En el debut en Argentina de su proyecto animado, la estrella británica recorrió su discografía y presentó una larga lista de invitados, de De La Soul a Jehnny Beth de Savages
Van apenas dos temas del show de Gorillaz en el Festival BUE pero el público ya está completamente metido en el hechizo de Damon Albarn, coreando la melodía de calesita de “Last Living Souls” de Demon Days, el segundo disco del grupo, construido sobre un pianito de juguete que seguramente haya sido el que llevó a Liam Gallagher a definir a la banda como “música para nenes de 3 años”. Unos minutos antes, el guitarrista Jeff Wootton, un flaco desgarbado con una clásica cresta punk que también toca con Noel Gallagher, había maltratado a su instrumento en una versión agresiva de “M1 A1”, la canción distorsionada y rockera que cierra el debut de Gorillaz. Dos temas, nada más, y Albarn ya exhibió la amplitud bestial de su abanico de recursos.
Es la primera vez de Gorillaz en Buenos Aires, así que el tramo inicial del show está dedicado a saldar algunas deudas. Tocan el dub electrónico pegajoso “Tomorrow Comes Today” y el funky futurista “19-2000” (con el coro de seis voces negras tirando unos “la la la la la” en éxtasis), dos hits que revelan cómo el ex Blur es capaz de inyectarle ganchos pop a prácticamente cualquier ritmo. Después, los De La Soul suben al escenario para hacer “Superfast Jellyfish”, una joya de synthpop de Plastic Beach, el primer ejemplo de la noche de la visión de Albarn para sumar voces invitadas lejos de su zona de confort. Pero la voz que más brilla en ese primer tramo es la suya, que cierra el bloque con el tándem “On Melancholy Hill”/”El mañana”, dos baladas cósmicas que probablemente sean lo más cálido y dulce que haya escrito en su carrera.
“Quiero volver un poco a las sombras”, le decía Albarn a Rolling Stone en noviembre. “Es un poco arriesgado en un festival, porque podría perder al sector de la audiencia menos partidario, pero espero que el efecto final de todo eso –convertir el show más en una experiencia y menos en un ‘ey, miren qué buen frontman soy’– dé resultado.” Su plan se pone en marcha en la segunda mitad, cuando la banda finalmente se dedica a presentar los temas de Humanz, su disco más reciente.
Vince Staples sube a soltar su rap vertiginoso en “Ascension”, después de que el jamaiquino Popcaan apareciera en las pantallas durante “Saturnz Barz”. Peven Everett, una voz casi desconocida de la electrónica que Albarn rescató en el disco, también está en Tecnópolis y eleva el house soulero de “Strobelite”. Luego, es el turno de “Andromeda”, otro tema bailable al que el coro le da un matiz épico de música disco. En “Sex Murder Party”, el MC Zebra Katz y Jamie Principle (una leyenda del house de Chicago) comparten el micrófono. Es el pasaje más intenso del recital y, paradójicamente, Albarn casi desaparece del escenario, ocupando un segundo plano a consciencia y disfrutando del engranaje que construyó.
Esa dinámica de alejarse y acercarse del spotlight -o compartirlo, como con Jehnny Beth de Savages en “We Got the Power”- efectivamente hace que el show “respire”, como quería Albarn. Sobre el final, vuelve a cobrar protagonismo en una tanda de hits de despedida que incluye “Feel Good Inc.” y “Clint Eastwood”, dos temas de una época en la que el cantante se escondía detrás de los personajes diseñados por Jamie Hewlett. Esta vez, las visuales espectaculares del dibujante quedan limitadas a una típica pantalla detrás del escenario, sin demasiado lugar para el lucimiento. Sucede que Albarn encontró en sus colaboradores de carne y hueso un mejor lugar para refugiarse.
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