Emanuel Abruzzo: “Sinfonía para un nuevo mundo es el regreso a la vida y a la danza”
Recuperado de una neumonía que casi lo “pasa para el otro lado”, el bailarín y coreógrafo creó para la compañía independiente Buenos Aires Ballet, que dirige Federico Fernández e integran mayormente artistas del Teatro Colón, una obra alegórica al renacer de estos tiempos
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La sinfonía Del nuevo mundo suena desordenada desde la tablet, pero transmite lo que tiene que decir: que después del temporal, asistimos a una suerte de renacimiento… O por lo menos todos queremos creer que estamos transitando hoy esa etapa. El bailarín Emanuel Abruzzo supo con cada centímetro de su cuerpo cómo fue pasar el último año prendido a la cola de un huracán, aunque a simple vista pareciera no haberle dejado malos rastros. Con zapatillas de calle, al frente de un ensayo, se puede adivinar intacta su risa grande debajo del barbijo reglamentario mientras limpia en el cuerpo de los integrantes del Buenos Aires Ballet (BAB) algunos pasajes de la obra que creó para esta ocasión, sobre la célebre partitura de Antonin Dvorak. Así, con una nueva pieza clásica, es el regreso al escenario para seis damas y tres caballeros, la gran mayoría provenientes del Ballet Estable del Colón -empezando por Federico Fernández, primer bailarín del teatro y director de esta compañía independiente-, que de frente al espejo de la sala le devuelven a su compañero –aquí, el coreógrafo- lo que pide: una entrada en conjunto repiqueteando un tradicional bourrée, algunos pasos de piernas cerradas y hasta un guiño más jazzero escondido en una transición. En verdad son más que estos nueve artistas los que volverán a subirse al escenario después de un año y medio de pandemia con el programa de la función de este domingo por la tarde, en el Teatro Astral, una selección de obras que incluye, por supuesto, esos pas de deux que son el caballito de batalla del elenco (ver aparte).
La conmemoración de los 180 años del nacimiento del compositor checo vendría como anillo al dedo, pero la efeméride no es una excusa pomposa para que esta Sinfonía N°9 en mi menor haya llegado hasta acá. ¿Solemnidad? No, todo lo contrario. “A mí me gusta decirle Dvórak-me otra vez”, suelta Emanuel Abruzzo con una ruidosa carcajada sobre la misma mesa del bar en la que recuerda el mal trago de una reciente neumonía bilateral agarrada tarde: cuando el coronavirus era una completa novedad y la ola recién estaba escalando su primer pico, parecía que cualquier enfermo con un test negativo podía esperar. Para entonces, Emanuel venía inyectando alegría en la pandemia con sus videos y clases gratuitas en redes sociales, donde a diario corregía con humor a unas desobedientes caderas tipo Shakira o acudía a la pedagógica imagen de “la ojota” para señalar adónde tiene que ir el peso en un correcto relevé. Pero para mayo, el cansancio, la tos y la fiebre hicieron un visible llamado de atención y, tras un derrotero más largo de lo que debió ser, terminó internado. “No fue Covid, pero casi me pasa para el otro lado. Cuando salí del hospital Muñiz todavía estaba con la euforia de los antibióticos, pero ya en casa solo quería dormir, no tenía fuerza para pararme ni hambre para comer. Había bajado casi 30 kilos, las calzas me quedaban grandes: se arrugaban. Vivía con frío, usaba tres pantalones juntos, no me quedaba musculatura. Hay fotos que estoy dudando si las comparto, como un antes y un después, porque creo que no estamos conscientes de lo fuerte que una enfermedad te puede atacar si no te cuidás. Tuve una segunda oportunidad: fantástico, ahora vamos a hacer las cosas bien”.
La rehabilitación, cuenta, empezó prácticamente de cero, “Fue reaprender a caminar. De a poco, luego, a hacer algunos pasos en la barra, hasta que me pude sumar a las clases virtuales del Colón, que habían empezado después de que me interné. Como empezar de vuelta y ahora ya pasó más de un año”, dice, molto vivace, como la propia sinfonía Del nuevo mundo. Aprendió, también, a salir de esa posición orgullosa tan común del ‘puedo solo’ (spoiler alert: “No, no se puede solo”) y, sin secuelas físicas, asiste hoy a lo que llama “el regreso a la vida y a la danza” (en esta parte debería sonar el allegro con fuoco de la pieza de Dvorák).
Rosarino, 34 años, a Abruzzo le quedan varios años de bailarín por delante que desea transitar, pero la inquietud lo lleva en simultáneo a ir explorando otros territorios, en diferentes lenguajes. “En cierta manera me estoy abriendo camino, sacándole una rama más del árbol, viendo qué otras cosas puedo aprender para hacer algo nuevo”. Tal es la amplitud de su registro que puede ir del Colón a ShowMatch, donde supo ser participante de viejos “Bailando” y, esta temporada 2021, hizo una coreografía para la apertura del programa–. En la obra que se verá el fin de semana, aflora sobre todo el lenguaje clásico. El compositor -dice- le fue “dictando” los pasos. Es su método: la música le señala para dónde tiene que ir. “Cada bailarín tiene un solo, que representa la forma en cómo yo los veo a ellos. Es una coreografía con virtuosismo, que cansa, y todos tienen momentos en los que se destacan. Hay una especie de cuerpo de baile también, y la verdad es que en mi cabeza, cuando escuchaba la música, imaginaba treinta bailarines en escena. En ese sentido, es como un workshop de lo que podría ser”. Nuevamente, el Buenos Aires Ballet -elenco surgido en 2015 como respuesta a la necesidad de sumar mayor oportunidades de hacer funciones, principalmente, para los artistas de los elencos oficiales- vuelve a hacerse visible como un espacio donde bailarines pueden experimentar el salto a la coreografía.
La carrera de Abruzzo dista bastante de ser “típica” para un bailarín clásico del Teatro Colón. Llegado a Buenos Aires desde Santa Fe, apenas si hizo un vuelo “rasante” por la carrera de Danza del Instituto Superior de Arte que es la cantera de la compañía y para el que trabaja actualmente con los alumnos de todos los niveles en el montaje de una obra para fin de año. Entonces, pasó por las clases de Katy Gallo y Raúl Candal, y los salones de la Fundación Julio Bocca: integró el ballet Sub-16, que lo “fogueó” en los primeros escenarios y donde conoció, por ejemplo, a Ayelén Sánchez y Federico Fernández, sus actuales compañeros en el Estable, y que bailan ahora como principales en esta obra que estrena el BAB.
Hasta acá, el camino transitado en la formación por muchos bailarines argentinos que provienen de buenas manos. Pero a los 15 años, con una dificultad importante en la vista, las cosas empezarían a sacarlo de la senda tradicional. “De chico era miope: 5.75 tenía a los 15 años. Usaba lentes de contacto y tuve que dejarlos por una conjuntivitis crónica, entonces bailaba con anteojos. Esa es la razón por la que me fui del país”. En Nueva York, tomó clases con Willy Burmann –el gran maestro que falleció el año pasado-, con tanta suerte que en el acto Víctor Trevino, director de la compañía Grandiva, lo vio y le ofreció un contrato. “Yo le dije que bailaba con anteojos, que en la Argentina no podía trabajar, que así no me tomaban en ningún lado, y me contestó que no me preocupara, que íbamos a encontrarle una vuelta. Me pusieron un nombre: fui Julie Clark Kent por cuatro años”. Después se cambió a Les Ballets Trockadero, famosa compañía all male, también con hombres en puntas que hacen títulos de repertorio. Para cuando volvió de los Estados Unidos –donde tendría más tarde el privilegio de formar en las filas de la gran Suzanne Farrell, musa de Balanchine–, ya había juntado el dinero que necesitaba para operarse los ojos y, así, dejar en el pasado el asunto de los lentes, algo más que una gran anécdota.
Lo que sigue, es la carrera de un bailarín de técnica clásica pero con inquietudes de muy diferentes vertientes, dueño de una gran personalidad en escena: imposible que su histrionismo y carácter no hagan una diferencia. Es vigoroso a merced del virtuosismo que pide el Ídolo de bronce; se desenvuelve con la emoción a flor de piel en lo actoral, como en Mercucio, amigo y confidente de Romeo; es un sensual intérprete de jazz y siempre guarda en la manga el humor (vale chequear el personaje de Ivanka, que creó para las redes sociales). “Tuve maestros que me enseñaron con alegría, sin tanta exageración como hago yo, y después de bailar en Trockadero, fui adquiriendo ciertas herramientas con maestras rusas, cubanas, a quienes rindo homenaje con Ivanka”. De todos los aprendizajes, el más reciente, que aplica al arte como en la vida, se lo dio la experiencia de la internación. “Me enseñó a que lo que tenga que ser, será: andá para adelante y no molestes al de al lado. A darle importancia a lo realmente importante y no a dejar de lado esas tonterías que a veces nos ocupan la cabeza y nos ponen mal”.
PARA AGENDAR
Buenos Aires Ballet. Este domingo, a las 16, en el Teatro Astral; Corrientes 1639.
Entradas. Desde $ 900, por Plateanet (2x1 con Club LA NACION).
PROGRAMA COMPLETO
El espectáculo incluye Raymonda (pas de deux), con Sofía Menteguiaga y Federico Fernández; El lago de los cisnes (pas de trois), por Milagros Niveyro, Lucía Giménez y Yosmer Mejía; Las llamas de París (pas de deux), por Rocío Agüero y Jiva Velázquez; Vidrios rotos (fragmento), por Sofía Menteguiaga y Emanuel Abruzzo; y el estreno de Sinfonía para un nuevo mundo, (estreno coreográfico de Emanuel Abruzzo para BAB), con Ayelén Sánchez y Federico Fernández; Ludmila Galaverna, Jiva Velázquez, Rocío Agüero, Yosmer Mejía, Iara Fassi, Milagros Niveyro, Lucia Giménez.
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