Ballet 2020 en el Colón: un póquer de clásicos, regresos conocidos y la visita del rutilante Roberto Bolle
Cinco espectáculos con 53 funciones en la sala –es decir, sin contar presentaciones fuera del teatro ni posibles giras– se cargan en la cuenta de la temporada 2020 del Ballet Estable del Teatro Colón, que se presentó este mediodía. La expresión matemática no es caprichosa ni colorida a la hora de ver cómo se planta la compañía frente al año entrante. La suma marca otro pequeño crecimiento en la cantidad de presentaciones que se le destina a la compañía de danza más importante del país; un piso que fue subiendo paso a paso después de 2016 (aquel año fueron solo 22) a la par de un éxito de taquilla que pareciera ser el mejor aval a la hora de negociar internamente el lugar del ballet en la casa. Lejos todavía del techo internacional de una opera house, el logro es, no obstante, señal de terreno ganado y capital para una mayor ambición artística.
La temporada juega sobre seguro, sin grandes riesgos. El foco de la programación que presentó Paloma Herrera, quien irá por su cuarto año como directora del cuerpo estable, se centra en un clásico póquer de ases con versiones del siglo XX –Giselle, La fille mal gardée, Manon y La bayadera (las dos primeras y la última, con nuevas producciones que se realizarán en los talleres del teatro)– y un programa contemporáneo que es lo más cercano a ese as en la manga al que vale apostar.
Aunque el capítulo de los invitados ocupa un lugar importante, los roles principales en las noches de estreno de cada título continuarán a cargo de los bailarines de la casa, decisión que Herrera mantendrá el año que viene.
Si bien el año en la sala comenzará en abril, lo primero que hay que destacar es la visita de Roberto Bolle, cotizadada estrella del ballet y una de esas figuritas difíciles para completar el álbum (más aún el suyo, que está en las preciadas últimas páginas: en 2019 se despidió de una de sus compañías de cabecera, el ABT de Nueva York). El italiano tiene la agenda más complicada que un rockstar: solamente este año cuatro productores diferentes confiaron a LA NACION las dificultades de poder traerlo a América latina. Con la rusa Polina Semiónova bailará la obra maestra de MacMillan, que repondrán Karl Burnett y Patricia Ruanne, del 4 al 13 de septiembre.
A propósito, hace apenas semanas, Bolle hizo este título con la argentina Marianela Núñez, en Londres, para delirio de los balletómanos que pudieron disfrutar de dos de los artistas más relevantes que tiene la escena hoy. No vendrán juntos, pero sí estarán ambos, porque Núñez volverá al Colón con su partenaire del Royal Ballet, Vadim Muntagirov (para presentarlo rápidamente en sociedad, basta con decir que él ganó el último Benois de la Danse, lo que lo convierte en el mejor bailarín del mundo hoy a los ojos de Moscú). Vendrán en diciembre a hacer La bayadera, de Makarova, un clásico que se vio hace no tanto (2016) y que, meses atrás, en Covent Garden, puso a Núñez alternativamente en los dos roles principales.
Repatriar a Marianela –tal vez la más exquisita ballerina que haya actualmente– no es, sin embargo, una sorpresa. Tampoco lo sería el regreso por tercera temporada consecutiva de Herman Cornejo, el argentino del American Ballet de Nueva York, excepto porque estrenará una categoría estelar: la de "bailarín invitado residente". Esto le da no solo al Ballet Estable una "nueva" figura de un nivel extraordinario para sus filas sino que, de esta manera, Cornejo habrá cumplido un objetivo personal: pasar más tiempo en el teatro donde se formó, integrándose al elenco, mientras continúa celebrando sus 20 años en el ABT.
Se verá a Cornejo, entonces, en dos títulos además de Bayadera: primero, en abril, como Albrecht, en la Giselle de Gustavo Mollajoli, cuya programación puede entenderse como un homenaje al coreógrafo argentino a un año de su fallecimiento. Luego, hará La fille mal gardée, en julio (la comedia de Ashton se dará en doce funciones para público general, además otras siete para el ciclo Colón en familia). Este título sorprende con un pronto regreso que no llegó a imprimirse en el cuadernillo anual de la temporada: el de Misty Copeland. Será una instancia de revancha para el público, que se quedó sin verla, y también para la figura americana, que este año vino a Buenos Aires para debutar en el Colón con La Sylphide, pero canceló su participación a último momento.
Cuando en marzo de este año le preguntábamos a Paloma Herrera para cuándo la creación de una obra nueva para el Ballet del Colón, la directora enumeraba algunas condiciones que ahora se vuelven determinantes para entender en qué momento considera que está la compañía. "Hay que conocer bien la compañía, tener al coreógrafo apropiado, una idea, la música". Ese momento llegará en octubre próximo cuando se estrene una nueva versión de Carmen, de manos de Alejandro Cervera, que más allá de su trayectoria en la danza y como regisseur de ópera, viene colaborando estrechamente con el teatro. Compartirá programa con "el trabajo más espontáneo" del genial coreógrafo checo Jiri Kylián, Sinfonietta, la cuota contemporánea reservada para 2020.
Mientras tanto, en 2019
El Ballet Estable prepara en estos días la versión de Mario Galizzi de El lago de los cisnes, título programado para presentarse a partir del 17 de este mes y por diez funciones en el Teatro Colón, como cierre de la temporada anual. Por un reclamo salarial, que busca equiparar los sueldos de los bailarines con los de la orquesta y el coro, los artistas de la compañía de danza llevan una semana trabajando parcialmente en el montaje del clásico, y debatiendo en las salas su petición a la espera de una respuesta institucional.
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