Balance de Danza: el fervor de la pospandemia convertido en movimiento
Con más reposiciones que estrenos, en el regreso a una vieja normalidad hubo mucho y bueno para ver en las salas grandes y públicas, privadas y medianas, pequeñas e independientes
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Terminó la pandemia y entonces ya no alcanzaron los días de la semana ni las agujas del reloj para poner a prueba el don de la ubicuidad. Como en la mayoría de los espectáculos que se dan sobre un escenario, efímeros en su representación (el teatro, los conciertos), también la danza estuvo exultante esta temporada, después de dos años muy difíciles. Regresó en 2022 una vieja normalidad potenciada en las salas grandes y públicas, privadas y medianas, pequeñas e independientes. Volver a encender la maquinaria no solo trajo estrenos, sino muchas reposiciones y algunos saltos de la virtualidad a la presencialidad, esas dos facetas que ya no son más compartimentos estancos: se va y se viene -¡ahora a piacere!- de la butaca a las pantallas y viceversa. Los festivales, sin ir más lejos, incorporaron secciones virtuales y remotas para ampliar su oferta “viva”. Más viva que nunca. En este sentido, las artes del movimiento tuvieron su participación en el FIBA (de un poético solo sobre el último rinoceronte blanco en el Portón de Sánchez al gran cierre con el Réquiem del Grupo Krapp en el Coliseo); en la Bienal de Performance (donde se vio una de las propuestas más conmovedoras del año, Existir la vejez); en una edición con buenas visitas internacionales para el Buenos Aires Danza Contemporánea (que abrió con los coreanos de la compañía Modern Table en el Centro Cultural 25 de Mayo); y una muy modesta versión de Ciudanza, hace apenas dos semanas. “Un big bang explosiona en la ciudad”, decíamos en estas páginas, para dar cuenta de lo fenomenal de la escena.
Tras la renuncia de Paloma Herrera el primer día de febrero, la temporada completa del Ballet Estable del Teatro Colón estuvo en manos del director Mario Galizzi. Se presentaron cinco títulos, incluyendo una nueva creación realizada para la compañía: la Carmen de Alejandro Cervera -un coreógrafo que tuvo un año de trabajo imparable en diferentes provincias del país-. Lo más sobresalientes de esta programación se podría encontrar en dos grandes obras. La primera, Giselle, epítome del romanticismo, abrió el calendario con la participación de una bailarina invitada, Natalia Osipova, que demostró cómo es posible aún apropiarse de un personaje que en 180 años de historia lo inmortalizaron memorables leyendas de la danza, y a su vez volverlo personalísimo. Otra clase de desafío significó Onegin, un título del siglo XX en el que el Ballet Estable logró conmover con sus interpretaciones. No es menor el hecho que la reposición (y las figuras invitadas, un descubrimiento para los espectadores locales: los españoles Elisa Badenes y Martí Fernández Paixá) haya venido directamente de Stuttgart, casa matriz de John Cranko, el creador de esta obra. Desde la estampa de Onegin del primer bailarín Federico Fernández (que, el mes pasado, repitió con Camila Bocca uno de los más bellos pas de deux en la gala Danzar por la Paz) hasta el debut en el rol de Natalia Pelayo, la pieza tuvo puntos muy altos.
En este sentido, la decisión de trabajar con tres o cuatro repartos para cada título (aun cuando por la magra cantidad de funciones llegaran a tocarle una, dos o a lo sumo tres salidas a escena a cada pareja protagónica) no solo le da a los intérpretes la posibilidad de crecer artísticamente y foguearse en nuevos roles, sino al público de ver otras figuras –en un año que, además, el plantel perdió a dos primeros bailarines (Macarena Giménez y Maximiliano Iglesias), temporalmente en Estados Unidos, y despidió a Nadia Muzyca, que se retiró en abril–. Sobre la solidez del conjunto, varios solistas hicieron labores para recordar: por ejemplo, la Mirtha de Paula Cassano, el Mercucio de Emanuel Abruzzo, el Lensky o el Escamillo de Jiva Velázquez, la Olga de Rocío Agüero o el Lilas Pastia de Edgardo Trabalón. Afortunadamente esta lista podría ser más larga (¡David Gómez!: del pas de paysan de Giselle al último desempeño como el mejor amigo de Romeo, un gran año para este bailarín del cuerpo de baile).
Este balance se escribe pocas horas antes de que se abra el telón del último espectáculo de la temporada mientras el Mundial de Fútbol, que tantas alegrías le está dando a los argentinos, acaba de complicar el partido: quedó “fuera de juego” la función de abono con invitados internacionales del domingo 18. Será, no obstante, una verdadera maratón la del navideño Cascanueces, en versión de Rudolf Nureyev: diez funciones en dos semanas que llegan al filo del 2022 completamente agotadas. Es para celebrar otro año con la taquilla marcando una consistente respuesta del público (también estuvo sold out Romeo y Julieta y, en total, las ventas de los tickets para la danza en el Colón alcanzó un promedio del 91%). Lo que no es para festejar es otra coincidencia de este fin de ciclo: como en aquel 2019 que en el fondo de El Lago de los cisnes se pobló de carteles con reclamos salariales, nuevamente un pedido de los cuerpos estables está a la vista de todos. Lleva semanas: el propio director del teatro, Jorge Telerman, en una entrevista con LA NACION, lo consideró lógico teniendo en cuenta la coyuntura económica. “Diciembre es el mes más cruel”, había dicho, parafraseando a T. S. Eliot.
El Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín (BCTSM), que dirigen Andrea Chinetti y Diego Poblete, tuvo un inicio de 2022 inmejorable con la visita de Mauro Bigonzetti y ese magnífico fresco viviente llamado Cantata: primero subió al escenario del Teatro Coliseo (la sede de Italia para las artes escénicas), con la música en vivo del Grupo Assurd, y luego en la propia sala Martín Coronado (también anota en su historial una excursión sanjuanina para el Mozarteum, en el pujante Teatro del Bicentenario). Le siguió un cambio rotundo de registro, que demuestra año a año esa valiosa ductilidad que tiene esta compañía: Boquitas pintadas, de Oscar Araiz y Renata Schussheim, sobre la novela de Manuel Puig, en justa programación por los 90 años del escritor. Si como cuerpo el BCTGSM siempre tiene un nivel muy destacable, por etapas algunos desempeños parecen sobresalientes: Lucía Bargados, sin ir más lejos, ha tenido otro año brillante; Boris Pereyra también.
La segunda mitad de la temporada, en cambio, la actividad se trasladó al Hall Alfredo Alcón, donde se vieron las reposiciones de Bolero, de Ana María Stekelman, y Fervor, de Josefina Gorostiza. Aunque en algún sentido ese programa mixto fue como una fiesta, no alcanzó para cubrir tácitamente el peso simbólico de una celebración que se percibe como vacante: faltó papel picado para conmemorar el 45° aniversario de esta compañera señera. Por fuera de esto, otras dos instancias reunieron a los bailarines en el mismo hall: los talleres coreográficos –como en el caso de los del Colón en el CETC, no se vieron en estos espacios destinados a fomentar la creación de los bailarines trabajos para distinguir- y la exultante salida al ruedo de los egresados del Taller de Danza (ahora con Damián Malvacio en la codirección junto a la histórica Norma Binaghi), haciendo sus primeros palotes en una obra creada con y para ellos: El mundo, 18 bailarines, un show, de Federico Fontán (un paréntesis para señalar que fue un protagonista muy activo en la escena contemporánea: además de trabajar con el semillero del San Martín, Fontán actuó en Vivir vende, de Mayra Bonard, repuso la emocionante Hoy bailamos para siempre y también recuperó aquella tromba expansiva, Los cuerpos, que diez después regresó a El portón de Sánchez).
No se puede cerrar una mirada a la escena de las salas públicas sin reparar que muy tímidamente en la provincia de Buenos Aires el Argentino de La Plata retomó esporádicas funciones en el reducido escenario Ástor Piazzolla mientras se aguarda la reapertura de la sala mayor, la Ginastera. Tampoco que Obra del demonio, de Diana Szeinblum y un seleccionado de intérpretes único, fue la primera obra de danza contemporánea producida por el Teatro Nacional Cervantes para su sala principal en un siglo de historia. Ni debería pasarse por alto que, más allá de sus presentaciones aquí y allá, los elencos oficiales del ámbito del Ministerio de Cultura (la Compañía Nacional de Danza Contemporánea y el Ballet Folklórico Nacional) lograron un inestimable cambio de estatus en sus categorías artísticas que resolvió, por ejemplo, el siempre complejo tema de la jubilación de los bailarines, posibilitando asimismo la renovación de esos cuerpos estables. Así lo recordaba el fin de semana pasado el BFN en medio de una función en la gran sala María Guerrero, donde estrenaron ese hermoso trabajo de Alexis Mirenda (Chifle), con música de Lito Vitale, que titularon Estaciones argentinas.
Independientes, pujantes y alternativos
Un coreógrafo independiente que se hizo lugar en una sala pública, dándole fuerte al suelo con los tacos de sus gauchos, fue Pablo Rotemberg (ya había hecho este año un doble salto de la virtualidad a la escena con Lecture on Nothing, en el Picadero). Su malambo apocalíptico y desprejuiciado fue el último estreno de 2022 en la sala Casacuberta del San Martín: La era del cuero. También en el Complejo Teatral, pero en el Teatro Sarmiento, Luciana Acuña y los suyos hicieron Hielo negro cerraron la temporada.
Del clásico al contemporáneo, en las salas comerciales de la avenida Corrientes (Giselle y El lago, de Jorge Amarante, volvieron periódicamente a El Nacional) y en cualquiera de todos los barrios del circuito independiente, la danza estuvo presente: en Palermo, con La ofrenda a tres, de Carlos Trunsky, en El grito; en Parque Patricios, Mariana Belloto estrenó un trabajo de pospandemia; y en el Galpón de Guevara de Chacarita, regresó por partida doble la Compañía en Movimiento de Analía González, primero con Pies pa’ volar y finalmente con Un instante.
Y hubo galas: ese formato tradicional del ballet que cada vez más amplía sus horizontes hacia otros estilos. A la cita anual del Consejo Argentino de la Danza (que cambió su histórica comisión directiva) se sumó un Homenaje a Olga Ferri en el que por segundo año consecutivo la Asociación Arte y Cultura entregó un premio a la trayectoria, esta vez para Cecilia Figaredo. Por su parte Buenos Aires Ballet (BAB) consolidó su propuesta de programación anual, que en el primer semestre continuó en el Astral y en la segunda parte del año se mudó al Teatro Avenida. De la sociedad entre unos y otros (Arte y Cultura y Buenos Aires Ballet) nació un BAB Juvenil que llevó al ciclo Vamos al Ballet de la Fundación Konex un Cascanueces infantil, colorido y con nueva coreografía de Emanuel Abruzzo, además de un cierre del Festival de Música Clásica de ese espacio cultural dedicado al ballet en la ópera. Pero, sin dudas, el máximo logro para el grupo que dirige Federico Fernández este año fue su participación en el Festival Internacional de Ballet de La Habana, donde se dan cita importantes artistas de todas las grandes compañías del mundo.
También la gala Danzar por la Paz, en el San Martín, dedicó a Jorge Donn a 30 años de su muerte con una función en su nombre de la que participaron gran cantidad de elencos reunidos a beneficio de Unicef por una buena causa: los chicos y la no violencia. Entre otros ya mencionados en esta nota, estuvo también el Grupo Cadabra, que a comienzos de este mes estrenó Anima Animal, nueva creación de su líder y coreógrafa, Anabella Tuliano, con el bailarín Herman Cornejo, figura del ABT, en San Juan.
Como en todo racconto o lista, faltará mencionar otra cantidad de proyectos que también fueron parte del fervor de una escena que pese a todo se abre paso pujante. Los que siguen a continuación, son los espectáculos más destacados de este año según los críticos de LA NACION.
Constanza Bertolini:
Cantata, de Mauro Bigonzetti, por el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín y el Grupo Assurd, en el Teatro Coliseo.
Onegin, de John Cranko, por el Ballet Estable del Teatro Colón, en el Teatro Colón.
Giselle, por el Ballet Estable del Teatro Colón, con Natalia Osipova (Royal Ballet) y Daniel Camargo (ABT) como bailarines invitados, en el T. Colón.
Boquitas pintadas, de Oscar Araiz y Renata Schussheim, por el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, en la sala Martín Coronado.
The Very Last Northern White Rihno, de Gastón Core, con Oulouy, en el FIBA, Portón de Sánchez.
La ofrenda a tres, de Carlos Trunsky, con Sol Rourich, Matías Gallitelli, Teresa Marcaida, en El Grito Teatro.
La era del cuero, de Pablo Rotemberg, en la sala Casacuberta del Teatro San Martín.
Alejandro Cruz:
PRIVATE: Wear a mask when you talk to me, de Alexandra Bachzetsis (Suiza), en el Festival Buenos Aires Danza Contemporánea, en Arthaus.
Obra del demonio, de Diana Szeinblum, en el Teatro Nacional Cervantes.
La renuncia, con dirección e interpretación de Diego Rosental, en la Fundación Cazadores.
Sokdo (Velocity), de Jaeduk Kimpor, por compañía Modern Dance Table (Corea del Sur), en el Festival Buenos Aires Danza Contemporánea, Centro Cultural 25 de Mayo.
La era del cuero, de Pablo Rotemberg, en el Teatro San Martín.
Pura sangre, dirección de Jorgelina Aruzzi y Carlos Casella, en Multiteatro Comafi.
Boquitas pintadas, dirección de Renata Schussheim y Oscar Araiz, por el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, en la sala Martín Coronado.
Néstor Tirri:
Onegin, de John Cranko, por el Ballet Estable del Teatro Colón, en el T. Colón.
Cantata, de Mauro Bigonzetti, por el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, en el Teatro Coliseo y en la Sala Martín Coronado del TGSM.
La era del cuero, de Pablo Rotemberg, en la Sala Casacuberta del TGSM.
Programa mixto: Sinfonietta, de Jíri Kylián, y Carmen, de Alejandro Cervera, por el Ballet Estable del Teatro Colón, en el T. Colón.
Urban Splendor, de Débora Levit, por la compañía dirigida por la coreógrafa, en el Teatro El Nacional.
Programa mixto: Bolero, de Ana María Stekelman, y Fervor, de Josefina Gorostiza, por el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, en el Hall Alfredo Alcón.
Romeo y Julieta, de Kenneth MacMillan, por el Ballet Estable del Teatro Colón, en el T. Colón.
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