El Ballet del San Martín, de una biopic sobre Quinquela a una obra existencialista
BALLET CONTEMPORÁNEO DEL TEATRO SAN MARTÍN. Dirección: Andrea Chinetti; co-dirección: Miguel Ángel Elías. Programa. El carbonero. Coreografía: Leonardo Cuello. Diseño de música original: Martín Jurado. Escenografía y Vestuario: Nora Churquina. Mírame, estoy dejando de ser yo. Coreografía: Andrea Servera. Diseño de música original: Sebastián Schachtel. Música en Vivo: Bife. Escenografía: Marianela Fasce y Luciana Quartaruolo. Vestuario: Vicki Otero. Iluminación: Magalí Perel. Próximas funciones: jueves y viernes, a las 14, sábado y domingo, a las 15.30, en el Teatro San Martín (Corrientes 1530). El sábado 8 y domingo 9 de junio, a las 17, en el Teatro de la Ribera (entrada gratuita).
Nuestra opinión: Muy bueno.
La dirección del Teatro San Martín ofreció el privilegiado espacio de la sala Martín Coronado a dos coreógrafos disímiles en cuanto a estilo, pero pertenecientes a la misma generación intermedia que no siempre tiene acceso a los principales escenarios oficiales. Así, Leonardo Cuello construyó una pieza con desarrollo argumental, El carbonero, pinceladas sobre Quinquela que, en cuanto a danza, apela al repertorio de figuras tangueras, la especialidad del coreógrafo, convincentemente probada en la UNA y en el Ballet Folclórico Nacional. Andrea Servera, en cambio, armó una obra más abstracta, que roza lo existencial: la metamorfosis personal que, como lo sugiere el título, implica un distanciamiento progresivo del yo.
Ambas creaciones conforman un programa atractivo, el primer asomo del año en la sede oficial, del siempre eficaz (y en este caso, también, entusiasta) Ballet Contemporáneo que dirigen Andrea Chinetti y Miguel Ángel Elías.
El carbonero recala en el paisaje siempre sugerente del puerto, con el fondo de los barcos de carga y sus humildes personajes barriales; el Riachuelo seguramente lucía un poco más limpio a principios del siglo pasado (el tiempo de Quinquela), y presenciaba, impertérrito, el trabajo de los changadores de bolsas. En ese ambiente crece Benito, el chico adoptado que hereda el apellido de sus padres inmigrantes: "Chinchela" era el original italiano, pero cambió la "ch" por la "Q" para mantener la fonética de origen. Rodrigo Etelechea compone este personaje con trazos no siempre definidos, pero con fervor; los padres adoptivos son Daniela López y Boris Pereyra, en composiciones dramáticamente convincentes.
Esta biopic bailada destila no poca sustancia teatral, lo que posibilita a Cuello un despliegue espacial interesante, pero los bloques de tango que alternan con la acción cotidiana conforman cuadros convencionales (parejas en unísonos), con un espíritu más bien costumbrista. Hay que destacar, sin embargo, que el coreógrafo acertó en transmitir la sustancia tanguera y popular a una compañía de formación académica, la cual, por lo demás, respondió brillantemente.
Rico ejercicio de enlaces coreográficos
"Camino por el borde, dejo que el instinto me lleve", reza el texto con que Andrea Servera planteó (o programó) su propuesta para Mírame, estoy dejando de ser yo, un rico ejercicio de enlaces coreográficos con el que se distancia del grupo que ella dirigía, el Combinado Argentino de Danza (CAD), para debutar como coreógrafa en el escenario del San Martín, un ámbito en el que, por lo demás, se formó en sus años de estudiante. Servera se deja llevar "por su instinto" y rescata el espíritu décontracté de sus experiencias en ritmos actuales (incluido el hip-hop) por los que transitó con el mencionado CAD; estos, en oportuno diálogo con técnicas de danza contemporánea, conducen a dúos y a diseños grupales con swing, que "mueven" a los integrantes del Ballet Contemporáneo con una energía especial.
Todo esto ocurre sobre una banda sonora diseñada por Sebastián Schachtel, hasta que, desde una plataforma elevada del escenario (y detrás de una "selva" de plástico concebida por Marianela Fasce y Luciana Quartaruolo), entra en acción el grupo pop Bife. La dinámica se vuelve más intensa y los integrantes de la compañía trasladan su accionar a la platea, en una especie de apoteosis que consigue contagiar a los espectadores: con palmas y gritos se suman a la acción y efectivizan la premisa de Servera, "… yo también quiero vivir libre de mí".
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