El ocaso, el amor y la muerte
Noche contemporánea / Obras: Amor, el miedo desaparecerá, de Walter Cammertoni; música: J. S. Bach. Bosque de espejos, de Constanza Macras; música: Berg, Webern, Purcell y Bach. Por vos muero, de Nacho Duato; música orquestada por Jordi Savall. In the Middle Somewhat Elevated, de William Forsythe; música: Thom Willems / Por el ballet estable del teatro colón / Dirección: Maximiliano Guerra / Duración: 160 minutos / Teatro Colón / Nuestra opinión: Muy bueno.
Es clásica la sentencia de Pina Bausch acerca de la paradoja de la danza: el bailarín -sostenía- alcanza su madurez a los 40 años, una edad a la que, por regla general, debe retirarse. Desafiando la tradición (e imposiciones de la fisiología), la creadora de Wuppertal incorporaba en sus obras a bailarines que sobrepasaban ese límite de edad. Con Tres generaciones, Jean-Claude Gallotta orquestó en Buenos Aires un tríptico danzado con bailarines de entre 10 y 70 años. Ahora, convocada por el Teatro Colón, Constanza Macras reincide en esa experimentación con Bosque de espejos: apeló a integrantes del Ballet relegados a roles decorativos o que -se supone- deberían haber pasado a retiro.
Se perfilaba como lo atípico de Noche contemporánea, nuevo programa del Ballet Estable del Colón en el que la pieza de Macras va junto a otras tres, también de artífices actuales, Walter Cammertoni, Nacho Duato y William Forsythe. "Actuales", porque no todo en este programa, inquieta iniciativa del director del Ballet Estable, Maximiliano Guerra, es danza contemporánea. Y, como era previsible, el mayor lucimiento se verifica en el desempeño de la compañía (por cierto, brillante) en el código académicamente más formal de Duato y de Forsythe.
Una hilera de 16 bailarines señala la línea del fondo escénico: así arranca Amor, el miedo desaparecerá, la pieza del cordobés Walter Cammertoni (antes, responsable de un espectáculo de tango que coreografió para el Ballet del Mercosur, la otra compañía que dirige Guerra). Desprendimientos de esa línea se resuelven en dúos simultáneos, algún solo y bloques no muy dinámicos: tímidos atisbos de diseños y algún efecto de "lluvia" completan este módico y despojado ejercicio de composición.
"Para que yo sea una utopía basta que sea un cuerpo", reza uno de los textos que acompañan, en la voz de los bailarines y también de una actriz (Cecilia Bassano, de un amateurismo inaceptable en ese escenario) la acción de la pieza que Constanza Macras montó con los integrantes del Ballet del Colón: Bosque de espejos pivota sobre las muertes de heroínas románticas. Así, el final del primer acto de Giselle, con la agonía de la desdichada campesina enamorada, ocupa el bloque inicial (acaso el mejor) de la pieza.
Claro que la sagaz invención de Macras consiste en una deconstrucción casi caleidoscópica de ese tramo. Y lo hace, como se sabía, con los veteranos del Estable que ya casi no bailan: Norma Molina y Ricardo Ale asumen el protagonismo de la escena, y el dúo final de Romeo y Julieta, en la cripta (difíciles portés para él, quien, además, debe decir un texto). Otros dúos destacados: Alejandro Parente con Carla Vincelli, y Paula Cassano con Igor Vallone. La acción (enturbiada pretenciosamente por el texto de Foucault, que suena a ilustración) tiene un ritmo meditativo, distante del nerviosismo feroz que Constanza vuelca en sus obras.
Un vivaz trío o un dúo brioso sobre acordes de los siglos XVI y XVII, orquestados por Jordi Savall, alternan con bloques mixtos en la deliciosa suite que Nacho Duato compuso hace 20 años (la trajo al Teatro San Martín) y que mantiene su frescura, actualizada e impecablemente bailada por la compañía local: "Por vos tengo vida, / por vos he de morir / y por vos muero", reza el final del soneto de Garcilaso, cuyo último verso da título a la pieza. Se traduce en una danza neoclásica, despojada y versátil, con algo de Kylian (es muy bello el sexteto femenino de las máscaras), en un transcurrir signado -como los versos que le dan origen- por el amor y la muerte.
Los vertiginosos 26 minutos de In the Middle Somewhat Elevated, pautados por los sonidos electrónicos (ríspidos, tormentosos) de Thom Willems, fueron el resultado del encargo que en 1987 Nureyev le hizo a Forsythe para el Ballet de l'Opéra de París, y que encontró su intérprete canónica en Sylvie Guillem, a quien siempre acompañaron bailarines que conocían el "estilo" Forsythe, rico en torsiones y detenimientos "disonantes". La repositora Kathryn Bennets debe haber extremado recursos para transmitir ese atteggiamento antirromántico (y desdeñoso) a los bailarines locales. Sin embargo, la coherencia grupal de la compañía y algunos solos femeninos que desafían los límites de la elongación (las famosas "seis en punto" de las piernas de Guillem), más algunos dúos (Federico Fernández con Macarena Giménez), consolidan este feliz ingreso del celebrado coreógrafo neoyorquino al repertorio del Ballet del Colón.