Adiós al maestro del baile
El coreógrafo que revolucionó la danza del siglo XX iba a estrenar su próxima obra dentro de un mes
GINEBRA (AFP).- El coreógrafo francés Maurice Béjart, uno de los más importantes creadores de la danza contemporánea, falleció ayer a los 80 años de edad, indicó a AFP el Béjart Ballet de Lausana (BBL), que dirigía desde hacía 20 años. Esa ciudad había anunciado a fines de la semana última que el creador había sido hospitalizado por segunda vez en un mes con el fin de seguir un tratamiento estricto por problemas cardíacos y renales.
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"«Más luz», fueron las últimas palabras de Goethe. Las mías serán «Más danza»", había dicho Béjart el último 1º de enero, cuando cumplió los 80 y ya se apoyaba, cómplice, en un par de muletas, mientras reflexionaba sobre medio siglo con la danza. Pero no fueron esas las palabras con las que ayer, bien temprano en la mañana, los voceros de su compañía anunciaron escuetamente que el genial coreógrafo, figura de máxima relevancia para la danza del siglo XX, había fallecido. No obstante el estricto tratamiento que seguía en el Hospital Universitario de Lausana, al oeste de Suiza, desde su internación Béjart seguía a diario las actividades de su compañía y los ensayos de La vuelta al mundo en 80 minutos , basada en la novela de Julio Verne, cuyo estreno mundial estaba previsto para el 20 del mes próximo. Eso es más danza.
Hijo del escritor y filósofo Gaston Berger (su madre murió cuando tenía 7 años), Maurice-Jean Berger había nacido el 1° de enero de 1927 en Marsella y descubrió la danza en la adolescencia por recomendación médica. Siendo además filósofo, como bailarín clásico trabajó al inicio de su carrera con nombres de gran prestigio, como Roland Petit. En diferentes entrevistas tanto como en su biografía oficial, confesó que fue hacia 1949 cuando descubrió la expresividad coreográfica, de gira con el Culberg Ballet.
Béjart creyó ser demasiado malo como bailarín. En 1954 creó su propia compañía y tres años más tarde se convirtió en director de danza del Teatro de París. En 1959 trascendió con La consagración de la primavera , de Stravinsky, presentada en Bruselas. Allí fundó en 1960 el Ballet Siglo XXI, que en su mudanza a Lausana, en 1987 -tras una pelea con Rudolf Nureyev, director de baile de la Opera de París-, se llamó Béjart Ballet de Lausana.
Tan particular como su rostro -de mirada azul profundo, barba recortada y en punta, cejas fruncidas-, como su cuerpo robusto e incansable, era su personalidad de hombre, amigo y maestro, al que el mundo de la danza le dedica hoy profundas palabras de amor. Y singular, sin duda, su obra, que revolucionó la danza. El creía que el ballet no tenía por qué mostrar solamente a bellas princesas en busca de un príncipe. Reemplazaba, así, el tutú por un par de jeans, ponía notas sexuales a su coreografías, dejaba que la moda las atravesara -su amigo Versace fue su colaborador desde 1984 y hasta su muerte, en 1997, que este año Béjart recordó con Gracias, Gianni, con amor -. Su ignorancia del significado de la palabra "frontera" marcó su estilo. Cine, ópera, teatro, música, ballet: todas las artes, las manifestaciones espacio-temporales, entraban en su privilegiada cabeza vanguardista; su corazón seguía la tradición clásica; se mezclaban, se depuraban, se procesaban para que sus creaciones surgieran libres.
Sobre la separación entre clásico y contemporáneo, decía en 2001: "No sé qué es eso. En mi escuela se trabajan dos técnicas: la clásica y la de Martha Graham. Con ellas, el cuerpo puede hacer lo que quiere. No encuentro diferencia entre Mozart y Stockhausen, y no entiendo por qué en la danza tendría que haberla. A mi escuela vienen maestros de danza indios, de flamenco, de danzas africanas. Separarlos va en contra de la historia".
Místico, Béjart se había convertido al islam en 1973, siguiendo un camino espiritual que impregnó su carrera artística: creía que la danza estaba ligada a la divinidad.
Su cuantiosa producción incluye además de coreografías -parte de ellas dedicadas a reconocer la labor de figuras importantes de todas las artes-, piezas teatrales, óperas, libros y otros papeles. "Avanzamos en la vida y surgen puertas frente a nosotros, las abrimos para encontrar una salida, pero cada puerta da a un pasillo a su vez lleno de puertas", escribió el maestro en Cartas a un joven bailarín .
El alma argentina
Si Bolero (1960) fue una de sus obras más queridas, Jorge Donn significó, además de un ser entrañable, su musa. "Jorge fue un hijo, un amor, un bailarín de pura cepa, un ser inteligente, único; de esas personas que se encuentran una vez por siglo", había dicho Béjart, en una entrevista con LA NACION, del bailarín argentino que inmortalizó la versión masculina de esta coreografía, incluida en el film Los unos y los otros .
Si bien el vínculo entre ambos fue emblemático, la relación del coreógrafo con el "alma argentina" fue más allá. Entre fines de los 70 y durante la década siguiente, las compañías de Béjart presentaron programas en el Teatro Colón, en el Luna Park (uno dedicado a Gustav Mahler, y Romeo y Julieta ), en Obras (Preludio de La siesta de un fauno y Vida y muerte de una marioneta humana ). Y entre finales del siglo pasado y éste, estrenó El presbítero no ha perdido nada de su encanto ni el jardín de su esplendor (Luna Park, 1997), en homenaje a Jorge Donn y Freddie Mercury; El arte del pas de deux (Colón, 1997); Che, Quijote y Bandoneón (Luna Park, 2001), con la actriz Cipe Lincovsky y el bailarín Octavio de la Rosa, con música de Raúl Garello y Eladia Blázquez, y Madre Teresa y los niños del mundo (Luna Park, 2003), con Marcia Haydée.
"¿Sabe? Se puede olvidar todo, pero el arte queda, es universal: son perennes la música de Mozart, la arquitectura de civilizaciones anteriores, la pintura de maestros como Da Vinci. La danza es como la relación que se establece entre padres e hijos. Es un legado que recibimos de los que nos antecedieron y así seguirá comunicándose, de una generación a la otra. Nunca morirá, aunque los progenitores desaparezcamos." Eso creía.