Crítica: Carmina Burana, una infrecuente celebración estética y multidisciplinaria
La cantata escénica, que reunió a todos los cuerpos estables, puso a girar la rueda de la diosa Fortuna y, con ella, a la temporada 2024 del Teatro Colón
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Carmina Burana. Cantata escénica y ballet. Música: Carl Orff. Coreografía y puesta en escena: Mauricio Wainrot. Repositores: Victoria Balanza y Alexis Miranda. Por el Ballet Estable del Teatro Colón. Dirección: Mario Galizzi. Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Dirección: Carlos Calleja. Coro Estable. Dirección: Miguel Martínez. Coro de Niños. Dirección: César Bustamante. Solistas: Laura Rizzo (soprano), Martín Oro (contratenor), Alfonso Mujica (barítono). Escenografía y vestuario: Carlos Gallardo. Iluminación: Eli Sirlin. Producción: Auditorio Nacional del Sodre (Uruguay). En el Teatro Colón. Funciones: hasta el miércoles 27 de este mes.
Nuestra opinión: Excelente
A principios de la década del sesenta del pasado siglo, el espectáculo porteño celebró una visita memorable: en el Teatro Colón, el Ballet Nacional de Chile cumplió una gran temporada con piezas de su repertorio, incluido su hit, la Carmina Burana (1953) de su director, Ernst Uthoff, el legendario exbailarín de la compañía de Kurt Jooss, radicado en el país vecino. Se conocieron otras versiones, pero el público porteño no había vuelto a presenciar una puesta completa de la rimbombante partitura de Carl Orff bailada, como entonces, con el marco de cuerpos orquestales y corales en vivo.
Más de sesenta años después, el Teatro Colón abre la temporada 2024 y reedita aquella experiencia, ahora con otra concepción coreográfica de la misma pieza. Es la Carmina Burana de Mauricio Wainrot tantas veces aplaudida antes, pero (salvo en San Juan y en Montevideo, de donde proviene la producción) sin el entorno presencial del complejo sostén musical. Ahora sí, de nuevo, intervienen todos los cuerpos estables. Así, cuando la batuta del maestro Carlos Calleja indicó a la Filarmónica el inicial impacto del timbal y el grueso del Ballet Estable (que dirige con autoridad Mario Galizzi) enfrentó cara a cara a la platea, no quedaron dudas de que la velada depararía una infrecuente fiesta estética multidisciplinaria.
Ahí arranca la rueda de la cambiante “Fortuna” (la introducción a la cantata), que somete a los seres a sus antojos, con una escena grupal en la que, no obstante, se destacan dos parejas, Ayelén Sánchez-Juan Pablo Ledo y Camila Bocca-Federico Fernández; los cuatro, a lo largo de la pieza, mantendrán dúos de admirable complementariedad.
En “Primavera” sobresalen las solistas Rocío Agüero y Lola Mugica quienes, como el resto del grupo de esta sección, lucen la candidez del vestuario (tonos claros) que diseñó Carlos Gallardo. Es un momento especial para el despliegue vocal del coro, sabiamente ubicado en los palcos, a un lado y a otro de la sala (un hallazgo de puesta en escena de Wainrot), en un equilibrado diálogo con las maderas de la orquesta, mientras el barítono Alfonso Mujica sentencia -también desde un palco, pero avant-scène- la consigna: Quien no disfruta del tiempo del verano / tiene un espíritu miserable, reza el texto. Un sector del cuerpo de baile disfruta, a su vez, de este “veranito” que se cierra con un delicioso sexteto, en uno de los tramos más sencillos y encantadores de la compleja construcción del coreógrafo.
Los cantos respondían al carácter de aquellos monjes goliardos que no observaban el celibato ni la moderación; al contrario, se entregaban a la gula, al alcohol y a la lujuria. Ese cancionero profano de los siglos XI al XIII da cuenta de excesos, algo que se corresponde con los desbordes del propio Orff, quien en su partitura no escatima seductoras propuestas rítmicas ni contrastes sonoros, a veces efectistas. “In Taverna”, la tercera sección de la pieza, es donde estas exuberancias –como era de rigor- se acentúan y estimulan a la danza, ya desde el vigoroso solo de Juan Pablo Ledo, todo un lance de elocuente expresividad. La irrupción, allí, del contratenor Martín Oro, con su lamento por los placeres perdidos (“Olis lacus colueram”), es impecable. Ledo y Sánchez ensayan, en este pasaje, un dúo de marcada sensualidad, que se integrará con otras parejas.
En “Cour d’ amour” destella el otro dúo central de esta puesta, Camila Bocca y Federico Fernández, que traducen al movimiento las insinuaciones de los versos sobre el amor. Aquí habría que subrayar que tanto Fernández como Ledo (único integrante del Ballet Estable que había bailado antes esta pieza) parecerían destilar una calidad más fluida que la de sus desempeños habituales, lo que lleva a barruntar que Wainrot, más allá de la mera marcación, entabla con sus bailarines una empatía especial (es la quinta vez que este coreógrafo trabaja con la compañía oficial). El dúo de Bocca y Fernández opone su aire romántico al desenfreno de la sección anterior, con arriesgados portés que evidencian la creciente estilización de Bocca, con su vivencia de ese amor que vuela por todas partes/ y es capturado por el deseo. Sostienen este pasaje la eficiente soprano Laura Rizzo y el conmovedor Coro de Niños (en el palco avant-scène opuesto), un momento de diáfana musicalidad.
Los coreógrafos que han abordado Carmina Burana (Wainrot incluido) deberían agradecer el potencial rítmico de esta obra al insoslayable influjo, en su concepción, de Stravinsky, cuyas Bodas (que Bronislawa Nijinska estrenó en 1923) instauraron esa dinámica irresistible que Orff proyectó a públicos más amplios, con el fondo del ya afirmado Tercer Reich, en Frankfürt, quince años más tarde.
Mauricio Wainrot volvió a dirigir con firmeza su más exitosa creación, que aquí exhibe una calidad de movimiento ligeramente distinta de la ya conocida con el elenco de bailarines contemporáneos que él mismo dirigía en el Teatro San Martín: es la misma obra, los mismos diseños y pasos, ejecutados por intérpretes de una escuela más neoclásica.
Merecida ovación, en el final, al rendimiento entusiasta de la compañía, en la que se advierte una creciente madurez del sector femenino, y al maestro Calleja, que acertó a armonizar los distintos rubros musicales del espectáculo. Mención aparte merece Miguel Martínez: la sonoridad del Coro Estable actual evoca los tiempos de Romano Gandolfi o –más acá- de Salvatore Caputo. Imparable, la rueda de la diosa Fortuna inicia un nuevo giro: la temporada 2024 del Colón –felizmente- está en marcha.
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