El difícil camino de un aspirante al Ballet del San Martín
Lunes por la mañana en las salas de ensayo del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín . Entra una multitud de pies descalzos que pisan ese tapete por primera vez y quieren quedarse por varias temporadas. Con más de 50 años de historia y una planta de 33 bailarines y bailarinas, meses atrás anunciaron que se abrían dos posiciones para intérpretes varones. Se inscribieron 60 bailarines en total, 27 de ellos provenían de otras ciudades más allá de la General Paz. Otros 10 del resto de América Latina.
Uno de los aspirantes extranjeros es Juan Camargo, nacido en Cali, Colombia. "He viajado mucho por bailar –cuenta–. Vine en julio con un plan definido: conocer la cultura en América Latina y dejarme conocer".
Los números de orden están plastificados y prendidos con alfileres de gancho a las camisetas de maratón, mallas de danza de perfecto diseño o calzas de ciclista que no ocultan tatuajes. Sin estereotipos corporales, los aspirantes son altos o bajos pero con toda su masa muscular entrenada con muchas horas de barra. Y es en la barra donde comienza todo.
Los ojos que mirarán el desempeño de los aspirantes son de la casa o muy cercanos a ella. Andrea Chinetti, directora artística del Ballet, y Miguel Ángel Elías, su codirector. Norma Binaghi, directora del Taller de Danza Contemporánea del Teatro y Juan Cruz Berecoechea y Sergio Villalba, maestros de danza contemporánea del Ballet. Y Guido De Benedetti, maestro invitado, pero gran conocedor de la compañía. "Todos tenemos un criterio en común. Buscamos que tengan un nivel de solista, para arriba –sostiene De Benedetti–. Es algo básico: tienen que saber bailar".
¿Qué demostraría que saben bailar en este caso? La clase preparada por la maestra Luciana Ravizzi tiene todos los elementos que delatan, o no, la formación profesional y las condiciones físicas: la profundidad de un plié. La equilibrio para sostenerse en relevé. La coordinación de ambos hemisferios corporales. La limpieza en el final de unas piruetas. La bajada liviana de un salto. "y el dominio espacial –señala Binaghi–. Me pone muy nerviosa que no tengan conciencia del espacio".
Los aspirantes son evaluados en dos tandas de complejidad equivalente y se mueven con paulatina seguridad sobre sus zapatillas de media punta. Algunas con millas de baile frecuente. Otras impecables por el estreno. O tal vez la cábala.
En una compañía de ballet donde se trabaja con coreógrafos invitados la capacidad de adaptación a los lenguajes es esencial. Con Matías D’addese al piano suenan "Flor de Lino", "El Choclo" o "Edelweiss", de La novicia rebelde. En el momento de la técnica de piso a cargo del maestro Sergio Villalba sonarán desde los parlantes "Yendo de la cama al living" y "Me gusta ese tajo". Incluso "Sulky", de Gustavo Cerati y su ritmo de malambo electrónico.
Aunque se trata de una compañía porteña su fama trasciende las provincias. Y eso cuenta Raúl Cazuza, un tucumano de 27 años que vino a ver al Ballet del San Martín muchas veces. "No es mi primera audición como bailarín, pero sí la primera para una compañía contemporánea", subraya.
La convocatoria tenía un límite de edad entre los 19 y los 30 años. "Ponemos ese límite porque buscamos que tengan una proyección en la compañía. El bailarín de más edad que tenemos, ya ha pasado los 40", explica Andrea Chinetti.
Patricio Di Stabile, de 19 años, es uno de los más jóvenes que se presentó a la audición. "Vine porque quería salir de mi zona de confort que es el ballet clásico. Fue un proceso muy profundo y personal de acercamiento a otro lenguaje que quiero seguir descubriendo", asegura.
Todos los jurados coinciden en que más allá de la técnica lo que están buscando es la capacidad de interpretación y la personalidad. "Me parece que hay algo del espíritu, más allá del mover los pies", explica Miguel Ángel Elías, mientras sale de su silla para observar los movimientos desde otro ángulo.
A medida que pasan los filtros y las horas los aspirantes se ven menos temerosos a plantear preguntas. Y más transpirados y sonrientes. Imitan las secuencias de pasos coreografiadas con las manos. Atraviesan la espera con un sanguchito o meditando.
Los participantes argentinos visiblemente más conmovidos por los temas de rock nacional, tamborillean con los dedos en la barra. Por su parte, Sergio Villalba explica la potencia o la intención de los movimientos con suspiros, gruñidos y secuencias de "panza…codo… rodilla".
De los 49 bailarines que se presentaron solo quedarán dos. De modo que los filtros se van activando a lo largo de la mañana: al terminar el momento de la barra, después de las piruetas en el centro. Al ver la técnica de piso quedan seis finalistas que presentarán una variación de solista contemporáneo.
Varios de ellos se presentan como autores de sus coreografías o en equipo con alguno de sus maestros. Es el caso de Jonás Grassi, de 23 años, que creó su material junto a la canadiense Lesley Telford. "Dos segundos antes de salir a bailar lo que se siente es mucha adrenalina. Como esperando a saltar al borde un acantilado. Hoy se define para dónde sigo, de qué voy a trabajar. Incluso dónde voy a vivir", confiesa.
Jonás volvió la semana pasada de Vancouver para presentarse a esta audición después de un seminario sobre piezas del repertorio de Crystal Pite, Jiri Kylian, Mtas Ek y William Forsythe. Al egresar del Polivalente de Arte en su Mar del Plata natal, se formó en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, la Fundación Julio Bocca y en el Taller de Danza Contemporánea del Teatro San Martín. Se presentó en el escenario del Teatro Colón como refuerzo del Ballet Estable. Además, trabajó en la compañía de David Señoran y en el Ballet Metropolitano dirigido por Leonardo Reale. Ese camino es el que le dio la formación para destacarse en la audición y quedar seleccionado para sumarse a la compañía. Además, de verse en la obligación de instalarse en Buenos Aires.
El otro elegido fue Emiliano Pi Alvarez, de 30 años, que nació en San Juan, pero vive en San Telmo. Con un recorrido heterogéneo, se formó en danza clásica por biomecánica, jazz con Vanesa García Millán, hip hop, lyrical jazz, canto, teatro, mimo y kung fu. Y trabajó con Hernán Piquín, Eleonora Cassano, Iñaki Urlezaga y también en el Ballet Metropolitano.
Emiliano presentó un fragmento de Les Bourgeois, con música de Jacques Brel, uno de los grandes hitos de la familia de Dimitri y Daniil Simkin. Una pieza en la que pudo poner en escena muchos de esos saberes diversos que confluyen en él. Además de las horas como público de danza. Y por eso tiene sus favoritos: "Quiero ser como Carlos Acosta o Herman Cornejo: ese estilo de bailarines aguerridos".
Esta semana el ballet volverá a su rutina de ensayos cotidianos y tanto Jonás como Emiliano se suman a esta maquinaria en funcionamiento. Formarán parte de una de las compañías con más capacidad de adaptación de la Argentina. Solo les queda disfrutar el desafío. Ojalá que el público también los disfrute.
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