El príncipe andaluz que aún se resiste a serlo
El bailarín que Bocca fichó para el Sodre despliega toda su expresividad con su personaje preferido: el zar Pablo I
Cuando Ciro Tamayo empezó a estudiar ballet era rubio, menudo y de ojos azules. Tenía el physique du rôle para príncipe de cuento de hadas. Pero los felices-que-comen-perdices lo empezaron a aburrir rápidamente. "Después de interpretar diferentes roles me di cuenta de que hacer de principito es lo que menos me entusiasma -reflexiona el andaluz, primer bailarín del Ballet Nacional Sodre, de Uruguay-. Disfruto más hacer de un villano, porque el villano siempre tiene más matices."
Antes que hacer de un príncipe azul, prefiere hacer un príncipe loco. Como el zar Pablo I de Rusia al que el coreógrafo Boris Eifman puso en relación con la obra de Shakespeare al crear el Hamlet ruso, que hasta mañana está en cartel en Buenos Aires. Este torturado heredero al trono implica bailar un rol cargado de teatralidad y complejidad emocional. Y que Ciro Tamayo disfruta enormemente.
"Pablo es mi personaje favorito desde que lo hicimos por primera, en 2013, en Montevideo. Requiere una entrega emotiva y artística muy elevada. Sufre un cambio muy fuerte del primer acto al segundo. Aparece más maduro y con un grado de demencia más elevado -sostiene Tamayo-. Desde el primer momento en el que lo aprendí y me puse a crear el personaje, lo hice muy propio. «Mi» Pablo está mucho más enfermo que el que hacen otros compañeros. El mío está más trastornado por sus propios fantasmas."
El ojo de Bocca
Julio Bocca lo descubrió en un certamen en Barcelona y lo invitó a sumarse al proyecto que estaba iniciando como director del BNS. Ciro tenía apenas 16 años y se tomó una temporada más para terminar sus estudios en la escuela del Royal Ballet de Londres. Por ese entonces, apenas si el malagueño podía ubicar Uruguay en el mapa. Seis años más tarde, toma mate amargo y tiene un marcado acento rioplatense al hablar.
Tamayo pertenece a una generación de bailarines varones que entraron a la danza clásica después de ver Billy Elliot. "Yo ya hacía actividades extraescolares artísticas, como patín o baile, pero no era suficiente. Vi esa película a los 7 años y se abrió todo un mundo de posibilidades para mí", recuerda. Ahora, con 23, ya ha vivido la incertidumbre de atravesar la operación de un pie y una lenta recuperación de varios meses. "Pasé por todos los estados de ánimo: vivir la libertad de no tener que entrenar, la angustia de no saber quién soy si no bailo. Me puse a estudiar otras cosas: teatro, acrobacia... No podía permitir que no estar bailando me sumiera en una tristeza absoluta. Entonces aprendí que no todo es trabajo -admite Tamayo-. Pude ver que tengo una vida por fuera de mi carrera, una pareja, un hogar, mascotas. Volví a leer libros en papel. Empecé a tener macetas con plantas aromáticas."
Todos los días camina de vuelta a su casa las once cuadras que separan la sede de su jornada laboral de ocho horas de su casa. La gente lo reconoce y lo para en el supermercado, en la panadería, le agradece sus emociones. "A mí me gusta ser sencillo -sigue-. Me gusta también que la gente valore lo que hago, pero las cosas más formales no me llaman la atención. No me gusta ponerme el traje, siento que estoy creando un personaje que no soy yo."
Y meterse en la piel de los personajes a veces le implica un trabajo extra en su propia piel: si los roles que baila llevan el torso desnudo, el equipo de maquillaje del BNS debe tapar con arte y ciencia el contundente dragón tatuado que lleva en su costado. Y un par de piercings faciales a veces son removidos si las coreografías indican mucho contacto con sus compañeras. "No creo que eso me deje en el estereotipo del bailarín rebelde", advierte enseguida.
La temporada 2017 de la compañía conducida por Bocca continuará en el Auditorio Nacional del Sodre con un programa que incluye Balanchine, nuevos coreógrafos de danza contemporánea y tango, el Romeo y Julieta de Kenneth MacMillan y un Cascanueces de Silvia Bazilis. También viajará con el Sodre para participar de la ceremonia inaugural del Festival de Danza de Cannes y, de vuelta en el hemisferio sur, harán una gira por varias ciudades argentinas.
De las 14 funciones de Hamlet ruso que hicieron este año en Montevideo, Ciro disfrutó cinco noches con su reparto; suma dos (la segunda, esta noche) en Buenos Aires. "Ya lo tengo que ir soltando, porque próximamente volveremos al Quijote. Me gustaría explotar la parte actoral el 100% de las veces, porque el público disfruta de las piruetas, pero lo que perdura es lo que le transmitas emocionalmente. Prefiero que me digan que los hice llorar y no que se sorprendan con mis saltos."
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