Cuando la vida resulta inconcebible sin la danza
El bailarín y coreógrafo ideó Lugar propio, un ciclo experimental que sucede en su departamento de dos ambientes y que, vía streaming, excede esas cuatro paredes
El sábado, el barrio de La Boca intentará sumar otro espacio dedicado a la experimentación escénica. Se trata del ciclo Danza al borde, que tendrá lugar en el Teatro de la Ribera. Del desafío participan reconocidos coreógrafos de la danza contemporánea que entran en cruce con artistas de otras disciplinas. De hecho, comenzará con un espectáculo multidisciplinario que cruza películas, música y danza e incluye la exhibición de ocho films de danza con música de Mauricio Kagel tocada en vivo por el ensamble Süden y puesta del coreógrafo Pablo Rotemberg. En el ciclo curado por Diana Theocharidis conviven coreógrafos como Diana Szeinblum y Marina Sarmiento, junto con músicos como Gabo Ferro y Axel Krygier. También, Iván Haidar, un talentoso bailarín y coreógrafo. El que, ahora, se presenta a la charla.
"¿Por qué bailo? Siento que no puedo hacer otra cosa, pero lo digo desde la mejor. No es que sea un inútil para el resto de las cosas, lo cierto es que no concibo mi vida sin bailar", dice quien, mucho antes de estudiar en la UNA e integrar el Taller de Danza del San Martín, lo suyo era el ballet clásico. Iván es de La Plata. Tiene 31 años. Baila desde los 5. "A esa edad mis dos hermanos mayores jugaban al rugby. Siguiendo esa línea, mis padres me mandaron a entrenar con ellos. Muy intuitivamente se dieron cuenta de que yo no iba por ahí. Entre dos hermanos medio onda chongos, yo... Así fue como se pasaron al otro extremo y me mandaron a estudiar danza clásica", cuenta e, inmediatamente, saca su celular y muestra su debut en un teatro platense bailando un clásico del ballet clásico.
Durante buena parte de su infancia, su profesora fue la "Chichi" Giovine, la misma maestra que tuvo Iñaqui Urlezaga. Durante ese tiempo bailó Coppelia, Giselle, El lago de los cisnes y todo el top ten de los clásicos de la clásica. "Por suerte me di cuenta de que mi vida iba a ser muy aburrida haciendo eso y a los 12 años empecé a estudiar teatro. Eso estuvo bien, fue necesario. Me posibilitó salir de la rutina y de la fuerte disciplina que no disfrutaba antes de cumplir esa promesa del niño prodigio que termina estudiando en el Colón. Con el teatro empecé a construir mi personalidad. Yo tenía ganas de inventar, de inventar cosas y no de que me marquen coreografías", agrega.
Desde hace un tiempo, el bailarín y coreógrafo platense hace eso: marcar sus propios pasos. Baila en su casa y lo transmite en vivo en un inquietante proyecto pensado para la Web que llama Lugar propio. Baila en Europa con el prestigioso coreógrafo portugués João Fiadeiro. Y mientras ensaya con la compositora Carmen Baliero el trabajo que presentará en el Teatro de la Ribera en el cierre de Danza al Borde, organizó un encuentro que llamó Lugar otro, primer ciclo de danza transmitido por la Web ("Pensé que Lugar propio tenía que multiplicarse, que debían venir otras voces, otros cuerpos, otras casas en obras pensadas para el streaming").
Este proceso expansivo comenzó el domingo desde una casa de una abuela en Ramos Mejía. Se llamó Family game y es un ciclo que abarca otras tres propuestas (buscalo en la Red, que está pensado para eso). En su constante tránsito entre La Plata y Buenos Aires, el sábado, en Café Müller, presentará un solo que llamó Lugar monstruo.
En los tiempos libres -parece que tiene-, se presentó a una beca en Iberoescena. La ganó. Piensa realizar una investigación en Portugal que, tal vez, termine en una obra con presente en aquel lado del Atlántico (o en la ciudad de las diagonales, nunca se sabe). También pidió una beca al Fondo Nacional de las Artes para continuar con su línea de investigación de Lugar propio. La ganó. "Yo creo que estoy escribiendo muy bien los proyectos. Me tomo mi tiempo, es cierto. Al primero que me presenté fue a Prodanza y me lo rebotaron, pero después me fueron saliendo. El año pasado gané cinco. Por primera vez viví de eso", agrega en modo honestidad brutal.
En esa ruta fue depurando la línea de Lugar propio, ese ciclo que de vez en cuando transmite desde su casa. "Cuando pensé Lugar propio no pensé en un formato. Pensé que, por primera vez, me iba a mandar a hacer algo solo", cuenta. Las primeras cuatro versiones fueron desde su casa de La Plata: un típico departamento de dos ambientes de unos 50 metros cuadrados que él transforma en un lugar onírico para una experimentación coreográfica que sabe, hipnóticamente, apropiarse del lugar. La última versión la realizó el año pasado, desde Lisboa (su lugar propio para ese entonces).
En un principio, pensó invitar al público a su casa. Pero, claro, en dos ambientes mucha gente no entraría. Entonces, bienvenidos la banda ancha y el streaming hasta darse cuenta de que esa transmisión en vivo era el objeto en sí mismo. "El lenguaje está en eso", se dijo y repite ahora en un bar de Villa Crespo. Luego de la performance los aplausos llegan en forma de emoticones, comentarios en las redes sociales y hasta algunos entusiastas que le mandaron fotos y videos aplaudiendo.
"Es reloco porque yo no tengo experiencia con la tecnología. No soy programador, nada. Es todo muy casero, muy atado con alambre. Diría que me doy maña. Edito yo la música, sin ser músico. Robo sonidos y me paso horas editando, aunque no sepa editar. Lo mismo me pasa con la gráfica de lo que hago. Me autogestiono todo", apunta. "Todas las cosas que hago son consecuencias de experiencias anteriores", dice en algún momento quien ha trabajado en montajes de Luis Garay, Mariano Pattin, Pablo Rotemberg, Diana Theocharidis y Lucas Condró.
Fue recién haciendo teatro cuando se hizo de su grupo de amigos. Eso fue a los 18 años, en La Plata. Era un juego que, con los años, siguen jugando. El grupo se llama Vuelve en Julio (de hecho, se presentaron hace poco en el Rojas). Con las obras que fueron montando se pagaron alquileres, se dieron gustos y viajaron un montón: India, Francia, América latina. "La pegamos", reconoce. Con los años, el grupo se volvió interdisciplinario y fue sumando a otros (mini)integrantes. A Camilo, por ejemplo, que con dos años subió al escenario del Rojas. "Es el hijo de uno de los del grupo. No quedaba otra, alguien tenía que cuidarlo...", dice Iván Haidar. Y agrega este comentario que tiene que ver con su lugar propio: La Plata: "Como en mi ciudad no hay apoyo financiero ni nada, aprendés a rebuscártela. Yo calculo que mi formación en el Taller del San Martín me ayudó, pero no hubo ni hay estrategias en lo que hago. Si no te movés, no hacés algo, nadie te va a venir a buscar".
El movimiento, claramente, es su lugar propio.
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