Diez años sin Olga Ferri: una maestra que dio lecciones para toda la vida y su huella permanece imborrable
Paloma Herrera, Ludmila Pagliero, Macarena Giménez, Sofía Menteguiaga y Analía Sosa Guerrero, consagradas bailarinas, alumnas y discípulas, la recuerdan con emoción y agradecimiento
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De forma anticipada, esta noche en el Teatro Astral se recordará una década desde la partida de una bailarina argentina sin par, que el 15 de septiembre de 2012 se iba silenciosa, casi en puntas de pie, a pocos días de cumplir 84 años. Olga Ferri tendrá una gala homenaje de la que participarán artistas del Teatro Colón, del Argentino de La Plata y figuras invitadas, con un repertorio que mira a los hitos de su carrera: todavía hoy los memoriosos debatirán si era mejor como Giselle o como Aurora (La bella durmiente), o si existe una escena capaz de opacar el brillo de la pareja que formó con Rudolf Nureyev, por ejemplo, en El cascanueces.
“Me gustaría ser recordada simplemente como Olga, una persona íntegra”, decía ella, que bailó hasta el infrecuente umbral de los cincuenta. Como una estrella que –sobre todo– brilló entre los ‘50 y los ‘70 en el Colón, pero también alrededor del mundo; como mujer, y sobre todo como maestra es que sigue viva hoy en quienes continúan con su legado. El mítico salón de la calle Marcelo T. de Alvear y Uruguay, a cargo de su sobrina, Marisa Ferri –organizadora de esta gala a beneficio del Garrahan, a través de la flamante Fundación Ballet Estudio que preside y que lleva el norte de su tía-, sigue siendo una referencia para la formación de nuevas bailarinas. De ese “Taj Mahal” que construyó con su marido, Enrique Lommi, salieron, a través del tiempo, entre otras, las cinco artistas estupendas que hoy la recuerdan en esta nota.
“Hablar de Olga siempre es muy movilizante para mí. Es una persona que me ha marcado a fuego y siempre estuvo adentro mío, toda mi carrera”, dice ahora Paloma Herrera (46). Sin duda, cualquiera que haya leído su autobiografía Una intensa vida (Sudamericana), que escribió tras retirarse de los escenarios y donde menciona 122 veces a su maestra para contar qué tan medular fue ese vínculo, entiende el impacto que tuvo desde muy temprano en la infancia. Reproducciones de fragmentos del diario íntimo de aquella nena, que confesaba su devoción al punto de anotar si ese día la maestra la había mirado en clase o los celos que podía sentir si otra compañera llamaba su atención, hasta las enseñanzas que -de la cabeza a los pies, del tocado a las zapatillas- le transmitía, todo quedó incluido en ese libro. ¡Los paraguas que habrá roto Paloma jugando a que era Olga, marcando los pasos como si fuera su infaltable bastón! Ferri la llevó de la mano a que le confeccionaran sus primeras puntas, a medida. También había escenas “de telenovela” y desafíos mayores en esos primeros viajes que parecían ir a años luz de casa: en los ‘80, cuando no había llamados, mensajitos ni Internet que pudieran acortar las distancias. Con ella, Paloma tomó el primer avión a Perú y luego llegó más lejos, a Rusia, Bulgaria, Inglaterra. Y también fueron mucho más allá de sus emociones, y sufrieron, tanto que una vez la relación se quebró, aunque nunca de manera definitiva. Sobre el 15 de septiembre de 2012, cuando la llamaron para darle la noticia más triste, escribía Paloma Herrera en una catarata de llanto, que Olga Ferri le puso en sus manos “la llave de un universo mágico”, y que en esa ocasión le serviría para acompañarla en su muerte. Muy conmovedor.
“Hoy que uno sigue ligado al mundo de la danza de diferente forma, dando clases y haciendo coaching, pienso que lo principal que me ha dejado es el respeto y la pasión; que el estudio era un templo, esa cuestión sagrada, que pasan los años y queda intacta –dice Herrera a LA NACION-. En parte, siento que siempre seré esa Paloma de los siete, cuando empecé con ella y hasta que me fui [a Nueva York, a los 15], que conserva ese amor que uno piensa que va a pasar. La Paloma de esa época se mantiene hasta el día de hoy totalmente viva y eso es parte de Olga. La tengo presente todo el tiempo. A mí me han marcado a fuego mis maestros y uno sabe la responsabilidad enorme que es.”
Es pertinente resaltar, como lo hace Analía Sosa Guerrero (51) –bailarina del Teatro Colón y maestra en Ballet Estudio, donde sostiene su legado–, que con los años Ferri no fue la misma con sus alumnas. “Cada camada conoció una Olga distinta. Con la mía (y yo llegué en 1985) no era amiga; mantenía una distancia que después de a poco fue relajando. Conforme la edad avanzaba, había cosas que cambiaban su importancia. De grandes, cuando me llamó para dar clases, yo a veces le decía: ‘Olga, pero usted a nosotras nos mataba si hacíamos algo así’. Ella no corregía personal, decía, por ejemplo, ‘agarren el billetito de los mil dólares’, y quería decir que sostuvieras apretadas las pompis. Y cada una sabía a quién le hablaba”, cuenta como anécdota. Sosa Guerrero sabía también que Olga tenía diseñadas siete barras fijas y un librito con todas las combinaciones de pasos que usaba para el centro –como se llama a la segunda parte de una clase de ballet–, cuando recibió con responsabilidad y orgullo la invitación a que tomara su lugar. “Me dio siempre mucha confianza”, reconoce. El pase de la antorcha, podría decirse, fue paulatino. “Yo estaba segura de que si ella dejaba de dar clases se iba a ir, así que la hice esperar un montón de tiempo. Pero en un momento me sentí egoísta. Al año que empecé a dar las clases yo, falleció”, recuerda quien preparó a un grupo de chicas en un vals de Chopin para subir hoy al escenario en representación de Ballet Estudio. Para entonces, ya eran entrañables. “Podíamos hablar de mujer a mujer”. Hasta recetas de cocina se intercambiaban: “Yo hacía una torta de yogurt que a ella le encantaba y a mí me pasaba la preparación del budín de mandarina, de los coquitos”.
Con todas las diferencias y a pesar de los cambios, hay frases que atravesaron generaciones que se formaron con esta maestra y que todavía muchas discípulas mencionan. “El primer día que dejás de tomar clase te das cuenta vos; el segundo, tu maestro; el tercero, el público”, podría ser una de esas máximas. O la pregunta desafiante “¿Es el toro o vos?”, que les soltaba a las bailarinas que ella había formado para que salieran al escenario, frente a la sala oscura, sin intimidaciones. Por supuesto, la respuesta correcta no era el toro.
“En estos días tan movilizadores por la gala, el aniversario y el merecido homenaje encuentro señales suyas, como si nos estuviera guiando”, dice Sofía Menteguiaga (38), que bailará esta noche en su honor La muerte del cisne, con el tocado original que perteneció a Olga, una de las dos madres que siente que tiene en la danza (la otra es Marcia Haydée). Por supuesto, imbuida en este espíritu viene a la memoria el toro. “Me imaginaba salir, ver todo eso negro y acordarme de sus palabras. Como que un pas de bouree es algo tan sencillo y tan difícil al mismo tiempo, y que bien hecho puede arrancar aplausos”. Menteguiaga recuerda sus brazos al final de cada clase durante tantos años, los brazos de cisne. “Me ha pasado muchas veces de encontrarme con gente que me dice: ‘¿Vos sos alumna de Olga Ferri, no?, porque con esos brazos...’ Es un sello que ella nos ha dejado”. Y no solo la siente parte de su familia sino motor de su carrera. “Me ayudó muchísimo. Estuve becada en su estudio de chica; me preparó para la beca que gané a los 13 años en el Fondo Nacional de las Artes y gracias a ella me fui del país. Siempre me dijo: ‘grandes cosas te esperan afuera’. Fue un camino hermoso en el que me acompañó. Yo le traía fotos, videos, ella me daba su palabra amable, su corrección. Fue una increíble maestra de la vida, de la danza, como persona”.
Desde Francia, Ludmila Pagliero (38) –la ètoile argentina de la Ópera de París-, también evoca a Olga, la mujer determinante que en un momento de decisiones importantes al inicio de su carrera internacional, ante la disyuntiva, supo guiarla del otro lado del teléfono. “Recuerdo que me llamó para consultarme qué hacía –había contado Ferri a LA NACION–. Le respondí: si querés que te conozca todo el mundo y ganar bien, quedate en el ABT, pero si querés ser una gran artista, andá a París.”
Ahora recuerda Pagliero: “Olga me salvó de ciertos traumatismos que encontré durante mis primeros años en el mundo de la danza, gracias a su amabilidad y cariño. En sus clases se transpiraba exigencia, devoción y nutría el sentido del respeto hacia colegas y profesores. Se tomó el tiempo de escuchar mis temores. Me aconsejó, sin jamás imponerme nada. Los valores que ella compartió e introdujo en la educación de bailarinas y bailarines me han acompañan a lo largo de los años. Además de su inteligencia en la construcción de sus clases para formar un base estable, con suma elegancia. Olga fue una maestra clave en mi carrera”.
En otra latitud, Macarena Giménez (29) también se emociona con este aniversario. Recién instalada en los Estados Unidos con su marido, Maximiliano Iglesias, y Emma, la pequeña hija de ambos, recientemente iniciaron una experiencia que pone una pausa a la carrera de ambos en el Ballet Estable del Teatro Colón y les permite probarse en otros terrenos, con el Sarasota Ballet. Antes de volar a Nueva York para una de sus primeras funciones, Giménez recuerda varias enseñanzas imborrables. “De Olga hay muchas cosas para decir porque ella fue tan increíble como bailarina, como maestra. Creo que fui de la última camada que ella formó, así que para empezar eso ya es súper especial”, dice. Tenía 12 años cuando empezó a tomar clases en el estudio, como todas las demás, a la par del Instituto Superior de Arte. “Además de pulirme con esa técnica tan particular, escuchar todo lo que nos contaba de su carrera nos formó con disciplina, nos enseñó a tener amor y respeto por la profesión, cosas que iban más allá de los pasos. Eso es un combo increíble, por eso la tengo tan presente no solamente en mi manera de bailar (que creo que es un gran porcentaje gracias a ella lo que soy como bailarina) sino también en la manera de afrontar cada ensayo, de subir al escenario”.
Macarena cuenta cuando, a sus trece Olga la preparó para postularse a la escuela de Hamburgo –adonde tomó la decisión de no viajar porque quería bailar en el Colón–. “En esos meses me enseñó muchas variaciones, me contó todo sobre el estilo, lo que para mí tiene un valor impresionante porque ella tenía muchos detalles, unos brazos y manos únicas. Tenerla a Olga sola para mí era tocar el cielo con las manos”, menciona, y algunas de sus frases se oyen igual que las que dos décadas antes anotaba Paloma Herrera en su diario íntimo. “Ella abarcaba tantas cosas, no era solo el ballet. Cuando llegó la carta que decía que me tomaban, me enseñó hasta cómo tenía que lavar la ropa interior y mis medias, a escurrirlas con la toalla para que se secaran para el día siguiente. Por supuesto me mostró de qué manera preparar mis cintas y mis medias para que estuvieran del mismo color, tiñéndolas con té; todo, me dio todo. Hoy me acompaña cada vez que me agarro de la barra, cada vez que me subo al escenario y me acuerdo de ‘quién va a ganar ¿el toro o vos?’ Cosas que no se olvidan. El recuerdo de Olga va a estar siempre conmigo. Fue duro perder una guía. Agradecida, valoro siempre haber sido su alumna”.
Para agendar
Gala en homenaje a Olga Ferri. Esta noche, a las 20, en el Teatro Astral (Corrientes 1639). Con la actuación de Federico Fernández, Camila Bocca, Jiva Velázquez y Rocío Agüero (Teatro Colón), Elizabeth Antúnez y Bautista Parada (Teatro Argentino) y las figuras invitadas Sofía Menteguiaga y Benjamín Parada. La coordinación artística está a cargo de Mario Galizzi y la producción artística es de Juan Lavanga. Las entradas, canjeables por juguetes para la Fundación Garrahan, están agotadas.
Premio Arte y Cultura 2022. También esta noche, en el Teatro Astral, antes de comenzar la gala de homenaje a Olga Ferri, la Asociación Arte y Cultura entregará su premio anual, destinado a destacar a grandes figuras de la danza de nuestro país. La distinción será para la bailarina Cecilia Figaredo en reconocimiento a su trayectoria. El año pasado, este galardón fue para Didi Carli.
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