Danza. El gran invierno, una metáfora de la pandemia con elementos esenciales
La coreógrafa Teresa Duggan retoma el imaginario oriental para esta sucesión de cuadros que transmite la atmósfera del aislamiento con belleza y fragilidad
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El gran invierno. Idea, coreografía y dirección: Teresa Duggan. Bailarinas intérpretes: María Laura Garcia, Maiuko Ohno, Laura Spagnolo, Agostina Sturla. Música original: Gingo Ohno. Vestuario: Nam Tanoshii. Próximas funciones: domingos, a las 19, en Teatro Celcit (Moreno 431). Nuestra opinión: bueno
Sin la certeza de que los malos tiempos hayan terminado, hemos regresado a las calles y a las plateas de los teatros. Hay una sensación de primavera. Como si hubiera terminado un gran invierno de casi dos años de duración. Ese es el clima del espectáculo creado desde el aislamiento que obligó la pandemia y que la Compañía Duggandanza repone en el Celcit. Recuerdos de la escarcha bajo los pies. Del refugio junto al fuego.
Teresa Duggan lo explicita en la sinopsis de la obra: se trata de una metáfora de la pandemia. Y el aislamiento de los cuerpos se filtra en la composición. Las postales se suceden y las intérpretes casi siempre bailan solas, interactuando con su complejo vestuario y algo de utilería proveniente de la naturaleza. En un dúo inicial todo parece basarse en el establecimiento de la distancia social. En aquello que dificulta el encuentro de los cuerpos.
La obra es absolutamente apta para todo público, no sólo por la ausencia de violencia o desnudos, sino por lo literalidad de las imágenes, subrayadas con potencia desde la banda sonora, el vestuario y la iluminación. Tierra, agua, fuego y aire. Todo se trata de eso. Todos los recursos van hacia el mismo lugar y facilitan la lectura.
Duggan retoma su cercanía con los movimientos, sonidos y vestuarios de reminiscencias orientales que ya habitaron sus escenas en El puente de la mariposa y Dos pétalos. Es un barrio que suele habitar y al que le aporta delicadeza, liviandad. Encuentra belleza en la fragilidad y la vuelve danza.
Oriente también se cuela en el vestuario de Nam Tanoshii que no sólo se luce en los bordados de los kimonos, sino también en un increíble abrigo superpoblado de peluches, en referencia a Japón, nuevamente, pero más cerca de la tribu urbana de las Chicas Harajuku.
Las caras se encuentran tapadas la mayor parte de la obra, por telas, cabello o el frecuente regreso al recurso de envolverse con una pieza del vestuario. Como nuevas Casiopeas condenadas por Poseidón a atravesar la eternidad con las faldas sobre los hombros.
¿Lograremos atravesar la eternidad de este invierno interminable? Tenemos el arte para exorcizar los fantasmas, cuando logramos hablar de ellos. O bailarlos.
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