De Villa Villa al Teatro San Martín
Casella y Lesgart montaron Zeppelin
Una tarde sonó el teléfono del cantante, bailarín y coreógrafo Carlos Casella. Lo llamaban de parte de Mauricio Wainrot, el director del Ballet del San Martín, para convocarlo a una reunión. La misma tarde sonó el teléfono del bailarín y coreógrafo Gustavo Lesgart. Lo llamaban del mismo lugar para convocarlo a una reunión. Como es costumbre entre ellos, esa misma tarde, esa misma noche o al otro día, Carlos y Gustavo hablaron por teléfono. "Me llamaron del Teatro San Martín", dijo uno. "A mí también", retrucó el otro. ¿Qué será?", se preguntaron.
Al día y a la hora señalada estaban los dos alrededor de una misma mesa sin saberlo. Justo ellos, que se conocen desde hace 25 años, que trabajaron juntos en El Descueve, que fueron pareja, que con Villa Villa coparon la cartelera de Londres y Nueva York, que se distanciaron, que son amigos, que están haciendo la obra Eclipse, en la que, a su manera, pasan revista de esa historia en común. En aquel encuentro alrededor de una misma mesa Wainrot les propuso dirigir una coreografía. Juntos, obvio.
Salieron de esa reunión pensativos. Lo meditaron y, ahora, acá están: a tres días del estreno de prensa de hoy y después de una pasada general sin infinidad de detalles artísticos y técnicos. Después de aquella extraña reunión lo que decidieron fue aplicar el arduo ejercicio de volver a conciliar. Una práctica que conocían pero que, por primera vez, debían exponer frente a un grupo de bailarines.
"Entre nosotros hay mucho terreno ganado y sé que todo lo que hace Gus me gusta", dice Carlos. "El llamado fue una sorpresa porque no tenía ningún tipo de fantasía en seguir haciendo obras en colaboración con Carlitos. Eclipse fue otra cosa, un proyecto puntual. Cuando nos pusimos a trabajar en la propuesta la duda surgió en ver cómo lo hacíamos. Imaginarnos trasladando ideas a otros era un grado complejo", apunta Gustavo Lesgart, quien ya montó una obra suya en la Coronado.
Sin embargo, el proceso, dicen, fue bastante orgánico. Por lo pronto, convocaron a gente que forma parte de sus mundos creativos: el músico Diego Vainer, el diseñador de indumentaria Pablo Ramírez y el artista plástico Mariano Sivak. Al poco tiempo, surgió el nombre de la nueva coreografía: Zeppelin . A fin del año pasado comenzaron a probar las primeras ideas junto a Federico Moreno, quien los había asistido para el montaje de Eclipse . Entre los tres les dieron cuerpo a los solos, a los dúos y los tríos que componen este trabajo que se estrena mañana. "Es que cuando entrás acá, al San Martín, ya no tenés tiempo de ir probando", admiten.
El espectáculo comienza con un solo masculino que deviene en un dúo, en un trío, en un cuarteto.... Todos esos movimientos fueron los que habían probado entre ellos. "Cuando llegamos al noneto, ni te cuento...", se ríe Carlos. Para dar forma a esas secuencias que ya no podían investigar con sus propios cuerpos apelaron a anotaciones, a dibujos, a esquemas.
Gustavo reconoce que el trabajo que habían realizado para Eclipse los ayudó. A juzgar por los títulos, tanto ese espectáculo que están presentando en El Portón de Sánchez como el que estrenan en el Teatro San Martín están relacionados con lo cósmico. Sin embargo, cuando todo esto era un simple balbuceo, lo de Zeppelin surgió a partir de un dibujo. Pensaron: el espectáculo comienza con un solo masculino, llega a tener 18 bailarinas en escena y culmina casi con un solo. Eso, expresado en un dibujo esquemático, era sencillamente un zeppelin. "Por otra parte, la imagen del zeppelin nos dio la posibilidad de asociarnos a algo más onírico, surrealista", acota Carlos, el exquisito protagonista de Babooshka!! En esa propuesta basada en canciones que hicieron famosas cantantes mujeres Casella despliega una sutil e inteligente reflexión de género.
A juzgar por lo visto en el ensayo, Zeppelin también podría pensarse desde esa óptica. "Puede ser -dice Carlos-, pero no lo pensamos desde ese lugar. A lo sumo, tomamos algunas decisiones. Por ejemplo, que la mitad del espectáculo esté protagonizada por hombres y el resto, por mujeres. Otra: que comenzara con algo muy físico y que, en un momento, sea más situacional hasta llegar a un lenguaje casi teatral. Pero no hay una bajada de línea desde el punto de vista de género." Su amigo toma el guante: "En Zeppelin hay un grupo que empuja al otro. Hay un grupo que se queda en el espacio. Ellas vienen de algún lugar con algo ya hecho que desconocemos. Mientras tanto, los varones lo construyen, arman esa horda que se mueve en conjunto. Pero de esas cosas nos fuimos enterando sobre la marcha, se dieron. Igual, siempre hay una opinión en las cosas que uno hace. Que uno de los varones se pase al grupo de las mujeres y que se quede con ellas es una opinión. Y que uno no la subraye también es una opinión".
Lesgart y Casella se conocieron hace 25 años, cuando Gustavo llegó de Rosario para estudiar en el taller de danza contemporánea del San Martín. En ese curso estaba Ana Frenkel, amiguísima de Carlos. Allí también estaba Andrea Servera. Si bien Carlos entró un año más tarde, ya pertenecían al mismo círculo. "Después siguió la amistad, trabajamos juntos, fuimos novios, no trabajamos juntos, nos distanciamos, nos reencontramos", sintetiza Carlos. En aquellos tiempos fueron parte de El Descueve, del cual Carlos fue uno de los fundadores y directores. Gustavo se sumó al grupo en Corazones maduros , que estrenaron en Prix D'Ami (un símbolo de una época). A partir de ese momento, fue reemplazando a los bailarines que se daban de baja por accidentes, giras o lo que sea. María Uceda se rompía un brazo y aparecía él. Carlos se enfermaba y aparecía él. "Menos a Ana, que se quedaba desnuda, reemplacé a todos", se ríe Gustavo.
También estuvieron en el primer período de Villa Villa , la creación del grupo De la Guarda que tuvo funciones en Nantes, Nueva York y Londres. Al tiempo, Gustavo se bajó de esa gira loca. Con Inés Sanguinetti, por ejemplo, hizo Hondo , un trabajo plástico/sonoro/coreográfico implecable. Tiempo más tarde se fue a vivir a Barcelona. El camino de Carlos, post-El Descueve, comenzó a estar asociado a las puestas de Alfredo Arias. Así fue que París se transformó en lo que Cemento o El Callejón habían sido antes. A veces, con alguna ciudad europea como telón de fondo, se encontraban.
Gustavo volvió a radicarse aquí hace unos tres años. Muy de a poco fue tomando forma la idea de hacer un espectáculo juntos. Se lo contaron a Andrea Servera, una de las directoras del Festival Buenos Aires Danza Contemporánea que habían conocido cuando ellos se conocieron. Fue ella quien programó Eclipse en la sección Obras en Construcción. "Fue interesante formar parte de ese ciclo porque nuestra relación también estaba en proceso de reconstrucción", se queda pensando Carlos (Gustavo también se queda pensando). El trabajo pegó. Tanto, que lo reprogramaron en el Rojas y ahora sigue. En el Rojas fue donde lo vio Mauricio Wainrot y los llamó por separado para esa reunión del principio de la nota, del principio de eso que ahora llamamos Zeppelin . Así es que, ahora, están en la misma institución en donde, hace 25 años, Carlos Casella y Gustavo Lesgart se conocieron y, junto a otros, dieron forma, personalidad, rigurosidad y movimiento a la danza contemporánea porteña.
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