musical: Leandro Rouco). En el Centro de Producción y Difusión de las Artes de la UNA (Caffarena 72). Próximas funciones en el FIBA: lunes 28 de febrero y martes 1° de marzo, a las 17. Gratis con reserva
Cinco bailarinas con sus cuerpos, cinco músicos con sus instrumentos, dos vertientes en un mismo escenario, reunidas para producir una experiencia artística más que un espectáculo. Todo queda en el terreno de la improvisación. Casi todo. Esto es un encuentro afirma el título (Ceci est une rencontre) o -más bien- varios encuentros: el del movimiento con el sonido; el del azar con la estructura; el de cada dupla, trío o conjunto en sí mismos y con el otro; el del espectador con la propuesta; el de Suiza con Argentina. Y es, finalmente, uno de los proyectos que el Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA) estrenó ayer y que puede verse también hoy y mañana, en una sala de La Boca.
Como todo acto de coincidir en un punto, el encuentro tiene reglas caprichosas. Un sorteo realizado cinco minutos antes de cada función determina quiénes actuarán cada día. Nadie sabe, tampoco, en qué momento saldrá a escena ni qué cantidad de tiempo habrá para entablar ese diálogo. Esa comunicación que parece retroalimentarse, en algunos casos fluye como si estuviera ensayada, y en otros, menos. No hay que olvidar que la improvisación es una técnica. Y que, aun cuando cada presentación sea única y cambien hasta los protagonistas, una cadena como la del ADN sostiene cierta estructura velada (sería como decir, por ejemplo, que dentro de las certezas está que cada intérprete saldrá al escena dos veces o que los encuentros de uno a uno se alternarán con otros de tres músicos y un bailarín, o viceversa). Un solo momento está pautado, tal como se lo ve: es la cantada al unísono que hacen bailarines y músicos, y que transporta al público hasta las montañas suizas.
De allí, de Ginebra, proviene la formación de Martha Krummenacher, la artista que lleva las riendas de esta experiencia; principalmente bailarina, tiene una carrera de interesantísimo recorrido: integró el Nederlands Dans Theater (NDT2) de Jirí Kylián, y luego trabajó con William Forsythe, dos pilares de la danza contemporánea en Europa de los últimos cuarenta años; también con la coreógrafa argentina Noemí Lapzeson. En esta ocasión cuenta con un cómplice local, Leandro Rouco, que quedó varado en Suiza por la pandemia cuando se produjo el encuentro entre ellos, que podría ser un tango: Martha venía desarrollando este proyecto y replicándolo en diferentes lugares desde hace una década y Leandro vio que el formato podría funcionar con músicos argentinos. Más o menos así llegaron hasta el FIBA, con el apoyo de la Fundación Suiza para la cultura Pro Helvetia y de la UNA.
De naturaleza efímera, cada encuentro dentro de este gran encuentro se arma y se desarma. Guitarras, teclado, batería, bajo y percusión; torsiones, saltos, deslizamientos, giros y quiebres. La respiración puede ser tanto música como silencio, y la voz, un puente. Las mejores conjunciones se dan cuando las jóvenes bailarinas se animan a producir sonido y cuando los músicos se arriesgan al movimiento. Aunque para la danza la conjunción podría ser intrínseca, como decía al final de la función de ayer Roxana Grinstein, directora de la compañía universitaria que trabaja en la obra: “Un cuerpo en movimiento ya está haciendo música”.
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