“El lago de los cisnes”: el buen resultado que da la suma de los talentos en un teatro fábrica
En la versión de Mario Galizzi, una síntesis muy adecuada para los tiempos que corren, el Ballet Estable regresa con el más célebre de los clásicos para abrir la temporada
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El Lago de los Cisnes. Ballet en dos actos y cuatro escenas. Música: Piotr Ilich Tchaikovsky. Coreografía: Mario Galizzi. Supervisión general coreográfica: Sabrina Streiff. Ballet Estable del Teatro Colón. Director: Mario Galizzi. Diseño de escenografía: Christian Prego. Diseño de vestuario: Aníbal Lápiz. Diseño de iluminación: Rubén Conde. Orquesta Estable del Teatro Colón con la dirección de Carlos Calleja. En el Teatro Colón, hasta el 23 de abril, con entradas agotadas.
Nuestra opinión: Muy bueno
Los cisnes regresaron al escenario del Teatro Colón, con localidades agotadas, como siempre. Pero el lago al que regresan no siempre es el mismo.
Esta versión de Mario Galizzi fue elaborada a partir del ballet de 1895 de Marius Petipa y Lev Ivanov, y también a partir de su experiencia como público. La primera puesta que vio en su adolescencia (la de Jack Carter) le pareció eterna, así que en cuanto pudo elaborar una versión propia puso el ojo en la edición de las escenas. Con un solo entreacto que distancia los grandes pas de deux en blanco y negro, la propuesta de Galizzi busca una síntesis muy adecuada para los tiempos que corren.
Este montaje es, a la vez, una carta de amor a una compañía estable. El centro de la escena está tan repartido democráticamente que hasta la reina Odette se mezcla entre las aves como si fuera una más. Este concepto de la distribución del baile incluye también una danza social para los nobles de la corte a cargo de un delicioso grupo de bailarines y bailarinas, que no suelen encontrar roles acordes a su edad.
Quien también baila mucho es el villano. El hechicero Von Rothbart de Alejo Cano Maldonado manipula a sus víctimas como títeres. Y, en una paradoja imposible de reproducir en la naturaleza, se impone con sus gestos de cacatúa sobre una bandada de cisnes.
La segunda fiesta carece de los protocolos diplomáticos de cada una de las princesas casaderas, reunidas un solo medley. Despojadas así de su momento de diva y con todas las danzas de carácter formando una gran corte multinacional de los villanos, se agiganta aún más la espectacularidad de Odile, que hace caer rendido a Sigfrido a sus pies.
El príncipe que encarna Federico Fernández en esta versión es muy sociable y juguetón, y se relaciona con el bufón de la corte casi de igual a igual. Aunque carece de la profundidad trágica que carga su rol en la versión de sir Peter Wright y Galina Samsova, se vuelve el centro de la escena al bailar el pas de trois con Natalia Pelayo y Beatriz Boos, en la primera escena en el palacio.
Ayelén Sánchez atraviesa el desafío del doble rol protagónico efectivamente. Su trémula Odette protege de las flechas a sus amigas. Y se deja querer por un príncipe culposo, activando más la piedad que el amor romántico. En un polo totalmente opuesto, su Odile hipnotiza con su picardía y soberbia, y con toda la destreza técnica que ese rol requiere.
La pareja protagónica de Sánchez y Fernández, que realizará también las funciones del 15 y 19 de abril, encastra sus piezas con habilidad, recibiendo el afecto del público desde todas las alturas del teatro.
Es para destacar el justo reconocimiento que los espectadores manifiestan al Bufón: Jiva Velázquez lleva con gracia el peso de ser el alivio cómico de la obra, pero también de ser liviano como una pluma y girar incansablemente en el centro de la pista. Tanto él como Paula Cassano, en un doble rol de princesa y cisne solista, hace tiempo merecen una promoción a niveles superiores.
Carlos Calleja al frente de la Orquesta Estable del Teatro Colón logra que la partitura llena de contrastes y cambios de clima de Tchaikovsky brille o se ensombrezca donde debe hacerlo.
El diseño de iluminación Rubén Conde crea una paleta fría para el lago que contrasta con los dorados del palacio. A ello se suma la escenografía de Christian Prego, en un diseño ágil que facilita los cambios veloces de esta puesta. El vestuario de Aníbal Lápiz acompaña con sobriedad el concepto con pocas diferencias de clase entre los personajes.
El buen resultado de esta puesta es consecuencia de la suma de talentos de un teatro fábrica y sus cuerpos estables. Y el público lo agradece con ganas de más.
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