Araiz, el Ballet del Teatro Argentino y un reencuentro para celebrar
NUESTRA OPINIÓN: MUY BUENA
Tres obras coreográficas de Oscar Araiz. Cantares: música de Ravel; vestuario de Carlos Cytrynovski adaptado por Renata Schussheim; El mar, música de Debussy; y Daphnis et Chloé, música de Ravel (ambas con vestuario de Schussheim y diseño escenográfico de María José Besozzi). Por el Ballet del Argentino de La Plata y la Orquesta Estable del mismo teatro, conducida por Carlos Calleja. En el Teatro Coliseo, Marcelo T. de Alvear 1125. Próximas funciones: martes 30 y miércoles 31, a las 20.30.
Algunas obras de Araiz se han convertido en clásicos de la danza contemporánea argentina. En esta ocasión, dos piezas conocidas de su extenso repertorio se integran en un mismo programa con un estreno, hecho infrecuente en los últimos tiempos de producción del coreógrafo. Más allá de esto y de los resultados específicos del espectáculo que conforman Cantares, El mar y Daphnis et Chloé (la nueva), un halo de implicancias históricas envuelve el reencuentro de este artista con el Ballet del Teatro Argentino de La Plata.
A fines de los años cincuenta, mucho antes de convertirse en un coreógrafo de proyección internacional, el inquieto bailarín Oscar Araiz, de 18 años, integraba el cuerpo de baile del Teatro Argentino. Pero aquel hermoso edificio de arquitectura renacentista se quemó, en 1977, y sus elencos se dispersaron por distintas salas, en una condición no muy distinta de la que, en los dos últimos años, sufren los artistas de esa institución (salas cerradas al público, sin temporadas activas). Volvamos al pasado: en 1999 se inauguró la nueva sala lírica del Argentino con música de Atilio Stampone. ¿Y la coreografía? De Araiz, como tenía que ser, en su primer gran reencuentro con la institución. Y hubo un acercamiento más, hace quince años, cuando fue convocado a dirigir la compañía.
Ahora, como coreógrafo invitado, Araiz hace revivir su célebre Cantares (1985) en los cuerpos de nueve bailarinas del grupo platense, con la gracia móvil en el ruedo de sus vestidos largos y la misma energía con que la Rapsodia Española de Ravel fluye en un continuum deleitante. Belén Burghi tiene su solo, en el misterio concentrado de una bocanada que viene del estómago y se proyecta a la platea.
Por su contextura afín a lo sinfónico, El mar de Debussy da una base sonora más compleja y desafía a una formación más numerosa; el trazado coreográfico evoluciona, cambia con frecuencia y propone variedad de configuraciones grupales a las que la compañía platense responde con eficacia, hasta alcanzar un estimulante clímax en el segmento "Diálogo del viento y el mar".
Varios fueron los intentos coreográficos en los que Araiz apeló a la Suite Nº 2 de Daphnis et Chloé, de Ravel (uno de ellos, dentro del espectáculo Fénix, en el desaparecido teatro Odeón). Pero este es el más intenso y plásticamente más bello. Hay un dispositivo escénico de varas que imitan cañas y que rodean la escena, teñidas por un diseño lumínico verdoso que alcanza a los bailarines, un acierto de la escenógrafa María José Besozzi. A esto hay que sumar el extraño vestuario de Renata Schussheim, una suerte de atuendo "olímpico" de fantasía en tonos celestes y verdes. Del piso surgen los cuerpos de dieciocho figuras que se asocian en parejas, hasta el brillante solo de Julieta Paul (figura central de la compañía platense, en el rol de Chloé), quien armará un destacable trío con Martín Álvarez y Valentín Fernández.
La compañía, de formación clásico-académica, se adapta con flexibilidad al lenguaje contemporáneo del coreógrafo. Del mismo modo cabe hacer notar que Araiz, por su parte, tiene la oportunidad de volver a dirigir a un elenco numeroso y homogéneo, por su condición de "oficial", y contar con una orquesta en vivo, la cual –además- fue conducida con admirable precisión por el maestro Carlos Calleja, en tres arduas partituras, plenas de matices.
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