Con Manon , el ballet volvió al Teatro Colón
Por Néstor Tirri Para LA NACION
Manon , música de Jules Masenet, coreografía de Kenneth McMillan. Coreógrafo repositor: Kart Burnett. Ballet Estable del Teatro Colón. Directora: Lidia Segni. Producción: Teatro Municipal de Santiago de Chile. Diseño: Peter Farmer. Iluminación: Rubén Conde. Orquesta Estable del mismo Teatro; director: José Luis Domínguez. Teatro Colón; anteayer en el Teatro Colón.
Nuestra opinión: muy bueno
De seis funciones programadas, al final nos dejaron dos. Conflictos internos y otros males endémicos del Teatro Colón privaron al público de las Funciones Extraordinarias. Y a los artistas se les redujeron las fechas destinadas a la temporada de danza. En fin, arranque breve, pero bueno. Así, con un elenco el sábado y con otro el domingo, el Ballet del Colón volvió a pisar con destreza su escenario natural para consumar un hecho excepcional, que hubiera merecido mejores circunstancias: la incorporación a su repertorio de una obra del gran Kenneth McMillan, la célebre Manon que había visto la luz en 1974, en el Royal Ballet de Londres.
Rescatada de un texto del Abate Prévost, Manon (como Violeta, como Carmen) es una criatura signada por la tragedia, un destino al que arrastra a su enamorado, el estudiante Des Grieux, y lo corrompe; él intenta arrancarla de las tentaciones mundanas, pero ella será deportada, como prostituta, y acabará en el horror. Asunto ideal para la ópera, sin dudas (y vaya si fue aprovechado allí), pero casi impensable para ser bailado. El maestro repositor Karl Burnett, consciente de que a McMillan le gustaban las apuestas a misiones imposibles, canalizó con pericia la espinosa dramaticidad de esta obra en los cuerpos del Ballet Estable y logró una más que aceptable plasmación escénica con las figuras locales que tuvo a su disposición.
Manon, una amoral adicta a la lujuria, y el joven Des Grieux (noble y recatado) se descubren en una posada, en un primer dúo, sobre los acordes de la E legie, de Jules Massenet (compositor del que, por lo demás, no se usa un solo compás de su ópera homónima). El segundo dúo, en la alcoba de él, es un alarde de refinamiento. Se sucederán otros, que irán pautando la trama de una cada vez más riesgosa pasión, amenazada por la presencia del poderoso Monsieur G. M. (asumido con certero cinismo por el experimentado Sergio Yannelli).
Los pas de deux de McMillan rebosan un lirismo sin afectación y proponen figuras de incomparable belleza en diseños que desafían a los intérpretes, aquí confiados a Nadia Muzyca y a Federico Fernández: él, acaso inmaduro aún para un rol de semejante compromiso, luce una privilegiada figura, de porte apolíneo, aunque de escasa profundidad expresiva. Muzyca, en el primer protagónico importante de su carrera, despliega su presencia naturalmente grácil; luego, ingresa en el meollo dramático de la desdichada heroína y finalmente se desarma en la agonía, con sorprendente solvencia.
La casa de citas del segundo acto posibilita un despliegue coreográfico de gran atractivo visual, en el que despuntan otras figuras del drama: María Rosa Magan y su eficiente Madama, Alejandro Parente como Lescaut, con los "titubeos" de una borrachera, y, sobre todo, Silvina Perillo (la Mistress), quien supera con virtuosismo uno de los solos con mayores dificultades técnicas de la obra.
La directora Lidia Segni aportó 70 intérpretes del Ballet Estable para cubrir más de 150 roles, entre solistas y comparsas (excelente el grupo de pupilas del burdel), que consumaron esta formidable Manon , un desafío que esta vez pasó fugazmente, pero que ya volveremos a disfrutar en alguna temporada más feliz.
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