Belleza e impacto: un hombre gira siete minutos sin parar, una mujer se rebela repetidamente contra la gravedad
En “Folia”, obra que está presentando el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, las escenas que generan mayor admiración y asombro son, a su vez, las más poéticas; viajarán a Rusia con este espectáculo
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La “locura” literal que encierra el título Folia, espectáculo que reestrenó la semana pasada el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, es el motor de una producción con gran despliegue y golpes de efecto que durante una hora alimenta la expectativa del público. En ese continuado de estímulos -una atmósfera inquietante en la que conviven músicos en vivo, que entran y salen de escena dentro de esferas ambulantes, y la danza de una compañía formidable en su conjunto-, dos escenas concentran los momentos de mayor admiración y, al mismo tiempo, belleza en la obra creada por el francés Mourad Merzouki.
No es tan habitual que estos dos factores coincidan: en general, el virtuosismo genera fascinación (ese “wow” que arranca el aplauso) y la emoción se asocia a ese instante sublime que el público atesora de manera especial, sin tanto estruendo. Acá confluyen ambas sensaciones. “¿Cómo lo hace?" “¡Se va a caer!" “¿No se marea?“ A sabiendas de que esto no es un circo -aunque los intérpretes tengan que manejar algunas nociones de aquellas disciplinas-, los espectadores dejan escapar sus preguntas y exclamaciones durante y después de la función.
Antonella Zanutto -extraordinaria integrante de este elenco que abrió el año en Colombia y prepara a su gira a Rusia, a fin de mes- es la mujer de rojo punzó que escala consecutivamente una plataforma circular en altura de la que cae una y otra vez. Tan solo un momento antes del solo en cuestión (que oficialmente lleva el nombre del aria de Vivaldi, “Cumb dederit”), el air track (primo segundo de una cama elástica) está apoyado sobre el piso repartiendo impulsos y rebotes por doquier. Pero cuando la soprano Graciela Oddone comienza a cantar y todo el cuerpo de baile eleva a la bailarina sobre la colchoneta, un plano inclinado provoca incertidumbre.

“Sospecho que en esta escena el binomio de la belleza y el impacto convive sostenido por una razón: lo que allí ocurre es una utopía hecha de realidad -responde Zanutto-. Acompañados de una música y una voz exquisitas y potentes que hacen de ecosistema privilegiado, los cuerpos parecieran estar regidos por otras leyes, ya no la de la gravedad. El elemento del air track pone la técnica y la destreza física al servicio de una coreografía que expande y devela otros límites posibles de esos cuerpos. A su vez, permite establecer diferentes planos en el escenario, y en ese desdoblamiento se configura cierto orden de lo onírico. Con todo eso dado como coordenadas de lo extraordinario, la coreografía no deja de hablar, con absoluta belleza, de emociones o condiciones tan reales como inherentes a la existencia humana: la fragilidad, el miedo, la desesperación".
Dos desafíos aparecen ineludibles: la inestabilidad y la gravedad. “En el primer caso -explica la bailarina- el cuerpo se organiza de otro modo cuando la base es endeble; la resistencia del suelo es menor, los giros no tienen un eje fijo, la caída de los saltos es siempre más profunda y más imprevisible que la habitual. Respecto de la gravedad, que es el principal desafío cuando el air track se inclina y tengo que treparlo cuesta arriba, se convierte también en coordenada para la construcción de la escena y del estado de desesperación que signa su final. La pendiente de esa inclinación está siempre en el límite que se establece entre lo humanamente posible y la sospecha del derrumbe del cuerpo que intenta llegar a la cima".

¿Entonces no hay truco? No, tampoco cuando al final la intérprete desaparece a la vista de todos. “Precisamente, lo maravilloso de nuestra profesión es que podemos hacer magia sin trucos. Forjamos herramientas que posibilitan la praxis de nuestra tarea artística, y que corresponden fundamentalmente a la técnica, el entrenamiento, y el estudio y la práctica que tienen lugar en la instancia de ensayo. A su vez hay herramientas más sutiles, no por eso menos poderosas: el foco, la concentración, el trabajo en equipo, la disciplina que se sobrepone al cansancio y al dolor, la sensibilidad y el análisis necesarios para construir el aspecto interpretativo, la confianza en el trabajo hecho y las decisiones tomadas desde el punto de vista artístico, el margen para lo imprevisto y la lucidez para asimilarlo como parte de la tarea, el respeto por la escena y el compromiso de la entrega. Diría que mi trabajo en esta escena tiene que ver con la puesta en práctica de todo lo anterior, pero fundamentalmente con un trabajo sobre la verdad, como opuesto a la ficción: sentir y poder dar fe de la fragilidad, de la fuerza y la vulnerabilidad, de la desesperación, y de la victoria de la mujer que soy cuando me calzo el vestido rojo".
Que no para de girar
Juan Camargo protagoniza el cautivante solo que hace las veces de broche de oro de la función. Es un baile sufí, que lo mantiene girando sobre su eje como un trompo humano durante siete minutos. Pero no es solo eso.

La anécdota cuenta que hace dos años cuando Mourad Merzouki vino a Buenos Aires para montar su espectáculo, preguntó: “¿Quién quiere hacer el derviche?" Y Juan levantó la mano. Ya conocía este tipo de danza turca, además de los poemas de Rumi, la música indostánica.
“Desde que vi la obra en video me enamoré de ese rol. Siempre desarrollé una afinidad por el arte y la filosofía oriental. Por ejemplo, estudio música de la India, que tiene una relación muy estrecha con el silencio. Y justamente en esta escena lo que más me llamaba la atención era que percibía un silencio profundo en la persona que la hacía. Luego lo confirmé: cuando bailo siento que entre la pollera y yo hay un diálogo constante, la veo como a un partenaire y, en la velocidad que le imprimo, el espacio compartido entre los dos es el silencio", define poéticamente esa relación donde el peso y la inercia juegan roles preponderantes. En clave espiritual, Camargo remata: “La sensación de la inercia, sumada al cansancio y ese sentimiento, van haciendo que yo, Juan, mi ego, se vaya apagando. Y entonces se vuelve puro movimiento. Eso es lo más lindo, la experiencia que más atesoro de este rol”.
Nuevamente, desde el punto de vista técnico, aparecen secretos, pero no milagros. “Hay dos cosas bastante sencillas desde lo físico que hay que hacer para bailar este rol. La primera es desenfocar la mirada, para no marearse, porque cuando uno enfoca la vista el cerebro trata de ubicar lo que tiene alrededor”, explica, y usa un ejemplo: “Es como cuando uno hace el bizco o si trae un dedo muy cerca para verlo y queda desenfocado todo lo que hay detrás. De esta manera mi cerebro no se ocupa de buscar las referencias”. Para él, que tiene una faceta de acróbata, esto se puede hacer con naturalidad. “La segunda cuestión técnica es el pivot, sobre un mismo pie, mientras el otro da pasos todo el tiempo”, continúa. Vale aclarar que como un planeta, este hombre no gira únicamente sobre su eje sino que hace desplazamientos por el escenario. Otra vez la potencia en una escena sencilla. De nuevo la locura (“folia”) como motor del viaje.

El bailarín colombiano perdió el acento entre tantas mudanzas por el mundo: creció en España, vivió en Tailandia, estudió teatro físico en Bélgica y vino finalmente a la Argentina “de casualidad” o, más bien, porque era el país donde más fácil le resultaba ser un residente extranjero. “Llegué y me enamoré, literalmente y de la ciudad”. Eso fue en 2018, pero al Ballet del San Martín se incorporó después de la pandemia. Del mismo modo, a través de los años, sus inquietudes pasaron de la música y la actuación a la danza: “A los 18 tomé mi primera clase de ballet y ahí me emocioné y fui por ese lado”. Una beca en Nueva York lo acercó a la escuela Alvin Ailey, otra coincidencia con su compañera Zanutto. “Cuando Antonella se iba y yo llegaba, en 2015″, menciona.
Ahora, los dos comparten compañía y planes cercanos, además del protagonismo en esta obra donde se lucen (en las funciones de este fin de semana, sin embargo, bailarán los roles de las escenas mencionados sus compañeros Andrea Pollini y Darcio Goncales). En quince días, el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín viajará a San Petersburgo. Allí, la compañía que codirigen Andrea Chinetti y Diego Poblete presentará Folia el jueves 24 de abril en el marco del Dance Open Festival, en el Teatro Alexandrinsky. Días más tarde, en el marco de la gala Open Dance, el elenco participará con un fragmento de Cantata, de Mauro Bigonzetti.
Para agendar
Folia, de jueves a domingos, a las 20, hasta el 13 de abril (ese día, excepcionalmente el espectáculo comenzará a las 21).
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