A 50 años de la tragedia aérea, los bailarines del Teatro Colón siguen vivos en el recuerdo
El domingo 10 de octubre de 1971, un grupo de artistas que encabezaban José Neglia y Norma Fontenla murieron cuando cayó al Río de la Plata el avión que los llevaba a Trelew para una función benéfica; la huella en la cultura y el homenaje en el Día Nacional de la Danza
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A José Neglia le gustaba pescar, hacer carreras en la arena de San Bernardo a Mar de Ajó, salir a cazar con arco y flecha. Como bailar era una profesión que ejercía con el alma, pensaba retirarse después de los 42 años, para disfrutar toda otra etapa de la vida con su mujer y sus hijos. Justamente Sergio, entonces un niño de siete, veía a su padre como una especie de Tarzán a la vez que lo tomaba como una persona normal, un hombre cotidiano, sin las confusiones que puede ocasionar la fama. Él como Norma Fontenla y los otros bailarines del Teatro Colón que perdieron la vida el 10 de octubre de 1971, cuando cayó en el Río de la Plata la avioneta que los llevaría rumbo a una función benéfica en Trelew, habían sido compañeros desde chicos, veraneantes jóvenes en las playas del Tuyú, y –mucho antes que víctimas-, amigos, familia, artistas. Por eso, por lo que fueron, junto con Margarita Fernández, Rubén Estanga, Carlos Santamarina, Carlos Schiaffino, Sara Bochkovsky, Martha Raspanti y Antonio Zambrana, los nueve, dejaron una huella perdurable.
“Hace muchos años que yo no pienso en recordar a mi padre como lo hacen hoy, por medio del trágico accidente. No me acuerdo de esos bailarines que jugaban conmigo y me cuidaban entre salones por cómo fallecieron; a todos ellos los tengo en la memoria viva, por lo que hicieron y lo que nos dejaron”, dice Sergio Neglia desde Buffalo, Nueva York, en una larga conversación con LA NACION. Ahora mismo, que se cumplen 50 años de aquel domingo, sus palabras pueden resonar también en los demás como un pedido: mantengámoslos presentes por quienes fueron, no por cómo murieron. “Cuando vos hablás de Gardel, lo primero que decís es sobre el tango, no del terrible y espantoso accidente; y lo hacés así porque querés recordar a alguien vivo”, compara.
Pero, claro, es imposible no ver en aquel hecho fatal que conmocionó y enlutó al país una herida que se abrió en la cultura, en aquella generación y en las siguientes. Esa mañana, los bailarines se habían presentado en un espectáculo para jóvenes en el Teatro Coliseo y, antes de salir de viaje, posaron con sus anteojos grandes, vestidos a la moda de la época, para la emblemática fotografía con la que Pepsi Cola –patrocinador de sus giras- jamás imaginó que la historia los evocaría hasta hoy. Era el principio del final de una época dorada para la danza. “Se fueron personas muy difíciles de reemplazar –decía Carlos Suffern, director artístico del primer coliseo, el día después-. Esas mujeres y hombres de la danza llegan a ser como piedras preciosas, se van puliendo a través de las invisibles manos de los maestros. Ellos eran producto de más de veinte años de trabajo muy duro, de formación muy rigurosa”. En el mismo libro que recuerda estas palabras, Memoria y presente del Teatro Colón 1925-2005, se consigna otro aspecto además de la pérdida artística. Neglia, Schiaffino y Estanga estaban casados con tres bailarinas del teatro, tenían hijos con ellas, y el golpe anímico y familiar del Ballet Estable fue tremendo.
“Los conocí, los descubrí, los disfruté, los viví. Y cuando partieron pensé que se había derrumbado el mundo”, expresa hoy la presidenta del Consejo Argentino de la Danza, Beatriz Durante, en un emotivo testimonio que evoca “a los queridos amigos que partieron” desde un punto de vista generacional, porque ella pertenece a esa generación. Y sigue: “Sentí un vacío como si se hubiera producido un agujero que se los había tragado. Pensé que iba a ser necesario que pasaran muchos años antes de que pudieran formar un cuerpo de baile como ellos, los consideraba insustituibles. Con el tiempo felizmente aparecieron otras figuras, otros artistas, pero aquellos no se pueden reemplazar. Fueron únicos, sin exageración. Posiblemente los sigo viendo con mis 13 o 14 años y por eso esta expresión tan definitiva, pero los tengo grabados así en mi corazón”.
El presagio de una pérdida irreparable para el arte argentino también se instalaba en la tapa de los diarios de la época, que informaba del aerotaxi caído el mismo día que titulaba que Nixon iría a Moscú y que juraban dos nuevos ministros. LA NACION siguió varios días la cobertura del triste episodio, desde que comenzó en las inmediaciones del aeroparque con fotografías de hombres rana, buzos y grúas para rescatar la nave hasta la capilla ardiente en el Salón Dorado del teatro, con la gente esperando para ingresar sobre la Plaza Lavalle. Un socio del Club de Pescadores, testigo de la tragedia, aportaba su relato de los hechos. En el sepelio, un argentino que representaba el dolor del público había dicho: “Murieron jóvenes estos poetas del gesto y la actitud”. Si Neglia hacía poco había sido ungido con el premio Nijinsky y la estrella de oro en el Festival de París, y su renombre internacional lo convertía en el bailarín más destacado del país, Norma Fontenla representaba la perfección de la línea clásica a la vez que una bailarina enciclopédica tras la función de Giselle con Rudolf Nureyev y Margot Fonteyn.
A propósito de “Rudi”, sin solemnidad se reviven cantidad de anécdotas. Como la vez que Neglia con Estanga, Schiaffino y otros bailarines varones jugaban una competencia de piruetas en la mítica Rotonda del ballet -donde hoy cuelga un cuadro que recuerda a una de las parejas más significativas del Ballet Estable-. Nureyev quiso participar y dio 8 ó 9 vueltas de un impulso, que frente a las cuatro o cinco de los otros lo dejaban como holgado ganador. Hasta que va Neglia y se despacha con ¡diecinueve giros! Entonces, dicen, el astro ruso se puso de rodillas frente a él y abrazándole las piernas, soltó una palabra suficiente para encarnar la leyenda. Lo miró y le dijo: “Master”.
“La palabra herida: sí, desgarrante herida –reflexiona Sergio-. Cuando papá falleció me enteré por la televisión. Y después no lo lloré cuando fui a la Costanera y vi los cadáveres en el piso, un espanto para un chico de esa edad como para alguien de cuarenta o de sesenta, mucho más porque sabés que son parte de tu cuerpo, que es tu sangre, lo que nos motiva para vivir. Fue muy fuerte, sentí un desgarro terrible, un desarraigo como cuando tuve que irme del país. Fueron parecidos esos golpes”. El impacto de los años que siguieron -el luto junto a su madre y una adolescencia con turbulencias emocionales que, sin embargo, ya lo mostraba como un destacado bailarín- recién se disipó cuando comprendió que, si iba a seguir viviendo, no podía hacerlo como en un domingo eterno. “La vida puede ser muy larga o muy corta, pero si la vamos a enfrentar con esa pena [se aprieta el pecho], yo no puedo. Bailé por todos lados, gané plata y cuando nació mi hijo, Nicolás, ahí cambié a otra etapa que ya había empezado con mi mujer. Sobrepasé el desarraigo y la muerte de mi padre, y entonces sí volví a bailar en el país. Lo superé y se siente muy bien”, cuenta a los 57, quien además es padre de Elisabetta, de 16. Con gran generosidad, desde la pantalla de una videollamada recorre orgulloso y muestra las magníficas instalaciones donde funciona su estudio y compañía de ballet en Estados Unidos.
Hace exactamente una década, cuando se cumplían 40 años de esta conmemoración, Neglia había recorrido el interior en una gira argentina que le mostraba su tierra como no la había visto antes. Subía al escenario en el rol de El niño brujo de Jack Carter, con el que brilló su viejo. Desde entonces, otorga unas 40 becas en la Argentina –las becas José Neglia- para dar la posibilidad a jóvenes de formarse en Estados Unidos, durante cinco semanas. “Si papá estuviera vivo se hubiese fascinado. Con la política y la religión no, no tenía ninguna afición. Pero estaría feliz sabiendo que en su nombre se está ayudando a otros chicos y chicas”.
PARA AGENDAR
- Conmemoración. Cada año, el Consejo Argentino de la Danza convoca a un homenaje junto a la escultura que recuerda a los bailarines, frente al Teatro Colón. Como el bronce está actualmente en el tramo final de su restauración, la institución realizará hoy, a las 11, un acto virtual por el Día Nacional de la Danza con motivo de conmemorarse el 50 aniversario de la tragedia aérea. El evento online será transmitido por el canal de YouTube y con posteos en las redes sociales (en Instagram: @consejodeladanzaarg y en Facebook).
- Homenaje y reinauguración. En los próximos días, el Teatro Colón convocará a un acto para recordar a los bailarines del cuerpo estable que murieron en el accidente de 1971, junto con el regreso a su sitio de la escultura Homenaje al Ballet Nacional, en la fuente de la Plaza Lavalle. Participarán artistas de la casa.
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