Dibujar los pasos
Programa del Ballet Contemporáneo
"Es bueno que uno hable de su obra y de uno mismo, pero me parece no sólo justo, sino fundamental aclarar que ha sido una felicidad trabajar con esta compañía. A mí me emocionan estos bailarines, son artistas enormes, generosos, respetuosos y serios, y de verdad creo que el desarrollo de las obras tiene que ver con esto, ya que cada una encarna en ellos." Las palabras de Alejandro Cervera están atravesadas por la emoción. Ya lleva más de dos meses de ensayo y no puede menos que destacar la entrega de los bailarines del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, compañía a la que él mismo perteneció en la década del 70, quienes danzarán una historia repleta de sus vivencias personales.
Es que el estreno de "Detrás de las cosas", la obra de Cervera, junto con el de "Indiferencia divina", del cordobés Walter Cammertoni, y la reposición de "Gilles", de Tom Wiggers integran el nuevo programa de la compañía que dirige Mauricio Wainrot, que se presentará a partir de esta noche, a las 21, en el Teatro Presidente Alvear.
“«Detrás de las cosas» es una obra de corte psicológico que está referida un poco a la memoria y también al presente del protagonista, habla de un pasado familiar que se cuela en lo cotidiano. Tiene que ver con el amor, con las marcas del pasado, con los mandatos. Tenía ganas de hablar de esto, que es algo que me sucede; debe de ser que estoy en un momento de mi vida en el que puedo hacerlo, quizás antes no hubiese podido. De todas formas no tiene un tono catártico”, explica Cervera.
Para que este coreógrafo pudiera terminar de concretar en su mente las imágenes que buscaba, fue determinante el universo sonoro que le deparó Zypce, músico y compositor al que conoció de casualidad durante un evento en un restaurante. “Su música literalmente me atravesó; así que, apenas terminó de tocar, fui hasta donde estaba, me presenté y le dije que quería hacer algo con él. Esa música fue un flechazo, en una semana se armó la obra. Fue como un estado de gracia; estaba inspirado; dibujaba todo el tiempo, tanto que tiré todo lo que antes me andaba rondando. Al principio iba por otros rumbos; iba a ser otro tipo de obra. Estaba flirteando con algo de Mozart. Fue increíble: cosas así no suelen ocurrirme.
–¿Dibujabas? ¿Así trabajaste esas imágenes?
–Lo primero que hice para este trabajo fue dibujar las escenas, los objetos, el lugar. Yo sabía bien dónde transcurría cada escena, el tipo de espacio –que era muy cambiante–, hasta dibujé los colores, aunque después terminó siendo una puesta monocromática. Esta vez me agarró por el dibujo; otras, hago maquetas o recorto papeles. Me gusta la manualidad al comenzar una obra. Sólo después fui armando el guión, la sucesión de escenas, qué iba detrás de cada cosa. Y al final, trabajé con los bailarines algunas improvisaciones sobre los personajes; también montamos escenas a la manera tradicional es decir mostrando los movimientos y otras fueron dictadas. Ahí yo me quedaba sentado en una silla y marcaba: siéntense, dense vuelta, caigan de costado. Fue muy interesante.
–¿Vos elegiste los intérpretes?
–Sí. A la mayoría los conozco de verlos en el escenario, con algunos pocos había trabajado. Igual, sabía que Ernesto Chacón iba a ser el protagonista y Pablo Torres el papel coprotagónico, también sabía qué lugar iba a ocupar Elizabeth Rodríguez. En el segundo reparto está Ariel Caramés y fue una experiencia extraordinaria trabajar con él, es un artista enorme, igual que Exequiel Barreras, el coprotagonista.
Según Cervera, los dos grupos lograron plasmar el mismo universo con marcadas diferencias ya que unos están más parados en lo físico, y otros en lo interpretativo. “Es enriquecedor verlos”, señala.
Ese toque teatral, que el mismo coreógrafo plasmó en sus dibujos, abarca todo el relato, con la presencia de elementos eminentemente teatrales como maquinarias y un film especialmente realizado para la puesta. Así, Cervera se hace eco de una tendencia dentro de la danza contemporánea que él mismo valora como un punto a favor. “El espectro de los vocabularios, de las técnicas se ha diversificado mucho y ha creado un universo muy grande de posibilidades. Ha sido sumamente valiosa la diversidad que la danza ha incorporado, su vínculo con lo teatral, con lo eminentemente físico”.
–¿Qué tono tiene tu obra?
–Alguien me dijo que era como una pesadilla, ¿a quién no le abruma un poco el pasado? En realidad, la obra es cambiante con respecto a los climas, pero, sobre todo, tiene un discurso tranquilo, no hay una añoranza y sí tiene una visión esperanzadora.
Mundo Cammertoni
La obra del coreógrafo cordobés Walter Cammertoni, “Indiferencia divina”, también tiene algo de pesadilla. “Es un trabajo que trata el tema del abandono del hombre por el hombre mismo. Es un relato de un grupo de personas que ven como continúan sus vidas cuando el mundo se desmorona. Habla del atropello, de la falta de respeto. Es difícil hablar de este tema porque siempre me quedo corto. La obra tiene momentos de saturación, muy despiadados y crueles, pero la realidad siempre lo supera”, sintetiza Cammertoni.
A diferencia de la obra de su colega, el cordobés no cuenta en su propuesta con claros protagonistas ya que todos tienen su peso. La puesta está planteada como si cualquier persona al salir a la calle viera a esa masa humana uniforme como nada especial. “La realidad es que cada uno es protagonista de su propia vida, pero para el que observa es uno más”. Así es que Cammertoni quiere destacar lo que ocurre en todos los planos, todas esas realidades superpuestas, hecho que obligó a la iluminadora Eli Sirlin a esmerarse para lograr la misma nitidez en todo el escenario.
El trabajo que planteó este coreógrafo a la compañía fue sustancialmente distinto al de Cervera. Lo que trajo Walter de su ciudad fueron muchas imágenes escritas, textos y textos con imágenes que debía transmitir a sus bailarines. Así que antes de llegar al cuerpo lo que se hizo en sus ensayos fue leer, desde las frases coreográficas y las síntesis argumentales de Cammertoni hasta poemas de Walt Whitman. De las sesiones de lectura pasaron a las improvisaciones, espacio ideal para que el coreógrafo pudiera sacar los mejor de cada intérprete. Así terminó de montar la obra con ellos.
Los viajes a Córdoba los fines de semana no menguaron a lo largo de los dos meses de trabajo, ya que allá no sólo estaba el escenógrafo, Santiago Pérez, sino también el músico, Yamil Burguener al que conoció de casualidad por otro coprovinciano residente en Buenos Aires. “Hasta conocerlo a Yamil, estaba un poco desesperado, pero una vez que escuché sus sonidos me tranquilicé; era como si hubiese escrito cosas para mi obra mucho antes de conocernos. Fue haciendo variaciones sobre eso que ya tenía y luego compuso cosas para llegar a una unidad musical. Fue genial”, concluye el coreógrafo.
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