Conmovedoras historias de vida en una obra de "teatro científico" sobre el ballet
No es la historia de Giselle ni de Tatiana, tampoco la de Basilio o Don José. La biografía de un bailarín clásico excede el repertorio que interpretó, los premios que recibe, las giras que hará. En esa experiencia personal, en lo que le pasa en el cuerpo durante y sobre todo después de transitar una vida profesional que es excepcional por donde se la mire, está el nudo de esta trama. Danza de los estados es un espectáculo basado en los testimonios de un puñado de artistas que emocionan, informan e invitan a pensar a partir de sus historias individuales sobre un colectivo: los bailarines de ballet en la Argentina. Y también se hacen preguntas: ¿qué ciencia mide el esfuerzo, la vocación, el tedio, el deseo y los resultados de esta carrera? En la búsqueda de respuestas sobre una ciencia que no existe, cierto absurdo interviene cifras y porcentajes que maneja una supuesta especialista, dueña de algunos fallos categóricos. "Blancas, lindas, flacas, cuello largo, brazos largos, piernas largas, caderas estrechas, poco busto. Musicalidad, sensibilidad, fortaleza, sumisión. La bailarina de ballet en nuestro país es un milagro. Su cuerpo es un arma diseñada para conmover". Más allá del resultado de esta experiencia autodenominada de "teatro científico", el material que pone en juego alimenta la reflexión.
Silvia Bazilis formó junto con Raúl Candal una pareja artística emblemática en las últimas décadas del siglo pasado en el Teatro Colón. Inolvidable. Enorme. Está sentada, mira a cámara. Hace 25 años ya que se bajó del escenario, pero se la puede reconocer perfectamente a sus 66, en la pantalla de video que corona la sala del Centro Cultural de la Cooperación, donde mañana se estrena este nuevo trabajo de Florencia Werchowsky. Cualquiera que haya visto aquella función de Oneguin, en 1994, guarda en la memoria un pequeño tesoro: fue con el estreno de la obra maestra de Cranko que se retiró la primera bailarina. "Me preparé como si fuera para entrar al Colón, no para salir –recuerda ahora, en diálogo con LA NACION–. No habría querido dejar el escenario sin hacer ese personaje. Evocar cuando lo bailé y contar la despedida me movilizó. Y sobre todo me produjo mucha emoción hablar de la no-despedida de Maricel: ¿por qué algunos tenemos ese privilegio y otros no?".
Maricel De Mitri está ahí abajo con un overol azul, la pierna sobre la barra, los auriculares puestos, la concentración afilada. Su historia –sobre todo el capítulo que se refiere a la "no-despedida", en términos de Bazilis– es central para Danza de los estados. Enseguida que termina la lluvia de aplausos y lágrimas recuperadas de un viejo video, hace uso del micrófono para volver a habitar la escena de una manera diferente, con voz y palabra, y protagonizar esta especie de "charla de divulgación". Contar el abrupto desenlace que tuvo su carrera, fruto de una caída en un ensayo de El Cascanueces en el Colón, podría ser ahora reparador. "El accidente no era una cosa que me bloqueaba, no era dramático para mí, porque lesionarse es algo que existe como posibilidad para nosotros. Pero caerte con casi 47 años y sentir que tu rodilla va de un lado a otro, fue pensar en un instante: ¿cómo vuelvo de esta maniobra fallida?". La revelación la tuvo mucho antes que la tomografía; tirada en el piso vio en cámara rápida lo que vendría. Sin embargo, con su posterior rol de directora del Ballet del Teatro Argentino de la Plata hasta 2017 y el trabajo de docente en la villa 21-24 de Barracas, en este tiempo mutó, se apasionó y pasó de largo el duelo aquél, tanto que al empezar a trabajar en esta obra advirtió que desde ese día aciago no había vuelto a ser bailarina.
Pronunciado de memoria, interpretado, su monólogo, como otros, no solo se vale de hechos reales sino de palabras y formas de expresión que le son propias, aun cuando siga las líneas del texto que Werchowsky escribió a cuatro manos con el guionista Alejandro Quesada (hizo 100 días para enamorarse y Educando a Nina, en televisión). Además del accidente, ella cuenta las claves para componer Giselle, un rol muy especial, y que antes, cuando era una estudiante prácticamente recién llegada al Instituto Superior de Arte (ISA) del Colón, una vez la eligieron para participar de un espectáculo con la liga mayor: hizo de la hijita de Jorge Donn, que había venido con la compañía de Maurice Béjart. "Estoy bastante sorprendida. El tiempo es juguetón: mis recuerdos de niña están ahí nomás. Y que me rompí los ligamentos cruzados también y fue ya hace cinco años". Lo más impresionante fue volver a intentar la levantada, sobre el hombro de su partenaire, desde donde cayó. "Me di cuenta hacía cuánto no estaba a esa altura, arriba de la cabeza de alguien".
Edgardo Trabalón es dragón en el horóscopo chino: Santa Fe, 1976. A diferencia de Bazilis y De Mitri, el no apagó el fuego aún: su cuerpo y su mente le dicen que el retiro está cerca, pero todavía sigue formando en las filas del Ballet Estable del Teatro Colón. Como ellas, igualmente, él ya está encaminado en la docencia, continuidad más frecuente para el bailarín cuando se baja del escenario.
Lo de Edgardo es un destape. Si se le preguntara hoy qué hecho de su biografía cree que sorprendería a la gente que lo conoce, contestaría: "Soy militar, tengo el rango subteniente de reserva del arma de caballería". Superado el pudor que al principio le supuso hablar de él, la revelación se produce en Danza de los estados: limpia en escena el cañón de un fusil automático pesado (la réplica de un FAP) mientras cuenta la anécdota de una madrugada en la guardia del liceo cuando lo descubrieron practicando una pirueta. Pensaron que se había vuelto loco. "Siempre me llamaron la atención los militares como personas corridas del estereotipo social, tan correctos, tan ordenados. El reflejo de una disciplina extrema. Como un monje. Yo tenía que hacer más ejercicio físico a escondidas, por la danza. Ahí era un tabú. Encerrado, pupilo en el liceo (salía los viernes al mediodía y volvía a entrar el domingo a la noche), descubrí la pasión por bailar. Podía ser libre". Así, a los 16, egresó del secundario e ingresó al quinto año de la escuela del Colón preparado con la formación que desde muy chico le había dado su mamá (gitana, bailarina, maestra todavía). "Salí corriendo por la danza –cuenta en conversación con LA NACION–, dejé todo: mi provincia, mis amistades, la carrera militar". Confiesa que le gustaría bajarse del escenario vestido de Albrecht o como Don José, el protagonista de Carmen; los dos títulos se verán en la temporada 2020. Tal vez sea la hora.
La mirada de un mundo
Por fuera de Silvia Bazilis, Maricel De Mitri y Edgardo Trabalón, que cronológicamente vierten sus experiencias de la vida real en esta obra, también participan del proyecto alumnas del ISA (Txaro Manen Oyarzábal y Angelina Casco Guiñazú) y solistas del Ballet Estable (Jiva Velázquez y Emilia Peredo Aguirre, David Gómez y, de La Plata, Aldana Percivati). "No están las biografías de los jóvenes porque se están escribiendo", explica Werchowsky, que comenzó a elaborar con los más grandes (mayores de 45, digamos) una línea de investigación sobre el paso del tiempo, que se fue ampliando. "Al principio la idea era trabajar más sobre los cuerpos de los bailarines y hasta donde está empujando la ciencia la utilidad de esos cuerpos de alto rendimiento, pero las personas luego traían sus cuerpos de la vida real (no los teóricos) y la obra encontró su punto de equilibrio –comenta–. Y también está lo que hace el sistema, cómo los cuida o los descuida, los explota o no, los abandona, por eso hablamos del Estado".
En diferentes momentos, la obra alude al rol de "el Estado como posibilitador", recupera escenas de viejos reclamos como los que aún hoy pueden poner en jaque un ensayo y picotea sobre distintas vicisitudes en las edades de la vida de un bailarín, sobre todo, de una compañía pública.
"La lectura que hago es que la cultura está corrida a un lugar que no tiene valor. Y todo lo que debería relacionarse a eso (aun el trabajo, el retiro, las condiciones económicas) no tienen prioridad ni tiene sentido que se recupere para el Estado. Nuestro sistema de jubilación era tan inteligente, la compañía se renovaba naturalmente sin que fuera una erogación tremenda, y haberlo perdido es como la respuesta del Estado, como si dijera: es lo mismo. Pero lo vemos en todos los aspectos de la cultura, como cuando una casa que tiene una arquitectura valiosa se tira abajo para levantar una torre", analiza Bazilis.
Tercer vértice de un triángulo de producción que comenzó a trazarse con la novela Las bailarinas no hablan (2016) y siguió con la adaptación escénica del mismo título (se reestrenará en enero en el FIBA), Danza de los estados tiene también el perfume de la propia historia de la autora. Formada como bailarina en el Colón y luego dedicada al periodismo y la escritura, Werchowsky continúa moviéndose como observadora cercana y aguda de un mundo que conoce, ahora desde la dirección de este espectáculo que podría ser una suerte de primo del Biodrama de Vivi Tellas. "Como género es precioso y riquísimo, es mi primera experiencia, voy con mucho cuidado, usando mi intuición, porque no estoy formada en dramaturgia ni hice el curso con Vivi ni nada por el estilo", aclara.
Público, maestros, estudiantes, coreógrafos, bailarines, amigos de. Nadie que desde los años ochenta a esta parte haya sido afín al ballet deja la butaca sin hacer por lo menos un link a un pequeño recuerdo. Para todos los demás, quienes manejan un imaginario inmaculado de la bailarina ajeno a lo mundano, está –en palabras de la autora– la sugestiva "posibilidad de acercarse a espiar las aristas ocultas de una actividad que tiene un Lado A visible, brillante, y un Lado B lleno de rugosidades y rarezas". Atractivo contraste.
PARA AGENDAR
- Danza de los estados, de Florencia Werchowsky. Funciones: 12, 20, 26 y 27 de noviembre, a las 20, en el Centro Cultural de la Cooperación, Corrientes 1543. Entradas $ 350 .
- Según la obra: "Para los bailarines de ballet, la tecnología de sus cuerpos requiere de una actualización permanente: desde el comienzo en la actividad, que suele ser durante la niñez, hasta su retiro de la vida escénica, alrededor de los 45 años, trabajan en la evolución de la información, en el perfeccionamiento de los procedimientos, en el enriquecimiento de las teorías y los lenguajes. En el momento de su mayor madurez técnica y artística, la exigencia física del repertorio y la tradición del ballet los relega a cierta periferia: algunos achican su participación en las obras, extendiendo su danzar en un lento ocaso; otros, simplemente, si pueden, se jubilan. ¿Qué hacen los bailarines de ballet cuando se bajan de escenario definitivamente? ¿Pueden seguir usando sus cuerpos? ¿De qué manera?
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