Audaz versión de un clásico
Una intensa visión danzada de Las Troyanas , de Eurípides, con el sello de Oscar Araiz
Las troyanas (de Eurípides). Coreografía: Oscar Araiz. Música: Santiago Chotsourián y Béla Bartók. Vestuario: Renata Schussheim. Iluminación: Dana Barber. Grupo de Danza y Grupo vocal de la Universidad Nacional de San Martín. Dirección musical: Santiago Chotsourián. Dirección general: Oscar Araiz. En el Teatro del Globo, M.T. de Alvear 1155. Próximas funciones: hoy y mañana, a las 20.30; y los días 20, 21, 22 y 23; 27, 28 y 29 de este mes.
Nuestra opinión: excelente
Por varias razones, la reelaboración dancístico-musical de Las troyanas, de Eurípides (con toques de Jean-Paul Sartre), que se presenta en el Teatro del Globo, es un espectáculo inusual y un hecho artístico excepcional en la producción local. La experiencia, encarada por Oscar Araiz, apela a la intervención musical de Santiago Chotsourián, no a título del soporte sonoro que habitualmente acompaña a una obra danzada, sino como un componente dramático integrado, a través del coro, al devenir escénico del espectáculo.
Unas quince bailarinas, por su parte, se reparten la rigurosa peripecia trazada por Araiz, propuesta destacable en la trayectoria de este coreógrafo, uno de los más importantes de América latina. La pieza expone las penurias y rebeldías de aquellas mujeres de Troya que quedaron a merced de los aqueos vencedores, en la guerra generada por el rapto de Helena (así lo cuenta el mito, pero el detonante real parece haber sido una lucha político-geográfica por el estrecho de los Dardanelos).
Tres protagonistas
Hécuba, Andrómaca y Casandra: he ahí las tres protagonistas de un drama que, en esta versión, procura una exposición desestructurante. Las troyanas, sometidas por los aqueos, quedan acorraladas en el fondo; se las ve como a través de rejas y luego atraviesan un pasadizo entre dos muros humanos: el coro -los guerreros- cumple ahí una función dramática múltiple. En esa interacción de lenguajes, las sometidas bailan; los opresores vigilan, cantan, actúan.
Hécuba se multiplica por cinco y Casandra se desdobla en otras tantas réplicas. Las "originales" y sus dobles conviven en uno de los once cuadros coreográficos, con impecables y fluidas evoluciones, predominantemente circulares, en el más puro estilo Araiz, aquí aplicado a la sustancia de un clásico griego. La calidad dramática del movimiento bailado que esgrime el coreógrafo evoca, aun con un lenguaje decididamente distinto, a la sutil integración corporal de drama y danza que lograba Martha Graham en sus canónicas versiones de tragedias griegas.
Esta compleja experiencia escénica, admirablemente austera y profunda (un vestuario áspero, militarizado, Renata Schussheim, bajo una luz cruda y con la pared del fondo desnuda), recupera a figuras de la danza en una estimulante convocatoria de la Universidad de San Martín, que cobijó el proyecto a lo largo de un año: Giuliana Rossetti y Paula Rodríguez (con los raptos demenciales de sus respectivas Casandras) o Rosana Zelaschi, en su madurez expresiva, con su Andrómaca (su pasaje di bravura : el intento de rescate de su hijo Astiánax, la esperanza de la derrotada Troya). La referencia final va para Doris Petroni, legendaria bailarina de las primeras compañías de Araiz de los años sesenta, quien -regreso sorpres- asume a Hécuba con su autoridad escénica y con una calidad de movimiento consustanciada con la intensidad dramática del rol.
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