El seleccionado de Julio Bocca
El exbailarín dirigió una excepcional gala en el Teatro Real, con primeras figuras internacionales
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Desde el punto de vista del espectador, es claro el atractivo de una gala de estas características. En este formato de espectáculo, basta con una noche para ver a una cantidad de primeras figuras de la danza de diferentes compañías del mundo, juntas. Más aún: todos ellos, en dos horas, ofrecen un singular programa mixto que, en este caso, no sólo recorre el repertorio clásico, sino que le abre la puerta al contemporáneo y hasta deja entrar creaciones del sello del siglo XXI. Si el director tiene criterio, ojo aguzado, trayectoria y buenos contactos, entonces, el público avanza con placer y aplauso por un menú de bocados sabrosos.
Julio Bocca, que nunca en su extensa e intensa carrera se subió al escenario del Real, fue convocado ahora por esta calificada sala española para dirigir su gala anual de ballet. "Me querían tener como sea, y a mí me encantó organizarla, porque es algo nuevo, diferente", comenta entusiasmado antes del debut. "Ellos son artistas arriba de un escenario; cuando los ves, no son bailarines saltando y girando; ves a cada personaje", marca la diferencia para referirse a su dream team: Tamara Rojo (la española del Royal Ballet de Londres), José Manuel Carreño (el cubano del neoyorquino ABT), Manuel Legris (el francés leyenda de la Opera de París), Patrick De Bana (renombrado coreógrafo alemán), Igor Yebra (de la Opera de Burdeos), Christina Michanek y Sebastian Kloborg (solistas del Royal Danish Ballet), Thiago Soares (primer bailarín brasileño del Convent Garden) y tres generaciones de argentinas, de menor a mayor, Marianela Núñez (también integrante principal de la compañía inglesa), Cecilia Figaredo y Eleonora Cassano (puntales del Ballet Argentino). Es cierto: descartado el virtuosismo técnico del que podría hacer alarde cada uno de ellos, la gala no puso proa en ese dejo circense, de exhibición, con que a veces aún se mira al ballet. Se hizo fuerte, en cambio, al entregar expresividad, calidad interpretativa. ¿Qué decir, si no, del dúo del más tierno amor que ofrecieron la bella (y durmiente) Núñez y su enamorado Soares? ¿Y de la intensidad dramática y madurez con la que Cassano y Legris le dieron cuerpo y alma a Manon, esa obra magnífica de MacMillan que Bocca no duda en anotar entre sus favoritas? ¿Y del tándem Legris-De Bana, en Nefes (en turco, ‘respiración’), contundente trabajo de lenguaje contemporáneo, que se mueve entre Oriente y Occidente como siguiendo una voz ancestral?
Párrafo aparte merece Igor Yebra, que puso la piel de gallina con un solo que él mismo creó hace seis años. Se trata de El cisne, homenaje a esa miniatura coreográfica y símbolo clásico que es La muerte del cisne, pero en plan contemporáneo. "Quise probar los límites, y una de las cosas más difíciles que hay es bailar desnudo y en silencio, un silencio que en verdad no es tal, sino un ritmo interior", comenta el bilbaíno. La obra avanza en escena y la célebre partitura de Saint-Saëns se aborda con una inequívoca referencia a Maya Plisetskaya. No obstante muy personal y conmovedor, Yebra se movió por los lagos de luces que Bocca se animó a rediseñar para esta pieza que muere poco después del grito mudo del hombre cisne.
La noche con amigos
Admiradores y admirados; viejos compañeros de ruta; amigos. Bocca and Friends podría haberse llamado este encuentro en otro rincón del mundo. Pero para España el ex bailarín argentino armó un programa cuyo entramado sobresalió por la variedad: desde Petipa, con escala en el moderno José Limón, llegó hasta hoy. También ofreció algunos diálogos internos. Presentada en dos partes, en la función quedaron "linkeadas" las intervenciones de la joven pareja danesa: primero hicieron La sylphide y más tarde, Yesterday, un tributo a aquella Sylphide de Bournonville, que, sobre música de los Beatles, concibió el director del Ballet de Hamburgo John Neumeier.
Los bravos y aplausos alcanzaron en el final la ya sabida fervorosa expresión del público por la local Tamara Rojo. Con Carreño, gran partenaire, la bailarina hizo Don Quijote y dio cátedra de equilibrio; tan extraordinaria es que en este universo plagado de hadas podría creerse que calza zapatillas mágicas que le otorgan el don de clavarse en puntas eternamente.
Y Bocca volvió a los escenarios. Pero a saludar, sólo a saludar. “Salí contento y tranquilo. ¡Si yo no hice nada ahí arriba!”, dijo en broma un rato después, ya seguro de haberse adjudicado con esta gala otra perla para su collar.
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