¿Cómo es un cuerpo para ballet?
Con las funciones suspendidas, durante la pandemia muchos bailarines están repensando su relación con su peso
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Como muchos bailarines de ballet, Lauren Lovette se hizo más de una pregunta durante la pandemia, pero una en particular sigue al tope de la lista. ¿Cómo es un “cuerpo para ballet”? Y su corolario: ¿Cómo es un cuerpo saludable? “¿Realmente estoy trabajando para ser mejor bailarina?”, dice Lovette. “¿O simplemente estoy matándome de hambre para adelgazar y estar en línea?”
En el ballet, la línea no solo es la forma del cuerpo sobre el escenario. Tiene que ver con el contorno armonioso general del cuerpo: cómo, de la cabeza a los pies, las extremidades y el torso generan una ilusión de continuidad de longitud y alcance. El peso, con su volumen y sus prominencias, sí, incluidos los senos, juega un papel importante y puede interferir con esa cualidad escultural sin costuras.
A Lovette, miembro del New York City Ballet desde 2010, esta pausa en la actuación le aportó bastante claridad mental. “No voy a bailar más con 43 kilos”, dijo. “Ya no quiero ser esa persona.”
Tengo preguntas parecidas dándome vueltas en la cabeza desde que empezó la pandemia, hace justo un año: ¿Cómo hacer que la imagen corporal —un tema complicado para cualquier bailarina, sin importar su tamaño— sea una fuente de fuerza, y no de tormento? ¿Esta pausa de las presentaciones en vivo puede ser una apertura para que cambien los requisitos estéticos del ballet, especialmente la delgadez extrema?
El ballet es una forma de arte de élite. Para su práctica, son necesarios ciertos atributos físicos —tobillos y pies flexibles que permitan un buen “en dehors”—, pero no existe un estándar único. En realidad, se reduce a cómo se mueve un cuerpo en el espacio: dinamismo, musicalidad y atletismo.
El ballet es subjetivo; lo que se ve bien, lo que se convierte en una especie de estándar, lo establece el director de la compañía, que generalmente es hombre, y además blanco. Muchos piensan que el cambio en el ballet viene muy demorado. Benjamin Millepied, exdirector artístico del Ballet de la Ópera de París y actual director de la compañía contemporánea L.A. Dance Project, dice: “La tendencia del cuerpo delgado viene de larga data y estoy totalmente en contra. Quiero ver bailarines con su propia individualidad.”
Antes de la pandemia, las bailarinas mujeres estaban incorporando entrenamiento de fuerza para volverse más atléticas. Si bien se las veía menos frágiles, algo positivo, el modelo corporal de las compañías de ballet seguía siendo el de modelos hiperdelgadas como Twiggy.
En este momento, a muchos bailarines —como al resto de nosotros— el cuerpo les cambió ligeramente. A Marika Molnar, fisioterapeuta y directora de salud y bienestar del New York City Ballet, le parece que los bailarines con los que trabaja se ven muy bien en este momento. “Tal vez hayan engordado unos dos kilos y medio, pero se los ven bárbaro”, dice Molnar. “No sé cómo se traducirá eso en el escenario y con un tutú, pero en este momento se ven geniales, muy saludables.”
Con el mundo del espectáculo en suspenso, los bailarines han tenido casi un año para pensar en el lado incómodo y traumatizante de su forma de arte y su cultura. En el mundo del ballet, decir las cosas no es precisamente la norma, pero en octubre una bailarina sacó a relucir el tema de la imagen corporal. Y para ella, como para muchos, el tema era el peso.
Kathryn Morgan, de 32 años, bailarina con un gran número de seguidores en YouTube, publicó el video “Por qué me fui del Miami City Ballet”, que describe su experiencia con la compañía, donde duró solo una temporada. Morgan es talla 2 —entre un S y un XS— y en el pasado tuvo que lidiar con una enfermedad autoinmune que hace casi 11 años la obligó a dejar el New York City Ballet. Su contrato como solista en el ballet de Miami, a partir de mayo de 2019, marcaba su regreso a los grandes escenarios.
“Entré y dije todo abiertamente, que tenía esta afección en particular”, dice Morgan. “Así es mi cuerpo. Nunca voy a ser la más flaquita del escenario.” Pero su cuerpo fue constantemente criticado desde el arranque, y le prometían roles que después le sacaban. Morgan subió al escenario solo cuatro veces, y en tres de ellas fue en el rol de la stripper de Slaughter on Tenth Avenue, de George Balanchine, un personaje que usa zapatos de taco, y no zapatillas de punta. En ese papel, relata Morgan, estaba “semidesnuda”. (El vestuario, acorde al papel, era un diminuto vestido).
Morgan cree que sus actuaciones fueron un éxito: la ovacionaron como en un concierto de rock. Después, sin embargo, le dijeron que “no estaba en forma” y que su cuerpo “no estaba como tenía que estar”. Nunca hicieron mención específica a su peso.
A partir de entonces Morgan empezó a desmejorar. Sus análisis de sangre daban tan mal como al comienzo de su enfermedad, en Nueva York, y se le empezó a caer el pelo. Su médico le dijo: “No sé en qué situación particular estás, pero tenés que salir de eso”, recuerda Morgan. Cuando su contrato en Miami terminó, decidió no renovarlo. Para Morgan, que para los estándares normales es delgada, achicarse aún más y sin perder al mismo tiempo la salud se hizo inviable.
Cuando se critica a una bailarina por su cuerpo, no es solo una cuestión cosmética. “Nuestro cuerpo es el arte”, dice Chloe Freytag, una exbailarina del Ballet de la Ciudad de Miami, que rompió su contrato a mitad de temporada cuando le exigieron bajar de peso.
Para el ballet, dijo Freytag, el cuerpo tiene que estar en óptimas condiciones atléticas. “Pero un estado físico extremo puede verse realmente distinto según cada cuerpo. Hay personas que tienen aspectos totalmente diferentes y que sin embargo tienen la misma fuerza y la misma resistencia. Creo que habría que cambiar los estándares de cómo se identifica a un bailarín calificado”.
Los bailarines no suelen hablar de la vida interna de la compañía de baile. Los contratos, que suelen renovarse año a año, son difíciles de conseguir, y la competencia es muy dura. Cuando los bailarines ingresan a una compañía, generalmente al final de la adolescencia, es probable que ya hayan entrenado durante 10 años, o incluso más. Pero desde el momento en que son contratados, la burbuja protectora de la escuela de danzas se desvanece.
La exigencia de estar en una compañía es enorme, y las presiones son constantes. Siempre hay una bailarina más joven y fresca lista y más que dispuesta a serrucharte el piso, y hay que dar gracias si te llaman a ensayar un nuevo rol. La verdadera victoria es lograr subir al escenario. Pero el casting, realizado por el director o coreógrafo, y a menudo anunciado cerca de la fecha de presentación, a veces parece un proceso misterioso y arbitrario. ¿El rol se lo quedó quien mejor baila? ¿Hubo favoritismo? ¿Me habrían dado el papel si pesara unos kilos menos?
El mundo está lleno de actuales y exbailarines de ballet frustrados, y Morgan lo sabe. Y habla de eso desde hace mucho tiempo en YouTube, donde brinda regularmente consejos a bailarines jóvenes, como también clases y tutoriales para audiciones. “La gente se calla porque sus trabajos están en juego y se saben reemplazables”, dice Morgan. “Pero yo no tengo nada que perder.”
El Miami City Ballet tiene la política de no hacer comentarios sobre sus exbailarines. Pero al hablar en general sobre el requisito estético de la delgadez, Lourdes López, directora artística de la compañía, dice tener la esperanza de que eso cambie. “Para mí, esto del Covid implica una especie de cambio de paradigma”, dice López. “Es como resetear todo, desde nuestra imagen de cada tipo de cuerpo, hasta el color de la piel sobre el escenario.”
Los cuerpos femeninos en el ballet, además, han sido históricamente blancos. Para los bailarines negros, la imagen corporal y el racismo están indisolublemente ligados, algo que va más allá de la delgadez. En especial las mujeres negras han tenido que lidiar durante mucho tiempo contra el estereotipo de que son demasiado musculosas, demasiado atléticas.
Erica Lall, integrante del American Ballet Theatre, recuerda que a los 13 o 14 años, cuando era estudiante en Texas, en una reunión de padres le dijeron a su madre que tenía los músculos demasiado marcados. “Yo no entendía nada”, recuerda Lall, que acertadamente se describe a sí misma como “un alambre”: es naturalmente delgada, con un torso corto y piernas largas, lo que muchos considerarían un cuerpo ideal para el ballet.
La cuarentena, junto con las protestas del movimiento Black Lives Matter durante el verano boreal, le dieron la oportunidad de “pensar y sentir lo que durante mucho tiempo no me había permitido sentir en el mundo del ballet”, dice Lall. “Me estaba privando de fortalecer mis cuádriceps, mis isquiotibiales, o incluso mis músculos rotadores, porque me preocupaba que se marcaran demasiado.” Así que se concentró en desarrollar fuerza, realineando su cuerpo con entrenamiento girotónico. “Son músculos necesarios para bailar”, dice Lall.
En el pasado, los gimnasios eran tabú en el mundo del ballet, debido al miedo a aumentar el volumen muscular. Las bailarinas no debían parecer atletas, sino niñas etéreas, hermosas y flacuchas. Sin embargo, lo cierto es que antes las bailarinas tenían más curvas, especialmente hasta la década de 1950. Esa moda cambió, y a quien muchos le echan la culpa es a George Balanchine, el coreógrafo fundador del New York City Ballet, que tuvo una enorme influencia en el ballet de Estados Unidos después de la Segunda Guerra.
Algunos creían, y todavía creen, que Balanchine prefería los bailarines de piernas largas y cabezas pequeñas. La noción de un “cuerpo Balanchine” quedó ahí atascada y generó un molde de cómo cree la gente que debería lucir una bailarina de ballet. Pero lo cierto es que en sus producciones, Balanchine coreografió y eligió para su compañía a bailarines con una gran variedad de tipos físicos.
En una entrevista conjunta, las actuales autoridades del NYC Ballet —el director artístico Jonathan Stafford y la directora artística asociada Wendy Whelan—, dicen que el mundo de la danza está tomando un mejor rumbo. “Basta mirar los inicios europeos y blancos del ballet”, dice Stafford. “Al ballet le ha llevado mucho tiempo superar esa imagen ‘ideal’, sea lo que sea que ese ideal signifique para esa persona, ya sea alguien alto y delgado, o alguien muy pálido. Obviamente, las compañías de ballet han tardado mucho en superar esa estética.”
Stafford y Whelan representan un cambio generacional en el liderazgo de las compañías, que está explorando una nueva visión de cómo puede ser la cultura del ballet. Ambos fueron primeros bailarines y tienen una larga relación con la compañía. De hecho, Whelan fue una estrella con una carrera de 30 años. Ambos fueron designados en sus nuevos roles en 2019, luego de la conmoción en el City Ballet por la salida de su histórico líder, Peter Martins, que se retiró en medio de acusaciones de abuso físico y emocional (Martins negó las acusaciones) y de un escándalo por las fotos de las bailarinas que hacían circular los bailarines blancos.
Millepied, miembro del City Ballet entre 1995 y 2011, dice que cuando estaba en la compañía, se referían a los bailarines como “los chicos”, lo que lamentablemente no es inusual en el ballet. A veces los llaman “los nenes” y “las nenas”. A Millepied le parece deshumanizante. “En el City Ballet, cuando bajaba el telón, nos quedábamos ahí parados esperando a que Peter nos dijera si habíamos estado bien o mal, o incluso que nos mirara”, recuerda. “Ese es el nivel de control que había, y actuamos con un gran nivel de intensidad, pero todo eso también tenía que ver con estar muy flacos”.
Es mucho lo que hay que cambiar en la cultura del ballet, y tales cambios requieren tiempo y compromiso. Stafford y Whelan han establecido una nueva regla: ningún miembro del personal puede hablar con un bailarín sobre un problema corporal sin protocolos que protejan la sensibilidad y la confidencialidad. “Esas cosas no se hablan de pasada”, dice Stafford. “Esa conversación tampoco puede darse en un lugar o circunstancia demasiado públicas. Tiene que darse en un entorno sano.”
Para Stafford y Whelan, un cuerpo sano es un cuerpo fuerte, y un cuerpo actual para el ballet tiene músculos. ¿Esos avances emocionales y esos kilos ganados durante la pandemia sobrevivirán cuando los teatros reabran sus puertas después de la pandemia? Hay otros obstáculos, que no responden a formas de pensar arraigadas, sino de orden práctico.
“Creo que la estética del ballet probablemente vuelva a ser la misma que antes, porque les tiene que entrar el vestuario”, dice Molnar. “Son trajes muy caros”. En el ballet, aunque no lo parezca, es una gran preocupación; Se sabe que a veces un bailarín consigue un papel porque el vestuario le queda bien. “Pero en realidad no sé”, sigue Molnar. “Estaría bueno ver si pueden mantener ese nivel de actividad física sin perder tanto peso y verse demacrados”.
(Traducción de Jaime Arrambide de un fragmento de la nota publicada el 3 de marzo de 2021 en la edición digital de NYT)
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