El mundo de la danza se afianza en un escenario del otro lado de Los Andes
SANTIAGO DE CHILE.- Si una gala de ballet es un show de créditos, solo con las salidas a escena de Elisa Carillo y Marcelo Gomes hubiera alcanzado ayer para pagar la cuenta. Artísticamente hablando, claro.
La bailarina mexicana, ganadora este año del Benois de la Danse, y el ex principal dancer brasileño del American Ballet Theater (ABT) hicieron un Bigonzetti de antología en la Gala Internacional de Ballet de Providencia, una comuna en Santiago de Chile a la que algunos ya le dicen "providanza". Y, por si hiciera falta, volvieron al ruedo en la segunda parte del espectáculo, también en plan contemporáneo, con una gran interpretación de un dúo de Ricardo Graziano (ambas piezas por primera vez en el país). Presentándose ocasionalmente juntos desde hace dos años, forman un ensamble que calza como un guante en la mano: Carillo se reparte actualmente entre el Staatsballett Berlin (donde es primera bailarina) y la codirección que ejerce en la Compañía Nacional de Danza de México; Gomes se ha convertido en un guest artist de aquí para allá tras su salida del ABT en pleno #MeToo, pero logró mantenerse vigente. Verlo ahora del otro lado de Los Andes es un buen presagio para su visita a Buenos Aires en octubre, cuando vendrá a hacer la Cenicienta en el Colón (una oportunidad sobre la que después del show se manifestará con mucho entusiasmo).
En todo caso, obras como Vértigo (con música de Shostakovich) y Amorosa (creación que este año estrenó el Sarasota Ballet sobre un Verdi) revitalizan, dan matiz y profundidad a un prolífico formato de show que se representa en todo el mundo mayormente a base de pas de deux del repertorio clásico. Ahí, en el otro extremo de la cuerda contemporánea que tan bien vibró, se ubicaron, por ejemplo, pasajes como el de Festival de las flores de Genzano (con el regreso de Vittoria Valerio y Claudio Coviello, de la Scala de Milán, quienes también hicieron el Caravaggio aquel que le había dado a la Gala de Providencia el premio de la crítica, en 2017); Don Quijote y el adagio Shurale, a cargo de Oleg Ivenko y Amanda Gomes, del Tatar Academic State Theatre, de Kazán. A lo tártaro, el ucraniano no pareció anoche ser el Nureyev del siglo XXI sobre el escenario del Teatro Oriente, aunque en la pantalla grande todo se ve diferente (incluido su futuro): días atrás, en esa misma sala, había llamado la atención por su interpretación de "Rudi" en la película "El cuervo blanco", dirigida por Ralph Fiennes y dedicada a narrar el famoso momento de la deserción de la URSS.
La proyección del film –en una función única y exclusiva para 700 personas– fue parte de un programa que por primera vez amplió el alcance que tienen estas galas. Ya varios días antes, habían empezado actividades vinculadas con el espectáculo, que como tuvo entradas agotadas –el Teatro Oriente tiene habilitadas 900 butacas– muy posiblemente en 2020 pase de dos a tres noches. Además del mapping que cada atardecer vistió la fachada del Palacio Schacht que es sede de la Fundación Cultural, se realizó un homenaje a Marcia Haydée, hubo conferencias públicas y se montó en un foyer ganado a la sala una vitrina para exponer el vestuario de La bella durmiente que la mítica bailarina argentina Olga Ferri usó cuando bailó en Buenos Aires con Rudolf Nureyev.
Siendo la versatilidad la característica principal de este tipo de propuestas, donde participan primeros bailarines y solistas de compañías de diferentes teatros del mundo y se encuentran representados estilos diversos (por describir un arco, aquí fue de Bournonville, Petipa y Balanchine a Vaganova, Cranko y creadores de este siglo), es para destacar el nivel que se trazó como denominador común. Cada pareja encontró al menos un momento de lucimiento y aportó diferentes colores a la paleta (los mismos que tiñeron un fondo digital que procuró no "desnudar" del todo la puesta).
Siguiendo esa moda no escrita que hoy apuesta por las bailarinas altas, muy atractivas las rusas Christine Shevchenko, del ABT, y Alena Kovaleva, del Bolshoi, se recortaron del conjunto por su estampa. La primera se destacó en El corsario; la segunda, en el estreno local de Diamantes, una de las "joyas" de Balanchine.
Un artista virtuoso y explosivo como Brooklyn Mack compensó la espera imprevista que generó una falla técnica y encendió a la platea con la rutina de grandes saltos de Diana y Acteon (variación que es una suerte de caballito de batalla desde que ganó la medalla de oro en Varna 2012). La línea rusa de Moscú estuvo representa por Denis Rodkin, que cerró el primer acto con su compañera Eleonora Sevenard, en el Cisne negro de Grigorovich; en el segundo tramo, él le sacaría provecho a los trucos en las levantadas de Espartaco.
El foco dramático del programa quedó a cargo de la dupla del Stuttgart Ballet formada por la coreana Hyo-Jung Kang y el argentino Ciro Mansilla: ellos fueron Romeo y Julieta en el balcón (imaginario), roles que daban bien para la pareja tanto en el physique du rol y como en la técnica. Marcia Haydée, musa de Cranko (el autor de esta masterpiece creó para ella el rol), siguió sus pasos desde la primera fila.
Que "la gala llegó para quedarse" es una garantía que la alcaldesa Evelyn Matthei Fornet repite con una sonrisa cada vez que puede. Después de esa declaración podría pasar que le atribuya el mérito del éxito al director general del espectáculo y responsable del área cultural de la comuna, Jorge Andrés González Granic, que devolverá la gentileza dando inicio así a una suerte de pas de deux verbal que más allá de alguna gracia deja entrever el respaldo político que tiene este proyecto cultural. A propósito, esta mañana, el presidente Sebastián Piñera recibió al grupo de bailarines extranjeros en un recorrido especial por el Palacio de la Moneda.
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