El mundo despide a Carla Fracci, la maga italiana de la danza
Las repercusiones por la muerte de la gran bailarina cruzan las fronteras; en el recuerdo de Julio Bocca, Maximiliano Guerra y otras destacadas figuras internacionales se explica por qué fue tan grande; mañana habrá capilla ardiente en el foyer de la Scala de Milán
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Un monumento nacional para los italianos; o Carla, así, a secas, “la Fracci”, para los que adoran la danza: “Será siempre inmortal”. Con esa triste sentencia despedían esta mañana desde todas partes del mundo a la gran estrella del ballet que murió a los 84 años en Milán. Una leyenda, que en vida supo inspirar tanto en el célebre personaje de Giselle como con sus pies en la tierra: también vestida de blanco, hasta hace poco, se la veía aplaudiendo a su querido ballet en la platea de la Scala.
Recuerdos, enseñanzas y anécdotas destacan ahora aspectos centrales de su personalidad y de ese rol fundamental que cumplió como transmisora de un legado: honrar a este arte. Julio Bocca y Maximiliano Guerra, dos de las máximas figuras de nuestra danza a finales del siglo XX y comienzos de este, bailaron con Carla Fracci y dan testimonio de su valor y generosidad.
“Lamentablemente se fue otra grande de la danza”, expresa Bocca desde Uruguay, triste por la noticia. “Cuando hizo su última función de Giselle en Nueva York tuve el honor de ser su Albrecht y, entonces, recordé aquel memorable primer acto de su presentación en el Teatro Colón: todo el cuerpo de baile sobre el escenario (tendría yo unos 14 o 15 años) llorábamos con ella en la escena de la locura. Luego, tanto tiempo después, en la función del Met, sentí que me contaba su historia en ese maravilloso segundo acto, mágico e inolvidable, que estará siempre en mi corazón”. Bocca subraya y recupera de Fracci, con quien coincidiría muchas veces a lo largo de su carrera, “ese cuidado, elegancia, calidad y excelencia en la forma de bailar, amar y respetar la danza”, lo mismo que él ahora busca transmitir cuando le habla a los más jóvenes.
Guerra, que desde 1992 desarrolló su carrera en Italia, “convivió” con Fracci mucho tiempo en la Scala de Milán y en la Ópera de Roma –destaca la obra Pilares de fuego, de Antony Tudor- y también coincidieron más tarde en giras, cuando Fracci ya era Isadora. “Fue un ícono primero para su país, porque llevó la bandera bien en alto –la que luego tomaría Alessandra Ferri-, y fue por supuesto, también un ícono además para todo el mundo. Pero para mí, sobre todo, fue una gran compañera. Todos los divos tienen su forma de ser, son maravillosos. Ella era generosa, con mucha apertura para empujar a los jóvenes. Y tenía una particularidad, siempre estaba sonriente: tenía una sonrisa para recibirte y para despedirte. Así la voy a recordar, con mucho cariño”.
En ese mismo sentido, más temprano, también en contacto con LA NACION pero desde Madrid, el bailarín y maestro vasco Igor Yebra, que aprendió y compartió escenario con la diva, decía emocionado que siendo él un muy joven partenaire “cuando bailaba con ella sentía tener a Italia, al mundo de la danza, entre las manos”. Entre otras enseñanzas -hay que resaltar que Fracci fue una gran inspiración para generaciones y generaciones de bailarines consecutivamente hasta hoy-, el español transmite cómo “te obligaba a que fueras al ensayo bien vestido, a que te comportases, por respeto a la danza. Pertenece a una época y una manera de afrontar la profesión única. Cuando la veías, te fijaba con la mirada, te dejaba inmóvil”. Conmovido, recupera la sorpresa con la que conoció otra de sus características, su increíble sentido del humor: “Esa primera vez tenía que tomarla por detrás en un porté, y yo con un respeto increíble... Carla se dio vuelta, me miró y me dijo: ‘Te puedes acercar más, que no soy virgen’. Esa era ella, la seriedad y siempre una media sonrisa”.
El brasileño Renato Paroni, maestro del English National Ballet, rememora en un posteo de Instagram sus temporadas como bailarín de su compañía durante dos años en los ’80, y resalta una lección elemental: que la técnica, sí, debe estar ahí, “pero primero el arte”. La llamó “la maga”, un apodo que a la luz del brillante hechizo que dejó en su paso por la escena cobra hoy un nuevo sentido.
También desde Londres, la argentina Marianela Nuñez despidió a Fracci con “un abrazo al cielo lleno de admiración, agradecimiento, cariño y respeto”, en un mensaje que compartió con fotografías recientes. En las imágenes, las dos estrellas, con medio siglo de distancia, se expresan admiración y se abrazan, por ejemplo, tras una memorable función de Onegin, en el escenario de La Scala. Eso se llama legado.
Justamente en el teatro de Milán, el cuerpo de baile trabajaba hoy en su clase cuando, al finalizar, el director de la compañía, Manuel Legris, les transmitió la noticia de su muerte. ”Hicimos un minuto de silencio -cuenta la argentina María Celeste Losa, solista de ese elenco-. Y mañana será la capilla ardiente en el foyer del teatro para despedirla”. Recientemente, habían filmado un documental sobre el trabajo de los bailarines de La Scala durante la pandemia, en el que mostraban el backstage de las funciones sin público y, luego, la esperada reapertura. Y como entre otros títulos preparaban Giselle, invitaron a Fracci a montar obra tan mítica. “Su ingreso en la sala de ensayos fue increíble, la emoción de todos y la suya propia -recuerda Losa esas jornadas de 2020-. Como yo hacía Mirtha y ella seguía de cerca a Giselle, no pude tenerla tan directamente como maestra, pero para todos fue un honor que viera nuestro trabajo. La encontramos muy vivaz entonces, lo que hizo que el shock esta mañana fuera doble”.
Fracci: una Giselle inolvidable en el Colón
A aquella inolvidable Giselle conoció la Argentina en 1984, cuando bailó en el Teatro Colón la versión de Gustavo Mollajoli, en la emblemática función a la que antes se refería Julio Bocca. El exbailarín Alejandro Parente, que entonces era un chico, quedó impresionado en los ensayos tan solo con la caminata que Fracci hacía junto con el rumano Gheorghe Iancu cuando entraban al escenario, sin más pasos que los del andar: “Había magia. Me parece que el ballet tiene que convocar nuevamente la magia”, decía. Pero esta mañana, Parente siguió recordando esa visita de la italiana a Buenos Aires, cuando él era un estudiante del Instituto Superior de Danza subido al carro de la vendimia y la diva “llegó al Colón envuelta en la leyenda, junto a un bailarín ignoto que volaba literalmente. En la anteúltima función, él se rompió un tendón de Aquiles en la variación del segundo acto, y ella siguió sola hasta terminar la función”. Escena imborrable, sin lugar a dudas, que el maestro Mario Galizzi también se apura a recuperar con una frase que es, a la vez, una pincelada lírica y literal: “Se fue sola hacia su tumba”.
No hace tanto, cuando Parente ya se había retirado y trabajaba como maestro en la Scala, la reencontró. “Después de una gala, nos sentamos con Marianela a su lado en una cena, vimos fotos, nos contaron anécdotas con su encantador marido, Beppe Menegatti. Y luego, otra vez, en una función de la Scala, la acompañé hasta el escenario; me pareció algo pérdida en el teatro, como cuando salía por la puerta de la casa de Giselle, blanca y etérea, como un rumor que pasa flotando. El exbailarín alumbra, además, que el primer lazo de Fracci con la Argentina no fue presencial, sino a través de una gran maestra formadora del Teatro Colón y luego del Argentino de La Plata, Esmée Bulnes -”la Bulnes”-, que después de la Segunda Guerra Mundial partió de Buenos Aires a Italia, en 1950. “La Signorina” marcó a las nuevas bailarinas que se formaban en la Scala de Milán, entre ellas dio gran apoyo a Carla Fracci, que llamaría públicamente a su maestra “la inolvidable”. Todo según consta en Esmée Bulnes, maestra incansable, libro de Enrique Honorio Destaville que publicó Balletin Dance Ediciones en 2010.
El propio Gheorghe Iancu, uno de esos bailarines que Fracci tomó como su partenaire y los hizo conocidos, grandes, hizo público su pesar en las redes sociales, hablándole directamente a su querida compañera: “Cuántas veces hemos muerto juntos en el escenario, querida Carla. Esta vez me engañaste, te fuiste de verdad, y estoy atónito e incrédulo porque para mí eras inmortal. Mi compañera de vida, porque para nosotros el baile era vida, ¡Gracias por todo!”.
Para evocar su interpretación de ese inolvidable personaje, el coreógrafo argentino Alejandro Cervera comparte las impresiones que anotó hace apenas unos meses, durante la pandemia, luego de ver un video de Carla Fracci haciendo Giselle. “Veía cómo cada gesto de ella como cada port des bras, cada movimiento, cada mirada, tiene un significado, un contenido. Y mágicamente se entiende todo lo que está pasando en ese momento con ella y con Albrecht, y luego, el impresionante cambio que hay en la Fracci en el segundo acto, cuando Giselle se transforma en otra cosa, en otro ser; ese cambio parece natural y necesario. Entonces uno dice: esta persona hizo un contacto con algo muy cierto, con algo muy verdadero. Esta profundidad que encuentra esta intérprete tiene que ver con que ha podido contactar la idea original de la pieza. Pero además, ahí hay algo particular, hay algo que de golpe reluce y también, como dice Martin Heidegger con respecto a la obra de arte, hay algo que tiene como una especie de brillo propio, que reluce con una luz propia que en este caso está en ella, en la misma Carla Fracci.
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