Dos promesas de la danza argentina miran al mundo desde el sur
Tienen 17 años, ella está terminando sus estudios en el Colón y él, en el San Martín; tras un debut profesional inolvidable de la mano de Julio Bocca, Lucía Hartvig y Vicente Manzoni sueñan a lo grande
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“¡Hagan sus apuestas!” dice un croupier imaginario que busca nuevos talentos a la hora del balance de fin de año. Y para jugar su juego, en el repaso mental de una temporada muy particular –no diremos ya “a puertas cerradas”, pero sí entreabiertas– saca de la manga los nombres de dos jóvenes promesas. En un supuesto seleccionado nacional, ellos formarían parte del sub18. Vicente Manzoni y Lucía Hartvig aparecen juntos, pero provienen de distintas vertientes. Con diecisiete años, integran los semilleros más importantes de nuestro país: para él, 2022 será el último año de formación en el Taller de Danza Contemporánea del Teatro San Martín; ella terminará el octavo en el Instituto Superior de Arte del Colón (ISA). Sin conocerse, sin haber bailado nunca antes de a dos, tuvieron su prueba de fuego profesional a comienzos de este mes, cuando se estrenó Piazzolla Futuro, con dirección de Julio Bocca, en el Teatro Coliseo. Había cinco personas alrededor de ellos diciéndoles qué hacer, recuerdan: “¡¿Por qué no sale?! –se preguntaban-. Fue una experiencia increíble. Todo lo que no hicimos en 2020 lo hicimos en ese mes de ensayos”, dicen a dúo. De ese debut espectacular ahora les queda un video que se ve por streaming y las ganas de que el show continúe, que eche a rodar algunas funciones más, para no extrañarlo.
¿Quiénes son y con qué inquietudes se mueven dos jóvenes promesas de la danza en la Argentina? Vicente Manzoni es pura expresividad. Baila hasta con la cara cuando habla. El último trimestre fue una revolución en su vida: terminó el secundario en la escuela Juan B. Justo de su barrio, Floresta, mientras se convertía de sopetón en bailarín profesional, preparaba un examen internacional de inglés que lo ayudará en su deseo de salir al mundo y tomaba las primeras clases presenciales con el Taller del San Martín. Dice que ama –“amo”, repite como una muletilla- un montón de cosas cuando da inicio a un relato de presentación que lo devuelve a los 8 años en el living de su casa. “Ponía discos y empezaba a moverme”. Acentúa la palabra discos, en referencia a los CD’s que a su edad ya le parecen una reliquia. “Siempre quise ir a danzas, pero como no hay muchos varones en el ambiente me acobardé en algún sentido”. Su confesión no resiste dos interpretaciones: se acobardó, no lo acobardaron. Su mamá, exbailarina, y su papá, pianista, construyeron un hogar libre donde el arte siempre estaba. “Estoy en el ambiente desde que tengo un año –sigue-. Pero después decidí probar con acrobacia en el taller de Marta Lantermo y lo pasaba bárbaro; también hacía danza contemporánea con Luciana Glanc, y me metí en proyecto Ping Pong, una obra con niños, con la que estuvimos en el Festival de Danza Contemporánea, en Ciudanza y en otros festivales. También hice Pequeño Poema Lírico, de Marina Brusco, en el Recoleta y la Usina del Arte”.
A los 12, Vicente ya conocía el escenario pero no sabía, por ejemplo, lo que era un plié o estirar la punta del pie. “Entendí que quería ser bailarín profesional y entonces empecé a tomar clases con Silvina Vaccarelli, en Domus. Ahí estábamos en el salón, todas las nenitas y yo, que pensaba: ‘esto no es danza’. Hice a un lado la libertad y la improvisación con la que venía porque necesitaba del clásico para que la danza tuviera técnica”. También en el estudio de San Telmo se formó con Alejandro Totto y Raúl Candal, dos maestros con mayúsculas, y más tarde obtuvo una beca en el estudio de Gurquel-Lederer, donde trabajó fuertísimo la elongación. “Es que yo era muy duro”. Aunque nunca hasta ahora lo atrajo el ballet, rindió el examen para entrar al Colón (“quería estar en un grupo, tener amigos de la danza”). No aprobó ni se rindió. Picó más alto y audicionó para la escuela de verano del NDT, y cuando esperaba los resultados apareció el coronavirus. “Mi meta para 2020 era hacer contactos afuera: no fue la mejor época”, se ríe ahora, con la reparación de haber ganado otras experiencias, por ejemplo, en el cuerpo de baile de la compañía de Jorge Amarante para el reciente estreno de El lago de los cisnes. “También en 2020 gané el premio del Festival Tchaikovsky para chicos con una improvisación”, agrega. Y tenía una beca completa para el Juilliard Summer Intensive en la famosa escuela de Nueva York, pero al final fue virtual. Ahora, con el certificado del First aprobado que le exige la escuela de artes del Lincoln Center, irá por más.
Lucía Hartvig sigue el relato de su compañero con una chispa en los ojos. Más tarde, cuando los dos se sacan el barbijo (y las zapatillas) para saltar, bailar y posar frente a la cámara que los retrata en una terraza, cerca al cielo, la risa de ella será como el flash: destellos de luz. Lucía es de Paraná, pero muy chica se mudó a Villaguay, en el centro de la provincia de Entre Ríos. Comenzó a estudiar ballet a los 6 años con la profesora Silvia Marchesini, que iba desde Gualeguaychú a dar clases; más tarde invirtieron los roles y fue ella la que viajaba dos horas a la salida del colegio para reunirse con su maestra. Así transcurrió su formación básica hasta que la exbailarina del Teatro Colón Adriana Alventosa, que asistía a tomar exámenes, le propuso prepararse para el ingreso al ISA. La idea de mudarse a Buenos Aires con toda su familia (mamá, papá y hermana mayor, que entonces empezaba la universidad y acaba de recibirse de psicóloga) se confirmó cuando le confirmaron que había aprobado el ingreso al tercer año. Sus años en el Colón –también hizo funciones de El corsario y El cascanueces con el Ballet Estable, en el escenario mayor- estuvieron complementados, principalmente, con las clases que toma con Lidia Segni.
En 2016, Lucía viajó a Alicante, España, para realizar unas clases magistrales de Vaganova (el súmmum de la técnica rusa) y 2019 fue un año para probarse: ganó el certamen Paloma Herrera que organiza el Consejo Argentino de la Danza y quedó finalista en la preselección del Prix de Lausanne, en Brasil. “No fui a Suiza porque no me sentía preparada para el contemporáneo”, admite. Es que hoy, como diría Bocca, todo el mundo tiene que estar al cien por ciento en los dos estilos para ser competente.
“Siempre tuve muy clara la idea de que me quiero ir de la Argentina, formarme afuera, entrar a una compañía internacional. Creo que estoy en la edad justa, solo espero que llegue la oportunidad”, confiesa Lucía. Para quien la escucha y acaba de verla volar en el escenario con su vestido rojo es impostergable la pregunta, aunque de pronto suene tan naif: ¿Entonces tu sueño no es ser una bailarina del Colón? “No. Y en la Argentina no sé si hay más oportunidades. Mucha gente tiene talento y no hay tantas opciones además del Teatro”. En la punta de la lengua tiene el nombre de una compañía a la que le gustaría pertenecer: queda en Londres. “Mi sueño es el Royal, pero estoy abierta a otras posibilidades”. En el Dutch National Ballet de Holanda, por ejemplo, hizo una experiencia de verano, virtual, este año. “San Francisco también me gusta”, enumera, y cuenta que prepara videos para las audiciones a distancia que en pandemia se siguen haciéndose en todo el mundo.
Retoma Vicente, sobre el mismo asunto: “La Argentina tiene todavía mucho para enseñarme”. Por eso pospuso un año más su salida al exterior. “Con este proyecto crecí mucho”, reconoce. Y Lucía asiente. Antes de que los convocaran vía Diego Poblete –uno de los cuatro coreógrafos de Piazzolla Futuro-, ellos habían coincidido sin saberlo en un workshop de Anabella Tuliano, la directora del Grupo Cadabra. Cuando les confirmaron que habían quedado seleccionados para el espectáculo que cerró el año de homenajes al compositor argentino, recién ahí se conocieron cara a cara. “Yo nunca había bailado con un chico”, revela ella. Él tampoco tenía formación de partenaire. ¿Un tango? ¡Menos que menos! “‘Te va a llamar Julio Bocca’, me dijo un día Poblete, que me había pedido dos videos bailando y uno cantando. Y no me llamó, pero semanas después lo vimos en un Zoom y Vicky [Victoria Balanza, la codirectora de la obra] hizo un trabajo increíble, registrando cada ensayo y mandándole a Julio los videos de todo lo que íbamos haciendo”.
“Cuando empiezan con la búsqueda, Victoria me cuenta que necesitaban bailarines jóvenes con talento y abiertos al desafío. Los de Vicente y Lucía fueron nombres que sugerí, ya que los conocía –cuenta Poblete, que este año asumió como codirector del Ballet Contemporáneo del San Martín (BCTSM)-. Cuando tenía 14 años ella tomó conmigo clases de introducción a la Danza Contemporánea y a Vicente lo conocía a través de su padre, gran pianista del BCTSM y de la escena del jazz. Luego Julio vio el material de video y tomó la decisión”.
Es el propio Bocca el que le pone la firma a los buenos augurios: “Lucía y Vicente tienen un futuro maravilloso, un talento increíble para seguir trabajando. Creo que pueden llegar a ser grandes artistas”.
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