Ballet y récord de taquilla: con Paloma Herrera se terminó el mito del Patito Feo
El elenco estable del Colón duplicó sus funciones y agotó tickets; un cambio en la cultura de trabajo
Había una vez –en verdad, varias ocasiones– un argumento esgrimido con soltura y aparente seguridad para justificar la magra cantidad de funciones dedicadas a la danza en el Teatro Colón. “El ballet no tiene público: no vende”. Poco más que fanáticos, ¡lunáticos!, parecían los defensores del Estable frente a esa máxima esgrimida sin sonrojos. Pero resulta que al Patito Feo, acostumbrado a medirse con la ópera, a mendigar funciones y anudar pilatos para quebrar su mala fama, le llegó la hora de convertirse en cisne: en 2017, con la incorporación de Paloma Herrera como directora, el Ballet duplicó la cantidad de funciones, agotó todas ellas y le ganó al mito.
Sólo por contabilizar las presentaciones en el escenario de la sala con boletería, este año se vendieron 51.115 tickets para cinco espectáculos versus los 28.938 de 2016 con cuatro títulos. Por eso, la temporada que terminará mañana quedará en los registros con una luz verde de superávit. (La otra cara de la moneda la aportó el Ballet del Teatro Argentino, que en su antifestejo 70 aniversario presentó sólo tres funciones).
Herrera fue clara ya en el día uno con sus condiciones para asumir el cargo; también desde el principio fue evidente el apoyo que le daría la directora general María Victoria Alcaraz. Heredado en enero un plan con 22 funciones en el teatro, enseguida se convirtieron en 32, para terminar con 46 (el total incluye 14 espectáculos del ciclo Vamos al Colón para chicos de escuelas y giras por el interior). Pero, atención: si el Colón quiere darle al ballet la envergadura que tiene en los grandes teatros del mundo no puede más que considerar este pequeño récord un trampolín para seguir creciendo. En este sentido, en 2018 superará las 50 actuaciones.
Sería incompleta la lectura del año si se enfocara exclusivamente el éxito matemático de la compañía; por lo menos otros tres méritos se divisan claros: un cambio en la cultura de trabajo, la promoción de nuevas figuras y la elección de los títulos e invitados.
Lo primero tiene relación con un perfil de profesionalismo que esta conducción quiere pulir hasta el brillo: mantener a los bailarines trabajando en más de una obra a la vez los pone no sólo en training y con avidez para su crecimiento artístico, sino que los habilita a alternar presentaciones de títulos del abono con salidas a otros escenarios con programas técnicamente portátiles, pero valiosos. Así, por ejemplo, presentaron Alicia en el País de las Maravillas (que un mes y medio antes ya estaba sold out) mientras ensayaban las piezas de Noche clásica y contemporánea y empezaban a montar La bella durmiente del bosque.
Herrera no concibe el Estable como marco decorativo para que se luzcan figuras invitadas. Al contrario, respecto de la elección de los títulos y los roles protagónicos, aun con los celos internos que pudo generar, habilitó a jóvenes bailarinas por primera vez para roles cruciales: Ayelén Sánchez fue Odette/Odile y Camila Bocca, Aurora, dos revelaciones para aplaudir. En la misma línea de realzar el equipo propio, suspendió las galas de estrellas internacionales y convocó únicamente a Isabella Boylston, del ABT, y Marianela Núñez, del Royal Ballet de Londres, para funciones puntuales, dejando un gran margen a los bailarines de la casa. Fortalecer su equipo para ir por más: primera meta cumplida.