En el aniversario de Manuel Puig, vuelve “Boquitas pintadas” al San Martín
Minimalista y gestual, el espectáculo de Oscar Araiz y Renata Schussheim que estrenó el Ballet Contemporáneo en 1997 gana desde hoy la sala mayor del teatro en su cuarta “metamorfosis”
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Folletín, tango, radioteatro; cartas, bailes de primavera, velorios. Nené y Juan Carlos, Mabel, Pancho y una sirvienta: la Raba. Coronel Vallejos, años 40, Provincia de Buenos Aires. “¿Cuál era en ese momento su mayor deseo? ¿Cuál era en ese momento su temor más grande?” Boquitas pintadas está de vuelta. Nada parece casualidad y sin embargo la reposición del espectáculo de Oscar Araiz y Renata Schussheim sobre la segunda novela de Manuel Puig, que iba a verse en la apestada temporada 2020, abre el telón ahora, a un cuarto de siglo de su estreno original y en un año dedicado a homenajear al escritor que cumpliría 90 en diciembre próximo. Acaban de conmemorarlo con un desfile de sus personajes en la Feria del Libro y el sello Seix Barral reeditó toda su obra con nuevas tapas y prólogos. En escena, el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín enfrenta un nuevo reto que nadie ignora.
“Cada producción de Boquitas es una verdadera metamorfosis, algo que está vivo. Y esta es la cuarta”, dice Araiz antes de enumerar las salas por las que pasó: Casacuberta, Teatro Avenida, Alvear y ahora Martín Coronado. “Hubo síntesis, reducciones, a veces acondicionamientos transformados en aportes, las huellas de los que las interpretaron, la introducción del video que refuerza la relación cinematográfica de la puesta con el lenguaje visual. El desafío de esta última es la dimensión de la sala, para una expresión física minimalista y gestual. Pero todo es experimentación continúa e iremos viendo las consecuencias. Yo estoy muy feliz por la formidable respuesta artística de la compañía”, confiesa.
La declaración del coreógrafo es muy afinada porque incluye una suma de palabras clave para referirse a la versión, y remata con ese aspecto íntimo y austero que tiene la puesta para plasmar aquel “intento de nueva forma de literatura popular”, en términos de Puig, que sin renunciar a los experimentos estilísticos de su novela anterior (La traición de Rita Hayworth) perseguía con esta historia. Por el viejo arte de la fonomímica, los textos que aquí dicen los intérpretes se perciben a través de una pista de audio, elemento fundamental para la alquimia de la obra.
Si la Boquitas pintadas original, también estrenada por el Ballet Contemporáneo en 1997 –curiosamente, la actual directora de la compañía, Andrea Chinetti, formaba parte del elenco de entonces– contaba con actores invitados, ahora todo corre por cuenta de los bailarines. “Interpretada por los bailarines y sin actores (tema muy discutible fijar esa frontera, para mí un bailarín es ante todo un actor) ya fue en el Alvear, con el Ballet de Bolsillo –recuerda Araiz–. También es subjetivo definir un actor o bailarín por el empleo o no de la voz. La pista de sonido es la misma, con un casting de alta gama: Víctor Laplace, Mausi Martínez, Andrea Politti, Pedro Segni, Catalina Speroni, Alejandra Flechner, Alejandro Tantanian, Mario Filgueira, Divina Gloria, Betty Couceiro. Todo editado, compuesto, por ése mago del sonido que es Edgardo Rudnitzky”.
“Era… para mí la vida entera…” El epígrafe de Alfredo Le Pera es lo primero que se lee en el libro de 1969 después de “Boquitas pintadas de rojo carmesí”, el título del capítulo uno. Y es también lo primero que se oye en la sala mayor del San Martín. El “fallecimiento lamentado” de Juan Carlos Etchepare aparentemente conmueve a toda la vecindad, apesadumbrada y de luto frente al cajón ni bien se corre el telón tal como en el folletín. La correspondencia entre Juan Carlos y Nené, que ante la noticia de la muerte de él busca recuperar, revive ahora en las cartas que intercambia con Leonor, madre del difunto, y en escena se escriben como en las páginas. Tan triste, tan triste (y tan sugestiva y llena de humor) la historia de cómo este pueblo llegó hasta aquí se rebobina como una película para revisar una década en poco más de una hora y media.
En la función de hoy, así como en el ensayo que presenció LA NACION 48 horas antes del estreno, la rubia, blanca y pura mujer a la que el difunto quiso de verdad está interpretada por Ivana Santaella, mientras que el don juan acalorado de campera de cuero está encarnado por Emiliano Pi Alvarez. La sensual Mabel de Fiorella Federico se pierde entre las botas de Pancho (David Millán) a espaldas de la sirvienta que restriega la ropa en un tacho de zinc. Esta actuación de Lucía Bargados hace recordar un fragmento de aquel video grabado hace dos años, cuando otra peste más contemporánea que la tuberculosis que sufre el protagonista dejaba a todos en casa, y estos bailarines eran de los primeros en experimentar con los montajes por Zoom. Entonces, Araiz se asomaba por una ventanita de la pantalla y le decía a la bailarina que en su andar en círculos “rascara el piso” y luego, cubierta con una sábana como el velo de una novia, que adquiriera una postura menos encorvada, porque sino parecía una brujita. Todo ese trabajo detallista, sobre el gesto, no se esfumó en la virtualidad, está aquí en los cuerpos haciendo la diferencia.
PARA AGENDAR
Boquitas pintadas, de Oscar Araiz y Renata Schussheim, por el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. En Corrientes 1530. Estreno: sábado 21, a las 20. Funciones: viernes, sábados y domingos, a las 20. Entradas: platea, $ 850; Pullman: $ 700; viernes: $ 450 (descuento 50% para jubilados y estudiantes).
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