Amores en danza
Historias, romances y casamientos que suceden tanto arriba como abajo del escenario
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Ni seres alados ni príncipes ni hechizos. Esto no es cuento. Lo que sigue son historias de amor con protagonistas reales, que han sabido ser Giselle y Albrech, Romeo y Julieta, Odette y Sigfrido, pero que tienen el encanto de haber vivido en el plano de la realidad romances que hasta pueden superar la ficción. En puntas de pie y debajo del escenario, los siguientes duetos hicieron de la danza su vida y de su vida un baile para dos. Como Olga Ferri y Enrique Lommi, la más emblemática de las parejas del ballet argentino. A los 80 y 87 años cada uno, con 56 de casados y varios más de amigovios ("¡Qué aguante y qué divertido es!", dicen), cuando ella se mira en los ojos cristalinos de él, se ilumina.
Enrique y Olga se conocieron en los pasillos del Teatro Colón en 1942. "Entonces ella era una nena de la escuela, que venía mucho al cuerpo de baile porque era refuerzo. Llegó a sacar a fin de mes más plata que las supernumerarias de tantos reemplazos que hacía". A razón de 2,50 pesos por ensayo y 5 por función, Ferri juntó unos ahorros. "Me prestó plata para casarnos, que todavía le debo", se ríe Lommi asegurándole que no se la devolverá jamás.
Antes de que la relación creciera, Lommi fue... ¡bailarín en el servicio militar! En esos meses, divirtió a sus compañeros: cada vez que los hacían formar al grito de "media vuelta y firmes" descorchaba un double tour en l’air que dejaba al cabo refregándose los ojos. De vuelta en el teatro, Enrique escribió versitos en las servilletas del bar de Esmeralda y Córdoba adonde solían ir a tomar el té. "Fue una cosa muy pura... Cuando me quise acordar, estaba prendido de esta mujer."
En 1949, ambos ganaron por concurso sus cargos de primeros bailarines. El era especialista en ballets españoles; ella, una Giselle que quedará para siempre en la historia; juntos, hicieron todo el repertorio. Entre decenas de anécdotas, cuentan que una vez, de gira por el interior, llegaron para dar una función a un teatro que no tenía reflectores. Enrique corrió al Automóvil Club para que le prestaran un buscahuellas y, así, cuando ella hacía La muerte del cisne, desde el tope de una escalera de carpintero, él la iluminaba con el traje del molinero de El sombrero de tres picos ya puesto. "Era tan dulce ver eso."
Pioneros en tantas cosas, tuvieron su único hijo, que llamaron Enrique, cuando Olga había cumplido los 40, y diez años más tarde, "enteros", se retiraron los dos. Hoy ella recuerda que lo que más le gustaba de él cuando bailaba era su forma de interpretar y que siempre la ayudaba para que no se cansara. "Apoyate en mí", me decía. A él siempre le gustó mucho la musicalidad de ella.
Lo que siguió es el apartado más contemporáneo de su relato: en 1971 abrieron el mítico estudio de Marcelo T. de Alvear 1435 por donde pasaron grandes, como Nureyev, y el Royal Ballet, y donde actualmente se ensaya Piaf. Un estudio que vio crecer a estrellas, como Paloma Herrera, y que del salón del primer piso pasó al más grande, arriba. "Este es el Taj Mahal que él construyó para mí", dice Ferri, con romanticismo, antes de dar la siguiente clase.
Dos veces casados
La de Noemí Coelho y Rodolfo Olguín, los nombres del modern jazz, es una historia de amor plagada de anécdotas divertidas. Se conocieron en el Ballet del Teatro Argentino de La Plata, "pero entonces no andábamos... Si yo la invitaba a los asaltos y ella ni siquiera venía", acusa Rodolfo. Con la misma gracia y ternura, Noemí recuerda que un día él le puso una mano en el hombro y después les agarró "un metejón tan grande" que a los 15 días ya pensaban en casarse.
Ahora, el grupo independiente que crearon y dirigen está cumpliendo 35 años y su matrimonio, 40. Mejor dicho "sus matrimonios" porque, entre otras curiosidades, pasaron por el registro civil dos veces. "¡No es bigamia, somos las mismas personas!", se apuran en aclarar. Primero fue en 1968, en San Pablo: fueron al registro civil casi sin avisarle a nadie y, después, derecho a la función de Fashion Follies. Como una suerte de luna de miel, la gira que siguió les deparó habitaciones cinco estrellas y en suite, y algunos percances... Cuenta la leyenda que han roto una cama de hotel en Porto Alegre. La segunda boda, en Buenos Aires, un año después, tampoco fue muy convencional. Por empezar, por la reincidencia, ya que de vuelta en el país encontraron que revalidar la libreta brasileña –azul y oro, una que a Noemí no le gustaba para nada– era más complejo y caro que dar el sí otra vez. Y entonces lo repitieron. Sí.
Actualmente al frente del Ballet de la Provincia de Salta, el matrimonio Regueiro-Ivanoff también se conoció en el Argentino de La Plata. "Fue en el concurso para ingresar en el cuerpo de baile: yo tenía 13 años y Leandro 22. Entramos los dos, pero no le presté atención hasta los 16, cuando nos pusimos de novios. Nos casamos en 1967, así que son más de 40 años... perdimos la cuenta." Liliana recuerda, además, que en sus años en Alemania bailaron juntos Carmen y Don Quijote, y en la Argentina, donde formaron en las filas del Estable del Colón, fueron la primera pareja que bailó Diana y Acteon.
Familia rodante
"La danza tiene un lugar muy especial en nuestro romance, ya que compartir la vocación de bailar, crear y disfrutar del arte juntos es una de las cosas más románticas e intensas que le pueda suceder a un ser humano", consideran Maximiliano Guerra y Patricia Baca Urquiza. En pareja desde hace siete años, fue recién hace dos que el bailarín le propuso casamiento y ella, antes de darle una respuesta firme, le pasó la noticia por teléfono a todas sus amigas. Abrieron un blog (patoymaxi.blogspot.com) que todavía está en línea, y empezaron a descontar el tiempo hasta la gran fiesta del 15 de diciembre de 2007.
Maxi y Pato tienen una coreografía para cada hito: con Gallo ciego se conocieron, Ensueño está inspirada en su primer encuentro amoroso y La última luna es un relato sobre el dolor que pudieran sentir por la pérdida del otro. Como pareja artística, a la cabeza del Ballet del Mercosur, salen de gira por todo el país. Y muchas veces al tour se suben sus "princesitas" Azul y Zoe; Micaela, la hija adolescente del primer matrimonio de Guerra, y hasta la abuela Ana, dispuesta a ayudar con sus nietas. "Para ellas es un viaje esto de los micros, los hoteles, entrar en los camarines, maquillarse, probarse algún vestuario o aprender las coreografías que luego bailan en casa para divertirnos. Lo pasan realmente bien y nosotros también."
Carmen es el ballet favorito de Silvia Bazilis y Hugo Valía, marido y mujer desde 1977, padres de Ana y Laura, dos mujeres que a sus veintipico hoy cuidan la casa mientras ellos trabajan como maestros ensayistas en la compañía de Angel Corella en Segovia. Si bien la primera bailarina formó con Raúl Candal (quien también ha tenido sus amores en danza) una de las parejas artísticas más aplaudidas del Colón, al matrimonio no le faltó oportunidad de trasladar al escenario el amor que los hacía latir debajo de él. Bazilis escribe desde España: "[Hugo] siempre fue mi maestro, el que diseñaba mis trajes, corregía mis ensayos y, además, me regalaba el tocado para cada estreno [...] Ahora Dios vuelve a darnos la oportunidad de trabajar juntos y estar solos en un departamento chiquito como cuando recién nos casamos y pasar prácticamente todo el día el uno para el otro, y los dos para la danza".
Amor internacional
El éxodo de talentos que marcó el cambio de siglo encontró a varios de los jóvenes bailarines argentinos más talentosos enamorándose de pares (pares en el exilio, pares en la profesión). Cuando en 1998 Herman Cornejo llegó al ABT de Nueva York con su hermana Erica –actualmente en el Boston Ballet, elenco al que pertenece también su marido, el colombiano Carlos Molina–, se instalaron en un edificio para bailarines extranjeros. Como ellos, en la planta baja, estaban los hermanos Angel y Carmen Corella, y en el primer piso Julio Bocca y José Carreño.
Este mes Herman y Carmen cumplen diez años de pareja y cuatro de casados. Como ella es más alta que él, la escena los pudo tener juntos en contadísimas ocasiones, pero en 2006 la coreógrafa argentina Margarita Fernández creó especialmente para ellos el pas de deux neoclásico Amaduo, con música de Mozart. El año pasado, con el inicio de las actividades del Corella Ballet en Segovia, "fue una pesadilla, porque somos el uno para el otro y nunca nos habíamos separado desde que empezamos a salir", cuenta Cornejo. "Ahora tenemos un calendario que coordina las fechas del ABT y el Corella Ballet, y no pasamos sin vernos más de dos semanas. Eso sí, no nos bajamos del avión".
En el dream team de John Neumeier, el Ballet de Hamburgo, la entrerriana Florencia Chinellato conoció al cubano Amilcar Moret, con quien comparte casa y sueños. "Es un placer bailar juntos, nos complementamos muy bien. Claro que, a veces, como buenos latinos y apasionados que somos, tenemos algunas discusiones. Amilcar es un excelente partenaire y mirarlo a los ojos cuando bailamos me da mucha seguridad."
En la misma línea, la primera figura del Royal Ballet de Londres Marianela Núñez destaca: "Bailar con alguien que es tu pareja fuera del escenario es genial porque la química que hay es real. Además, uno sabe lo que la otra persona está sintiendo y pensando durante el show y eso es fantástico". En el elenco de Covent Garden, Marianela conoció al muchacho un año mayor, nacido en Niteroi, que para 2003 sería su novio. Thiago Soares fue su Romeo y mucho más, porque desde entonces recorrieron juntos el magnífico repertorio de la compañía inglesa.
Agustina Galizzi, hija de Mario y Cecilia Mengelle, tiene como compañero en la Compañía Nacional de México al primer bailarín Harold Quinteros, y Vladislav Koltzov es el marido de Constanza Perotta, también argentina, en el Ballet de Víctor Ullate en España. Acá, en Buenos Aires, Leonardo Reale, cabeza del Ballet Metropolitano, ultima los detalles de su boda con Constanza Torres, artista del Ballet Folklórico Nacional, que celebrarán el próximo 2 de octubre.
La lista de amores en danza es realmente larga. “Es que siendo bailarín profesional, no hay mucho tiempo de salir y conocer gente”, repiten unos y otros el comentario, acompañado por aquello de que “se necesita mucho apoyo y comprensión en esta carrera”. Como Analía Sosa Guerrero y Jorge Amarante, en el Ballet del Colón, o Bautista Parada y Aldana Bidegaray, en el Estable del Argentino, los romances se multiplican. Hay matrimonios, noviazgos, concubinatos, de ayer y de hoy –de los romances clandestinos y prohibidos, mejor ni hablar–. Historias teñidas del rosa té de las zapatillas.
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