“Astor, nosotros”, bastante más que una propuesta tanguera sobre el inagotable Piazzolla
La nueva obra del coreógrafo Leonardo Cuello exalta el cosmopolitismo que trasunta la música y, más allá de los hits, rastrea títulos menos frecuentados del compositor marplatense
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Astor, nosotros. Música: Astor Piazzolla. Coreografía: Leonardo Cuello. Escenografía y vestuario: Nora Churquina. Iluminación: Magalí Perel. Diseño de banda sonora: Martín Jurado. Dirección general: Leonardo Cuello. En el Centro Cultural de la Cooperación, Corrientes 1543. Próximas funciones: jueves, a las 20 (hasta el 28 de julio).
Nuestra opinión: Muy buena
Los diez bailarines de la compañía avanzan desde el fondo de la escena en slow motion, mientras suena “Mi refugio”: música de Cobián, trajes ajustados y algún bombín remiten a los años treinta. Tango tradicional, energía todavía contenida. Pero un fuelle vigoroso delata, como anticipo, lo que vendrá: Piazzolla irá inundando sonoramente la escena con su quintaesencia de ícono porteño. Y no sólo porteño: en París, Milán y en cafés y teatros del mundo resuena (acaso ahora más que nunca) la inconfundible cadencia del compositor, celebrado recientemente por su centenario.
Leonardo Cuello, el coreógrafo que desde hace quince años viene trajinando escenarios con compañía propia, se sumó oportunamente a esas celebraciones con un show en streaming, el mismo que ahora, en vivo, despunta en un subsuelo de la calle Corrientes.
Es Astor, nosotros, nuevo avatar de ese subgénero a veces denominado “tango escénico”, con esa índole piazzolliana en la que Cuello abrevó ya el año pasado, compartiendo programa con otros coreógrafos en el inolvidable Piazzolla futuro que deslumbró en el Coliseo. Y si algo resume el aporte de Cuello a la catarata de “astors” que siguen sumándose, es –en danzas y figuración escénica- la exaltación del cosmopolitismo que trasunta la música secular del compositor marplatense.
Si bien el desarrollo depara situaciones, Cuello no cuenta ninguna anécdota, ninguna vida ni delinea personajes, como sí lo hizo con Quinquela Martín en El carbonero (2019), con el Ballet Contemporáneo del San Martín. Entre los dúos que pueblan este espectáculo de poco más de una hora era de cajón que en algún momento el coreógrafo apelaría al proverbial “Escualo”, que Jimena Calarco y Quique López ejecutan con envidiable nervio y velocidad, acorde con el infrecuente compás irregular con el que Astor concilió arcaísmo tanguero con vanguardia jazzera. Claro que el potencial fraseo coreográfico que suscita, reservado a virtuosos, deriva siempre a lo acrobático, tentación demoníaca a la que Cuello no opone la menor resistencia.
El aporte escenográfico dinámico de las estructuras móviles metálicas (acierto de Nora Churquina) acentúa la envergadura teatral de una creación que, más cerca de la danza-teatro que de la danza contemporánea, trasciende el mero tango-baile con pinceladas no referenciales: un cortejo, una “cola” nupcial, un paraguas. Así, al final del sugerente y erótico dúo femenino de Laura Zaracho y Julia Urruty (descalzas, en ropa casual), los paneles se ciernen sobre ellas y proporcionan privacidad a la –presunta- transgresión. Es un tramo destacable, tanto por su sentido como por la ingeniosa composición escénico-plástica.
Salvo por “Escualo” y por la enésima invocación, como final, al seductor “Libertango” (desde la pieza homónima de Wainrot, 1984, hasta aquí, su contundencia coronó cientos de shows), Cuello tiene el buen tino de rastrear títulos piazzollianos no frecuentados, como el lejano “Prepárense”, bailado “en rojo y negro” por Juan Del Greco y Zaracho.
Le cabe el mérito, además, de mantener la continuidad de un cuerpo de baile independiente consagrado a un repertorio y a un género, proeza que reconoce antecedentes añorados, como –cuanto menos- las insoslayables compañías de Juan Carlos Copes y Tangokinesis, de Ana María Stekelman. Astor, nosotros se prodiga así (a nosotros, espectadores) como bastante más que propuesta tanguera, instalada, por lo demás, en su hábitat natural: la calle Corrientes.
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