Como una apoteosis del fuego
Flamma Flamma / Coreografía y dirección: Mauricio Wainrot / Intérpretes: Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín / Música: Nicholas Lens / Escenografía y vestuario: Graciela Galán / Iluminación: Eli Sirlin y Alejandro Le Roux / Sala: Martín Coronado del Teatro San Martín / Funciones: martes, a las 20,30; viernes, a las 14 (precio popular), y los sábados y domingos, a las 17 / Nuestra opinión: muy buena
Una figura masculina abre la obra, pero enseguida se vincula con otra, femenina, y esta dupla se convierte en módulo recurrente a lo largo de esta vibrante y exhaustiva (y, en algún momento, agobiante) Flamma Flamma, título con el que Mauricio Wainrot vuelve exitosamente a la composición. Ella (una versátil e impecable Victoria Balanza) se perfila como el sostén del otro (Nicolás Berrueta, eficacísimo protagonista), respaldando de pie y con sus abrazos al hombre que repliega su angustia existencial aferrándose a sus piernas como un ovillo.
Este dúo inicial es elocuente porque anticipa algunas de las extrañas resonancias corales de la partitura de Nicholas Lens, de la cual la pieza extrae su título y, además, porque aquí Wainrot prueba calidades y dinámicas infrecuentes en lo que se supone su código de movimiento habitual. Su impronta conocida, sin embargo, no tarda en reaparecer con un octeto de hombres de torso desnudo y polleras (al uso de los derviches, como en la recordada Pléyades, de Oscar Araiz). Luego, un solo fugaz de Ivana Santaella irrumpirá con un ritmo intenso y sagazmente desarticulado, que se verá enmarcado por un ágil octeto femenino.
Así va transcurriendo esta sucesión de escenas bailadas, los trece "cuadros" de una suite (de una extensión que, en lo escénico, en algún momento, no puede evitar ciertas reiteraciones), y que presenta una estructura lineal semejante a la de Carmina Burana, sostenida en lo musical por una monumental cantata, igualmente exultante, para voces solistas, coro y percusión. Se diría que remiten a rituales de una hipotética comunidad tribal: celebraciones, recogimientos, encuentros amorosos o de ruptura que el coreógrafo ordena, con dominio de su métier, en distintos agrupamientos y según propuestas diversificadas, en solos, dúos, octetos o tríos (uno masculino, destacable, sobre el pasaje musical "Tegite specula", lo entrelazan a cuerpo semidesnudo Facundo Bustamante, Matías Mansilla y Theo Kiyoyuki Yano). Un dúo de Sol Rourich y Gerardo Marturano aprovecha la riqueza rítmica de la original partitura, en un tramo pleno de sugerencias que luce como una suerte de estimulante ritual de bodas.
Una cadenza melodiosa en la voz de una contralto da pie a la "apoteosis del fuego"; es la muy llamativa entrada de Carolina Capriati, que abre a una nueva instancia de la pieza (tal vez la más espectacular), en la que el vestuario de Graciela Galán, recuperada para el ámbito de la danza, se impone como centro del acontecer escénico: la bailarina exhibe una pollera con forma de tulipán abierto o de copa invertida, toda roja carmesí, a la que luego se suman otras dos. Y algo después se sumará una formación grupal, siempre en rojo, pero ahora las polleras, plisadas y más ligeras, posibilitan una movilidad que ostenta otra fluidez.
En todo este prolongado transitar por ritmos, climas, contrastes cromáticos y despliegue de cuerpos, la compañía del San Martín que dirige Wainrot exhibe una sostenida eficacia y una coherencia admirable. Una muestra compleja y ambiciosa, en fin, que no dejará indiferente a nadie.
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