Daniel Melero: “Disfruto cuando no tengo razón”
La ruta del opio es un buen título para una película o novela. Pero se acomoda tanto mejor al disco que Daniel Melero y Diego Tuñón trabajaron juntos. Esta propuesta lleva consigo las paletas de otras artes, de manera que puede leerse como una road movie donde las texturas del sonido o las rítmicas en secuencias abren un paisaje posible para hacer de la escucha, el viaje. Hay referencias a lo asiático en uno de los temas, "Mekong, por el río", y también en el arte de tapa del disco, "como la simulación de un hotel que está en un oriente imaginario", subraya Melero.
Tuñón (1968) es un Babasónico. Tecladista de la banda. El cruce de los músicos parecería destinado. Cuando Tuñón tenía nueve años, había ido a escuchar música a la casa de alguien. Melero, que le lleva diez, también estaba ahí, y le llamó la atención la mirada de ese niño "que ya se veía distinto". Del encuentro entre dos músicos diversos, surgió un mundo con un sentido de volumen que no es solo el de decibeles.
Entre los músicos, hay quienes tocaron con todos. Y están los que participaron en las diversas grabaciones de los otros. Melero (Floresta, 1958) es de esos que grabó con medio mundo: su nombre se puede leer en más de 300 discos. Fue de los primeros en experimentar con la música electrónica. Entonces, compositor. Productor. Músico. Aunque no se considera un virtuoso de ningún instrumento, se animó a dejar dos carreras, ingeniería electrónica y abogacía, para seguir una intuición. "El muchacho que tomó esa decisión tan drástica, a mí me sorprende. Vi el espacio tecnológico para que esas ideas pudieran funcionar en mí", asegura Melero. Nadó estilos que son su sello: el pop, el tecno, el noise, solo por establecer algunos. A principios de los ochenta, formó Los Encargados. A fines de esa década, su carrera como solista con el significativo disco Conga. Luego vendrían Travesti, Piano, Vaquero. Si hay algo que marca el sello Meleriano, es la capacidad de dar con lo singular. Como aquello que vio el día que fue invitado a un ensayo de esa banda que, todavía sin nombre, le hizo decir que sería una de las más significativas de Hispanoamérica. Era Soda Stereo, que grabaría, además, un tema suyo, el ya clásico "Trátame suavemente". De ahí la amistad con Cerati y un disco conjunto, Colores santos. El tiempo y la música, y algo de aquel niño que a los 10 años compró su primer simple de The Beatles, que podía pasar el día entero al pie del combinado General Electric, sin importarle si rayaba los discos. "No tenía mucha conciencia del buen trato –dice–, eso vino unos años después". Escuchar por horas una misma canción. En presente, incluso. Un tema en continuo, sumergido.
¿Por qué el título del disco es La ruta del opio?
Fue una idea de Diego (Tuñón) y a mí me sonaba muy bien. Iba a haber como una narración dentro de la trama del disco, que iba a ser sobre un novelista que viajaba a oriente en la época de la Guerra del opio. En estos seis años esa trama se fue disolviendo. Prácticamente no quedaron temas cantados y el título siempre pareció que funcionaba bien. Produce un buen impacto pensar de qué se trata esto, es un buen oportunismo. Teníamos otro título optativo, Piano frito, pero quedó La ruta del opio.
Sobre el disco, dijiste que tiene un proceso metabólico, ¿por qué?
Algunos temas son mucho más un proceso que el material original como punto de partida. A veces, algo que es un pequeño detalle se va transfigurando. Se metaboliza. A mí me gusta pensar que, en general, las piezas musicales son entes que atraviesan. También son receptoras, no solo son emisiones. Sobre todo cuando vas a tocar en vivo, no hay duda de eso. Me parece simpático tomarlas como micro y macro organismos. Hay temas que son muy simples; como bacterias, casi. Y otras que son un conjunto armado, se parecen más a seres pluricelulares.
Qué oportuno, en este momento, pensar en sistemas corporales, ¿no?
Lo que pasa es que siempre al final las cosas pueden leerse a través de los contextos. Cobran un significado. Tal vez es más difícil el significado de andar pachangueando o el del perreo. Ahora queda solo como esa música que era para momentos felices. Como que es absurda en este momento.
¿La angustia invita a revisar?
Hay tiempo para detenerse. No solo en la angustia o en la molestia. Creo que nos ha favorecido haber sacado el disco en una situación así, porque tiene una intención de proponer la escucha. Mucha gente amiga parecen productores de la década del noventa, que les llegaba un demo, y si en veinte segundos no sucedía algo realmente impactante, lo sacaban. Es una especie de displicencia que se tiene cuando uno dispone de demasiadas cosas. La disponibilidad que tiene la música ahora... Hace 200 años era imposible pensar en la portabilidad de la música. El otro día veía epistolarios, había uno que se jactaba de haber escuchado la Cuarta de Beethoven nueve veces.
¿Te gusta leer diarios de músicos, verlos desde otro lugar?
Yo quiero ir al punto más bajo de la literatura, que es el chisme. Me atrae. Biografías, diarios. Realmente creo que los homo sapiens somos todos chismosos. Eso es lo que uno quiere saber. (Risas.)
Un cielo para mirar sonidos
Por esos bucles que la vida tiene, Melero da la entrevista a través de Zoom el día que hubiera cumplido años Gustavo Cerati, con quien compartió tanta Vuelta por el universo. Con la luz que llega desde una ventana que no entra en cuadro, el entrevistado pide un segundo y atiende un llamado de Gabriel Rud, artista que hizo el arte del disco. "¿Estás enfrente?", pregunta. Se ríe y le explica a la voz del otro lado del celular, que está en una entrevista. Corta. "Cuando Gabriel pasa –seguido– en bicicleta, nos saludamos y todo eso", dice. Y mira hacia la ventana que da "hacia donde ya no hay edificios, acá en Retiro". Desde donde ve una enorme porción de horizonte, porque una de las cosas que más le gusta de la ciudad –además de los sonidos–, es mirar el cielo.
¿Qué escuchás cuando estás en la calle?
La musicalidad que hay desde los enojos en los autos, la violencia del bocinazo, el alarmismo. Las obras en construcción son verdaderamente orquestas de música industrial, digamos. También miro mucho el cielo. Me interesa la invasión de estorninos que hay todos los años. Halcones y gavilanes que ahora han copado los cielos. Es muy extraño ver cacerías urbanas hechas por animales y uno se sorprende de que esto esté ocurriendo por sobre sus cabezas. En el crepúsculo, es interesante ver a los murciélagos. Desde siempre me ha obsesionado cómo hay una nube de ellos operando y parece que no estuvieran. Me interesa su sonar, digamos. También me atraen los ruidos de los artefactos de la casa, por ejemplo la continuidad del sonido de una heladera que está cargando, encontrar la irregularidad dentro de esa cosa.
¿Cuándo te empezaron a interesar otras formas de música?
Yo me formé como músico escuchando música. Desde pequeño me atrapó el rock nacional. Hubo un momento, alrededor de los 15, en que no me interesaba cómo estaba funcionando el rock. No se trataba de los gestos trillados de la choza del rock and roll. Me gusta pensar que es una choza.
¿Por qué?
Me parece que es un lugar bello, descuidado. Mantenido casi como un gesto cultural que ni siquiera registra la cultura en la que ya estamos. Debe haber sido maravilloso escuchar a Little Richard en su momento, pero que después se siguiera conservando ese gesto, era como arruinar un recuerdo que de todas maneras está grabado, es de la era de la reproducción. Para mí, toda la música es tecnológica, a un violín Stradivarius no lo sacaron de un bosque, no creció ahí, tampoco.
¿Podemos decir que sos compositor más que un virtuoso del instrumento?
Ni siquiera sé escribir música. No tengo formación académica de ninguna clase. A esta altura ya es empírica.
Siempre hay un primer paso.
Sí. A la vez, es bueno dar pasos en falso. Se nota más cuando uno se equivoca. Por empezar, aprendés de eso, porque se te había sugerido otro camino. A mí las discusiones no me gustan mucho, pero si hay un diálogo, el que se va enriquecido de ahí es aquel que no tuvo razón y se dio cuenta que era verdad lo del otro. Y yo disfruto cuando no tengo razón. Prefiero siempre estar atento a eso. Se supone que soy un solista, pero soy el que más colaboraciones tiene entre los músicos locales. Creo que la colaboración es una forma de arte.
¿Qué es colaborar, entonces?
Significa hacer una construcción con otros. También es elaborar. Y eso es un arte. Estar atento al decir de los demás. En un estudio de grabación, muchas veces uno ve cómo van a cumplir con una tarea muy ensayada; y cuando están ahí, las cosas no suenan como presuponían. Eso puede ser un índice de posibilidades nuevas, donde esas posibilidades son más ricas que algunas de las ideas que uno portaba al llegar. Me gusta pensar que, en definitiva, uno tiene que ser como un catalizador. Llegar al proceso inexorable que iba a ocurrir por el método más veloz. Hay veces que el camino es de ripio, pero por ahí es el único.
¿Cómo se conocieron con Cerati?
Cuando Soda Stereo todavía no tenía nombre, fui a la sala en la que empezaban a ensayar. Ellos me decían, siempre, que se acordaban que el día que fui a escucharlos al ensayo por primera vez y yo les dije que iban a ser una de las bandas más grandes de Hispanoamérica. Ahí pasaba algo muy interesante. Y se fue afianzando una amistad con los años, muy fuerte.
Tus canciones siempre impactan, como Quiero estar entre tus cosas.
Esa es una canción muy simple. Las ideas simples son las que te permiten hacer desarrollos que puedan terminar en algo complejo. Cuando se transforman en complicadas es porque fallaron. De lo complejo también se puede llegar a la sencillez, que es otra posibilidad. Arrancar sencillo es muy difícil, pero simple es bastante efectivo.
¿Qué ves en el panorama del rock nacional?
Está falto de cultura rock el panorama. No tanto de música, que hay. Luego, creo que fue un impacto lo de estos días. Los recitales por streaming no cumplen con el valor más fuerte que quedaba en el campo musical, que era la teatralidad. La gente no paga por la música, paga por ver conciertos, en los últimos años esa era una fuente tanto de ingreso para los artistas como de experiencia cultural. Eso está detenido en este momento. No creo que el streaming pueda cumplir esos requisitos. Es lindo hacerlo. Yo lo había hecho bastante antes del 2000. Con mi álbum, Tecno, transmitía por internet, pero nadie tenía mucho interés en esa tipo de situación. He visto cambiar totalmente el universo de lo que podríamos determinar el negocio de la música. Antes, hacías un disco y tocabas para apoyar al disco. Ahora, hacés un disco para poder tocar.
¿Cómo es revisar desde hoy cada álbum?
Me reconcilié con todos los discos que hice. Antes me los sacaba de encima. Me molestaban un poco. Sobre todo, y siempre, el anterior. Me molestó mucho mi segundo álbum solista, Cámara, podía haberlo cantado de otra forma. Pero con los años, viendo el efecto que tiene algo que hiciste en otros artistas, que se sienten influidos justo por ese disco. Entonces te das cuenta de que al final está bien que las cosas no tengan que cargar de tantas intenciones propias al pasado mismo. De todas maneras, estoy convencido de que resisto un archivo.