Con todos los dones de un gran espectáculo, "La Cenicienta" no es puro cuento
La Cenicienta. Coreografía: Ben Stevenson. Reposición: Dominic Walsh. Música: Serguei Prokófiev. Diseño de producción: Tom Boyd. Diseño de iluminación: Christina Gianelli. Iluminación: Rubén Conde. Directora del Ballet Estable: Paloma Herrera. Director musical invitado: Jesús Medina. Con la Orquesta Estable. En el Teatro Colón. Próximas funciones: del martes 22 al sábado 26, todas las noches, a las 20. Nuestra opinión: excelente
Cuando en abril de 1970 Ben Stevenson estrenó en Washington su ballet La Cenicienta, no pasó inadvertida la influencia de Frederick Ashton. Ingleses los dos, Stevenson –que desde entonces desarrolla aún su carrera de coreógrafo y director en los Estados Unidos– fue parte del Royal Ballet de Londres donde surgió la emblemática versión, con la bellísima partitura de Prokófiev (1945). Tan solo una línea alcanzó entonces para que las críticas marcaran un aspecto fundamental para cualquier creación a la que se le reconoce una ascendencia: "no es ésta una influencia servil", evaluó The New York Times. Stevenson había logrado componer una pieza de estilo británico con sello propio, una coreografía fiel al famoso cuento, que se destaca por sus conjuntos y solos, y que articula el mundo de las hadas con el terrenal, sacándole partido al humor –sobre todo a partir del mismo recurso de travestir a las hermanastras–, sin que esto empañe la elegancia de sus danzas. El resultado se propagó en compañías de tantas ciudades que la de Stevenson podría ser la "versión americana" (luego se hizo fuera del país; en Australia, por caso, es muy difundida).
Así llega ahora esta obra a Buenos Aires. El Ballet Estable del Teatro Colón suma a su repertorio una nueva remake del clásico en tres actos que al cabo de dos siglos cosechó incontables créditos (Petipa, Zakharov, Ashton, Nureyev, Zanella, Ratmansky, Wheeldon y sigue la lista). Y la compañía que dirige Paloma Herrera la recibe en el escenario con todos los dones de un gran espectáculo: una historia efectiva a pesar de los ribetes de esta época (la magia, el humor y el amor, en definitiva, no pasan de moda), despliegue escénico (no se consigna la procedencia de la producción) y una sólida interpretación técnica y de elaboración de los personajes, que va de los protagonistas al cuerpo de baile, pasando por las muy destacadas actuaciones solistas.
No precisa sinopsis, el argumento es motor y columna vertebral de esta versión que el sábado estrenó el primero de los tres repartos locales programados, con Macarena Giménez y Maximiliano Iglesias, y que anteayer presentó a dos bailarines invitados: la étoile de la Ópera de París Dorothée Gilbert y un ex-ABT, el brasileño Marcelo Gomes. Dos solventes parejas. La primera confirma su crecimiento artístico dentro de una compañía que va cincelando a sus jóvenes primeras figuras, con mucha conexión y –sobre todo Giménez– prodigiosa ejecución y caracterización de la Cenicienta, que va de la añoranza de la madre, la protección al padre y el hostigamiento de un par de hermanastras genial (merecen un párrafo aparte) al brillo del encantamiento que es, también, vía de la liberación.
Los extranjeros, con altura –no solo por sus cualidades físicas, de líneas largas, que aportan elegancia a simple vista–, hacen gala de sus horas de vuelo. Gomes tiene un innato (e intacto, aun a los 40) pshysique du rol de príncipe azul y la experiencia para aportarle el cariz propio que este personaje necesita para no ser un mero partenaire (como partenaire es conocida su solvencia). Exquisita, la francesa encontró momentos de lucimiento en las escenas dramáticas –de a dos con la escoba junto a la chimenea– así como en las variaciones más virtuosas del pas de deux de estructura tradicional, en el corazón del segundo acto, y en el deleitante dúo final.
Galería de personajes
A la fantasía del Hada Madrina, que transforma la desdicha de la joven en harapos en la oportunidad de una mujer que se abre paso, no le falta magia. Explosión mediante, a la vista de todos, la cocina gris donde la protagonista es víctima de bullying –¡si en el mil seiscientos Perrault hubiera sabido de qué hablamos!– da lugar a un claro donde una cuadrilla de libélulas y un séquito de hadas concretan la hazaña en lo que va del verano al invierno. En contraste con el peso de lo terrenal, la ingravidez de este mundo se transmite en levantadas que se desplazan como travelings y contagian con ese movimiento diferentes momentos de la coreografía posterior. A cargo de solistas que suelen ocupar el rol de primeras bailarinas, el cuadro en el bosque adquiere gran nivel, con particular destaque del Hada Primavera (Emilia Peredo) y del Hada Otoño (Camila Bocca).
Feas, malas y torpes, las hermanastras (Paulo Marcilio y Julián Galván) no monopolizan la obra, pero en nombre del humor son, de principio a fin, de las grandes virtudes de esta pieza. Así como el bufón, cómplice del príncipe para el éxito del baile, que recayó en Jiva Velázquez, ascendente bailarín que sabe ser pirotécnico.
Escoba y calabaza, carruaje y zapatito de cristal, no falta nada, ni el reloj que da las doce. Una campanada que el espectador, esta vez, desearía que no llegue.
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