El Lago, ahora sin eufemismos: una mirada contemporánea al clásico de los clásicos del ballet
Después de versiones propias de “Carmen” y de “Giselle”, el coreógrafo Jorge Amarante estrena este martes una reinterpretación de “El lago de los cisnes” donde las aguas están turbias: retener personas contra su voluntad para beneficio (cualquiera sea) del captor es trata de personas
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Hay un territorio del amor y las promesas al que llamamos “claro” del bosque por más que deliberadamente sea oscuro. Allí transcurre El lago de los cisnes, una historia de engaños envuelta para regalo. El impacto que produce a simple vista la perfección de su blanco impoluto suele arrancarle a la platea una expresión de asombro y belleza instantánea en el mismo momento en que se abre el telón del segundo acto y quedan a la vista dos largas diagonales de mujeres impávidas, con tutús y tocados de plumas. Pero en verdad todos sabemos qué hay en el fondo de ese lago donde las aguas son demasiado turbias.
Desde que Marius Petipa lo tocó con su varita, es el ballet más representado en todo el mundo e incontables adaptaciones lo mantuvieron vivo durante estos tres siglos que atravesó desde su debut en la Rusia zarista. La versión que se estrena este martes en el teatro El Nacional aporta nuevas variantes, como la atemporalidad y la mirada de autor de un coreógrafo que viene haciendo una relectura del repertorio clásico con mirada de género.
Jorge Amarante, responsable de esta puesta, estuvo antes del otro lado del mostrador: bailó con todo el rigor académico el título por antonomasia cuando formaba en las filas del Ballet Estable del Teatro Colón. Con ese conocimiento, que en absoluto está velado, y con una interesante trayectoria como director y coreógrafo, sus inquietudes de este otro lado son muy diferentes. En los últimos años ha hecho Carmen (originalmente para el Ballet de Monterrey, cuando dirigía la compañía mexicana, en 2016, y la repuso ya de regreso en su país, en 2019) y este mismo año estrenó Giselle (toda una proeza animarse a poner en escena dos obras independientes en la incipiente pospandemia). En ambos casos, se trató de mujeres con historias fuertes a las que les dio un nuevo lugar en la escena para visibilizar, a través de ellas, problemáticas contemporáneas. Y tanto es así que al principio este Lago iba a llamarse sencillamente “Odette”, como el cisne blanco. “Pero luego preferí quedarme con el título original porque Odette es una como tantas otras mujeres que hay en la obra –explica Amarante, antes de un ensayo que presenció LA NACION en las salas de la Fundación Julio Bocca–. El lago de los cisnes es el sinónimo de un lugar malvado, maléfico, en donde se ultraja a las mujeres. Parece un nombre muy romántico, pero es totalmente turbio”.
Ese tono oscuro viene de sus anteriores trabajos, tanto que la productora del espectáculo, Karina Battilana, se pregunta en voz alta si tendrán que volver a desplegar la bandera de #NiUnaMenos. Sigue Amarante: “Este es un tema muy actual. Yo no conozco directamente a nadie, por suerte, que haya sido capturada, pero hay millones de casos en el mundo de trata de personas”. Las cifras son alarmantes aunque imprecisas, porque dada la naturaleza oculta de este delito se estima que solo se detecta uno de cada cuatro casos y que, si bien las mujeres son las principales víctimas, en los últimos años se ha triplicado la cantidad de niños y niñas en el tráfico de personas. En la obra, el tratamiento de esta temática no es literal en absoluto, pero la fuerza que tiene la primera escena, con el foco puesto en el rapto de una mujer que luego será cisne, determina todo lo que viene a continuación.
Entonces, ¿qué conserva y qué no del Lago “oficial”? Así como en Carmen el coreógrafo se quedó con la música de Shchedrin-Bizet y en Giselle con la de Adam, aquí trabaja sobre la partitura original de Tchaikovsky. También tejen la trama los puntos sobresalientes del cuento, recordemos: el príncipe Sigfrido recibe de su Madre la comunicación que debe casarse; atribulado, va al bosque con su amigo Benno a distraerse cuando descubren una bandada de cisnes que se transforma en doncellas cuando cae la noche. Él se enamora de una (Odette) a la que le jurará amor para liberarla del hechicero (Von Rothbart), quien interpondrá a otra de sus mujeres-ave para engañarlo. Estos cinco personajes llegan hasta la nueva versión, con algunos matices. Por ejemplo, aquí no hay cisnes blancos: todos, menos el negro (que no tiene nombre), son grises.
Organizada en cuatro escenas (equivalentes a los actos de la narración tradicional), la obra dura bastante menos que aquella: son 80 minutos. La ausencia de escenografía –apenas se emplean algunos elementos y el vestuario es también sobrio y austero– no delimita claramente una alternancia entre cuadros en el palacio y en el bosque, no obstante, sin follaje ni lago ni peñascos es allí, en el ámbito de Von Rothbart, donde transcurre la mayor parte de la acción. Recae así en los cuerpos, en la coreografía y en la interpretación prácticamente toda la atención del espectador.
El sentido que adquiere esta versión impregna cada escena, por más familiar que resulte. Por ejemplo, sobre el baile del tercer acto, en el que Sigfrido debe elegir con quién se casará, el coreógrafo habla de “cómplices” en lugar de invitados, que usan negras máscaras. Y en vez de “pretendientes” se refiere a los “deseados”. “Hay tres mujeres y un hombre que muestran sus dotes. A mí siempre me molestó mucho que las princesas en el tercer acto se ofrecieran así, es como prostituirse. Acá Sigfrido no acepta a los personajes que le pone enfrente Rothbart porque está buscando a Odette, que sabe que podría estar en cualquiera de todos estos ámbitos nocturnos”.
El vocabulario es, por supuesto, una de las principales diferencias. Amarante tiene un registro de autor reconocible y, aunque trabaja con una veintena de bailarines clásicos (la protagonista, Sofía Menteguiaga; Iara Fassi, Marcone Fonseca y Nahuel Prozzi del Teatro Colón; Lisandro Casco del Argentino de La Plata; y un cuerpo de baile con artistas independientes y algunos en formación) una parte de ese concepto realista que se impone por sobre la fantasía del cuento se traslada al movimiento: los pies trabajan contracciones más animales y los característicos aleteos del cisne clásico pierden fluidez. Porque una mujer apresada no es un cisne bello e impoluto. Ni la violencia del hombre que ataca por detrás ni la mano que acalla el grito desesperado son aquí una metáfora.
Para agendar
El lago de los cisnes. De Jorge Amarante. En el El Nacional, Corrientes 960. Funciones: martes 23 y 30 de noviembre y el 6 de diciembre, a las 20.30. Entradas desde $ 1300.
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