Carmen en tiempos de #NoEsNo
Compañía Jorge Amarante
Nuestra opinión: muy buena
Coreografía: Jorge Amarante. Música: Georges Bizet - Rodion Schedrin. Diseño de iluminación: Martín Rebello. Realización de vestuario: María Giménez. Producción general: Karina Battilana. En el ND Teatro.
La "habanera" de Carmen hablaba del amor como un ave rebelde e indomable. Lo que se consideraba una osadía, en 1875 -en la época del estreno de la ópera de Bizet, que una mujer eligiera sus parejas- se ha vuelto más cotidiano. Pero siempre es apasionante volver a ver esta historia de libertades y opresiones.
Jorge Amarante ha fundado una compañía compacta de trece personas para desplegar sus creaciones. En su mayoría son integrantes del Ballet Estable del Teatro Colón, a los que se los ve cómodos fuera de su nave nodriza.
La obra de Amarante está montada sobre la suite que Rodion Schedrin editó y completó para Maya Plisetskaya y, por lo tanto, tiene una duración de menos de una hora. Tiempo suficiente para contar esta historia en un lenguaje neoclásico y contemporáneo.
La estrella es Macarena Giménez, que se adueña de la escena con picardía y madurez. Cuando ella pasa, todos se obnubilan. Y el don José de Maximiliano Iglesias cae rendido a sus pies para siempre.
Giménez e Iglesias tienen mucha química y horas de vuelo juntos, también debajo del escenario: Amarante aprovecha el encastre perfecto de sus cuerpos para unirlos en la pasión y enredarlos en los celos. A propósito de riendas, el dúo de seducción con las cuerdas es un hallazgo coreográfico. Podría ser bailado, sin necesidad de un contexto narrativo, en cualquier gala.
Aunque la escenografía y el vestuario son bastante atemporales, la música y algunos movimientos de los brazos vuelven a la referencia sevillana. Pero aquí no hay toreros, ni cigarreras, ni soldados. Se trata de un coro de hombres y mujeres que dan marco y espesura a la historia (entre las que se desacata la eficacia de Lorena Sabena).
El Escamillo de Jiva Velázquez merece un párrafo aparte. No tratándose de un torero en el sentido literal del movimiento, Amarante le destinó todo el divismo y el brillo que los matadores poseían. Y Velázquez lo juega con maestría: fascina a las masas arriba y abajo del escenario.
El escape de las garras de Zúñiga, encarnado con el aplomo y la superioridad física necesarios por Matías Santos, muestra que a esta Carmen no le da igual estar con cualquiera. Del mismo modo que intenta escapar de la cárcel de celos de don José y todo termina en femicidio. Es dueña de su sexualidad, libre para elegir con quién y cuándo. Y cuándo no.
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