Caravaggio, una manifestación artística excepcional
Estreno absoluto en el Teatro Colón, el ballet de Mauro Bigonzetti inspirado en el pintor barroco trajo al país a Roberto Bolle, en una gran confluencia italiana, junto con la rusa Maria Khoreva; nuevos aires que le sientan bien a la compañía
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Caravaggio. Ballet en dos actos. Coreografía: Mauro Bigonzetti. Música: Bruno Moretti, sobre piezas de Claudio Monteverdi. Por el Ballet Estable del Teatro Colón; dirección: Mario Galizzi. Reposición: Roberto Zamorano. Luces: Carlo Cerri. Vestuario: Kristopher Millar. Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, dirigida por el compositor. Próximas funciones: martes 30 y miércoles 31, con los bailarines invitados Roberto Bolle y Maria Khoreva; el jueves 1º, el viernes 2, el sábado 3 y el martes 6, a las 20; domingo 4, a las 17. En el Teatro Colón.
Nuestra opinión: Excelente
En sí mismo, il Caravaggio (Michelangelo Merisi, 1571-1610), eternamente vibrante en sus piezas pictóricas, es un viaje alucinado a las entrañas del arte italiano. Mauro Bigonzetti, por su parte, encarna esa versátil corriente de la danza de Italia que, en los últimos treinta años, descontracturó los rigores clasicistas enquistados en la Península. Si se suma la presencia física de Roberto Bolle, intérprete superlativo (étoile del Teatro alla Scala de Milán y principal dancer del ABT) que renovó técnicas de baile académicas, se desemboca en una manifestación artística excepcional. Con la bailarina rusa Maria Khoreva, además, y el eficaz sostén del Ballet Estable del Teatro Colón, la conjunción plasma este soberbio Caravaggio, con el que la compañía oficial que dirige Mario Galizzi asume, en ocho funciones, el segundo título de la temporada.
Tanto el prólogo como el primer acto (con el Carnaval de Roma, en un espontáneo despliegue de la compañía) dejan en claro la propuesta de la pieza, centrada en una figura masculina. Que en esta versión es confiada a Bolle, cuya escultural presencia alterna en dúos y tríos de magníficos diseños con Khoreva (en el personaje de la Luz), así como con Ayelén Sánchez y Camila Bocca, quienes encarnan a otras alegorías, la Sombra y –rol muy influyente- la Belleza. Con las dos locales, juntas, Bolle desarrolla un bello trío de fluidas secuencias.
La pieza avanza por núcleos autónomos, como brochazos, y en el segundo acto depara la recuperación, en la exposición coreográfica, del Trittico di San Matteo, obras icónicas del milanés. En este mismo tramo descuella el pas de deux de Bolle con Nahuel Prozzi, que deja ver la la filigrana del personal estilo del coreógrafo: diseños corporales en un lenguaje neoclásico con toques contemporáneos, un continuum de cuerpos enlazados en bellísimas frases.
La oposición luz/tinieblas, esto es, la proverbial técnica del claroscuro, aquí pesa como algo inherente a la existencia del artista, así que es fundamental, en la puesta, la prodigiosa luz de Carlo Cerri, infaltable iluminador de Bigonzetti, que valora dramáticamente la tridimensionalidad del espacio. Bajo esa atmósfera, el sagaz coreógrafo da a su antihéroe un sutil toque fáustico, que en su permanente descenso a los infiernos se vincula con mendigos, fulleros y prostitutas, hasta precipitarse en el crimen.
La complementariedad de Bolle con Khoreva en los dúos es de una rara perfección, en parte por el contraste corporal (él, atlético; ella, una libélula), y por las impecables curvaturas y los incesantes portés. El elenco Estable del Colón no desentonó en absoluto a pesar de una dificultad técnica imprevista (el cuerpo de baile salió a escena en zapatillas de media punta, por no contar a tiempo con el calzado específico, según informó en un comunicado al público horas antes del estreno).
Obra difícil, bellamente gótica y compleja, Caravaggio exalta el misterio de la Luz -excelente, su personificación, en la intangible ejecución (escuela Mariinsky) de Maria Khoreva- así como su ausencia. Refriegas callejeras, duelos, el martirio –sangre incluida- con que se cierra el periplo: casi dos horas de un peregrinaje coreográfico acorde a las elegías barrocas de Monteverdi, atinadamente orquestadas por Bruno Moretti, que sostienen con admirable correspondencia el fresco concebido por Bigonzetti y corporizado por el experimentado Bolle (por momentos, demasiado apolíneo y distante, quizá, para una figura tan dionisíaca). Con él resurge el artista milanés, tironeado por deseos contrapuestos, poseído por la fiebre del sacrificio y la muerte. Caravaggio, ahora revivida por el Ballet del Colón, luce como una pieza capital (creada para el Staatsballet Berlin) de la danza italiana y europea de la actualidad. Un reconocimiento final a directivos y promotores de este programa por el criterio de renovación, en cuanto a repertorio, que implica.
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