Damián Szifron habla de su película norteamericana, anticipa que habrá más Relatos salvajes y revela detalles de Los simuladores
A punto de estrenar Misántropo, el thriller con Shailene Woodley y Ben Mendelssohn que llegará a las salas el jueves, explica por qué no pudo llevar al cine la historia del Hombre Nuclear y cómo lo ha cambiado trabajar en Hollywood: “Ser uno mismo entraña un riesgo enorme”
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Hace diez años exactos, para esta fecha, Damián Szifron ocupaba todo su tiempo en la filmación de Relatos salvajes, la película argentina que más público llevó a los cines de nuestro país en los últimos 25 años, con casi cuatro millones de espectadores. Ahora está a punto de estrenar una nueva película, la primera que hizo después de este colosal éxito celebrado en la Argentina más allá del cine como un gran acontecimiento social, aplaudido en todo el mundo y nominado al Oscar.
Mientras no ocurre algo como lo que está por pasar el jueves 4, cuando llegue a los cines argentinos Misántropo (Misanthrope), el primer largometraje de su carrera que rodó en inglés y filmó en los Estados Unidos, Szifron prefiere el silencio mientras desarrolla ideas y encara nuevos desafíos en múltiples pasos al mismo tiempo. Así pasó durante casi toda la última década. Pero cada vez que decide romper estos largos silencios no deja ningún tema sin tocar. En una larga conversación con LA NACION, entre muchas otras cosas, cuenta con entusiasmo por qué le llevó tanto tiempo hacer esta película, explica su fallido proyecto de llevar al cine El hombre nuclear después de varias discusiones con los estudios Warner, confirma que a fin de año comienza a filmar la película de Los simuladores y revela que ya tiene escrito nuevo material para completar una trilogía cinematográfica alrededor de Relatos salvajes, proyecto que avanza a paso firme.
Lo primero que dice, para alejar cualquier duda, es que esta última década fue para él de todo menos ociosa. “Siempre escribo más de lo que dirijo. Tengo múltiples proyectos avanzando en paralelo y a mí me encantaría ser más prolífico y filmar más. Después hay que ver si la coyuntura lo permite: a veces sí, a veces no. Después de Misántropo enseguida se viene la película de Los simuladores. Pero antes, entre Hermanos y detectives y Relatos salvajes también pasaron siete, ocho años”, dice Szifron antes de viajar a China para presentar su nueva película en el Festival de Cine de Beijing.
Allí, del otro lado del mundo, pasa los días previos al estreno local de este thriller meticuloso, narrado con el espíritu de los grandes policiales de la década del 70, sobre un asesinato en masa ocurrido en la noche de Año Nuevo y la búsqueda del culpable por parte de dos verdaderos outsiders, un curtido agente del FBI (Ben Mendelsohn), a quien sus superiores miran todo el tiempo con desconfianza, y una joven agente policial (Shailene Woodley, también productora del film), dueña de una especial predisposición para entender qué lleva a una persona así a cometer esa masacre.
Szifron cuenta que empezó a pensar en Misántropo mucho antes de Relatos salvajes. “La primera anotación que tengo de la película es de 2010 –explica con lujo de detalles, como es su costumbre–. Lo primero que apareció es una idea visual, estética. Un tipo, una amenaza invisible e implacable disparando desde una azotea o un departamento durante un festejo masivo con fuegos artificiales que enmascaran esos mismos disparos. Hay personas que van muriendo y la gente, por todo el ruido de alrededor, no se da cuenta de lo que está pasando”.
-¿Pudiste haberla filmado aquí en la Argentina?
-No lo veía. No hay tradición dentro de la promesa de género que aparecía en esa imagen relacionada con la Argentina. No existe acá la tradición de gente que maneje armas de esa manera. Tampoco la de este tipo de asesinatos masivos. Dejé entonces reposando la idea, porque en ese momento no tenía mucha lógica para mí filmar fuera del país. Venía de hacer Hermanos y detectives y estaba armando una pequeña compañía para desarrollar ideas e historias. Hasta que se estrenó Relatos salvajes en Cannes y empezaron a ofrecerme filmar en todas partes. Muy especialmente en los Estados Unidos.
-Ahí reapareció aquella idea que tenías guardada.
-Cuando hablaba de las historias que tenía en la cabeza, la de Misántropo inmediatamente despertaba interés. No había muchas historias para llevar al cine en ese momento en las que el peligro fuese real, posible, verosímil, cotidiano. Como los policiales que yo amaba de chico como Halcones de la noche, Contacto en Francia o las películas de Harry el Sucio. Por eso le dieron la bienvenida al proyecto y me puse a desarrollar la idea.
-Pero no salió enseguida.
-En el medio pasaron dos cosas: la propuesta de hacer la película de El hombre nuclear y una sucesión de asesinatos en masa reales en Estados Unidos, cada vez más frecuentes y dolorosos, que empezaron a generar incomodidad en todas partes. Uno de los primeros ocurrió en Orlando, el mismo lugar en el que había situado la acción de Misántropo en mi primer borrador. Tuve que cambiarlo porque no podía hacerla en el sitio de una tragedia real muy parecida a la de la trama.
-¿Cómo siguió la historia?
-Primero me pasé a Atlanta, una ciudad típica, reconocida e importante de los Estados Unidos con una gran cultura corporativa. Ahí están Coca Cola, la CNN. Y mientras tanto aparecían más asesinatos en masa y debates sobre el uso de armas automáticas. Ahí me preguntan si en vez de un tirador el asesino podía ser un envenenador, alguien que contamina una planta de agua potable o una empresa alimentaria. Les dije que no, porque ya tenía definido al personaje central de Misántropo, un volcán que acumula resentimiento y presión durante toda la vida, entra en erupción y nadie puede pararlo. No podía pensar en alguien capaz de planificar un atentado de manera metódica y cerebral. Mi personaje era puro impulso. Escribí y escribí hasta que me dijeron que la película directamente no se podía hacer.
-¿De qué momento estás hablando?
-2017, 2018. Me decían que no había distancia para tratar desde la ficción un tema tan urticante que estaba casi todos los días en la tapa de los diarios. Existía el temor de que la gente se ofendiera, se indignara. Otro tema que molestaba es la humanización del personaje principal que sugería mi guion. Me decían que si la película se hacía, el personaje tenía que ser un malo sin vueltas, un monstruo castigado como tal. No había lugar para la comprensión, el acercamiento o a la empatía. En la película van a ver que no hay perdón ni glorificación, pero a la vez trato de entender por qué hace lo que hace. Todos los actos bárbaros que presenciamos también son actos humanos. Y no es raro que en una sociedad exitista y competitiva como la estadounidense, donde el fracaso es visto como una humillación tremenda, ocurran estas cosas. La última explicación es más terrenal: si se invertía dinero en esta película y antes del estreno había otra masacre no quedaba otra que levantarla. Había un gran riesgo financiero que generaba aversión.
-Sin embargo, cuando presentaste en Cannes el proyecto de Misántropo, ya confirmado, la película se vendió a casi todo el mundo antes de empezar a filmarla ¿había interés o no al final?
-La película no se podía hacer bajo el sistema de estudios de Hollywood. Hasta que apareció el productor Stuart Manashil y le acercó el guión a Filmnation, una compañía independiente que financia películas prevendiendo los derechos a distintos territorios. Ellos entendieron la idea: esta película habla de temas actuales, es valiente y la vamos a hacer. Ya teníamos comprometida a Shailene Woodley y la presentamos en 2019 en Cannes. Se vendió a todo el mundo menos a los Estados Unidos. En ese momento ningún distribuidor se interesó, ni chico ni grande. Con los recursos en la mano elegimos un lugar para rodar con incentivos económicos e impositivos y ahí apareció Montreal. Pasamos de Orlando y de un asesinato en masa el 4 de julio al invierno y a un festejo de fin de año. Allí en Canadá, cuando estábamos a punto de rodar, llegó la pandemia.
-¿Qué hiciste?
-Pensé primero en quedarme, total era un mes de filmación y podíamos esperar. Pero hablé con mi médico y me dijo que me volviera, que iban a cerrar el mundo entero por seis meses hasta que apareciera la vacuna. Me tomé el último avión a Buenos Aires con un miedo terrible y pasé el año y medio siguiente acá. Llegó un punto en el que ya no quería filmar. En los Estados Unidos no querían distribuirla, el tema era cada vez más urticante y había pandemia. Pero ya estaba vendida a todas partes y había que hacerla.
-¿No podía quedar en otras manos?
-La hacía yo o me hacían un juicio enorme, porque la compraron con el director de Relatos salvajes. Al final pude filmarla entre enero y febrero de 2021, un año después de lo previsto. No había vacuna y tampoco visas. Estuve lejos de mi mujer y de mis dos hijas durante cinco meses. Al final pude volver a casa con una película incompleta. Filmé algunas cosas en Buenos Aires para poder terminarla. Después me llevó mucho tiempo editarla.
-¿Pudiste hacer la misma película que tenías en la cabeza durante todos los años previos?
-En 2010, cuando todo nació, no tenía guion. En 2015 sí, pero lo que filmé al final en 2021 no responde del todo a aquel borrador. La gran diferencia pasa por el personaje de Ben Mendelsohn. Lo que le pasa en la película también es el fruto de mi experiencia reciente con el manejo interno de los estudios en los Estados Unidos. Misántropo es un drama institucional y el corazón de la película tiene que ver con la lucha de poder en el interior de una institución, en este caso el FBI. Y eso refleja o espeja las razones que también puede esgrimir el homicida. Para frenar una amenaza, proteger a la ciudadanía y llegar a la verdad, los protagonistas deben atravesar una serie de desvíos innecesarios por necedad, egoísmo, competencia y arrogancia.
-Una lucha por el poder.
-En un momento, Mendelsohn le dice a Shailene que el poder se disputa entre la gente que lo merece y la gente que lo adora. Es una pelea eterna que tiene que hacerse desde adentro. También me interesó mucho explorar las razones que llevan al homicida a quedarse afuera del sistema o a mostrar su incapacidad o falta de deseo para entrar en ese mismo sistema.
-Misántropo se filmó de manera independiente. ¿Te sentís más cómodo haciendo películas de esa manera?
-Lo que más me interesa del cine es el incentivo para la creatividad y el riesgo, algo que no aparece en el radar de los estudios. Quizás haya excepciones, pero parecen muy lejanas. No me siento cerca de Matrix en cuestiones visuales o estéticas, pero me pareció muy interesante en términos conceptuales. Es una película valiente hecha por un gran estudio. Pero es de las últimas con esa cualidad y ya pasaron unos cuantos años. Me pregunto desde allí qué película producida por un estudio tiene algo original, nuevo, revolucionario. Ahora la lógica es ver la película número 34 de un personaje que se va a encontrar con otro.
-El cine de superhéroes.
-Hay toda una generación que disfruta mucho de este cine y no quiero quedar como un quejoso, porque la idea en sí no me parece mal. A mí me gustaron mucho la primera película de Iron Man, la primera del Capitán America, también me interesó el Hulk de Ang Lee, una idea fallida y a la vez muy libre. No es que me moleste la abundancia, sino la falta de películas más cercanas a mis influencias como Asesinos S. A., Tarde de perros y hasta la primera Rambo, que tiene mucho en común con Misántropo y me sigue encantando. John Rambo es un tipo que fue a la guerra, arriesgó su vida y cuando volvió lo ignoraron, lo humillaron, lo maltrataron y por eso reaccionó a todo eso. Tuve la suerte de conocer a Sylvester Stallone y entablar amistad con él, me parece un artista brillante.
-¿Por qué se frustró el proyecto de llevar al cine la historia de El hombre nuclear?
-Después del estreno de Relatos salvajes, como te decía antes, me ofrecían de todo. Es normal que a un director extranjero al que de pronto le va bien le propongan toda clase de películas, hasta de superhéroes, como me pasó a mí. No hay nada raro en eso. Hay tanto material dando vueltas que sobran proyectos y faltan directores. Entre ellos apareció el de la película del Hombre Nuclear y me gustó. Había dos series que cuando era chico me encantaba. Esa y El increíble Hulk. Las dos mezclaban la acción y la aventura con cierto elemento nostálgico y sentimental muy interesante. Además, me interesaba mucho que el protagonista de El Hombre Nuclear fuese un superhéroe sin traje, un ser humano. Un día estaba en San Pablo presentando Relatos salvajes y vi desde la ventana a un tipo limpiando ventanas en el edificio de enfrente. Ahí pensé: qué bueno sería que ahora salte, caiga parado y siga caminando. Esa imagen me capturó.
-¿Cómo querías contar la historia de este personaje transformado a través de la tecnología biónica?
-Originalmente la película iba a ser producida por The Weinstein Company, cuando todavía la manejaban Harvey y Bob Weinstein. Ellos apoyaron de entrada mi idea de contar una historia profundamente anarquista, donde los villanos eran el Pentágono y el complejo militar-industrial. Ellos elegían a un patriota casi ciego, que cree profundamente en el sistema y que después de los atentados del 11 de septiembre estaba dispuesto a combatir al terrorismo en todo el mundo en nombre de Estados Unidos. Si iban a poner seis mil millones de dólares, como dice el título original de la serie, tenían que controlarlo por completo. Pero en medio de su transformación biónica ese hombre empieza a entender cómo funciona la maquinaria, de qué manera lo usan y poco a poco se va dando vuelta. Es como si el personaje de Bradley Cooper en Francotirador, la película de Clint Eastwood, se transformara en Julian Assange. Hasta que todo cambió cuando estalló el escándalo de Harvey Weinstein.
-¿Qué pasó a partir de ese momento?
-Ahí cayó la compañía y con ella este proyecto. Pensé que no se iba a hacer, pero la compró un estudio grande y quedé como guionista y director. Yo seguía con mi idea, contar una vez más, ahora con el Hombre Nuclear, la historia de Frankenstein. Alguien que no era en el fondo un hombre de verdad, sin intimidad ni independencia, controlado por corporaciones y gobiernos que veían a través de sus ojos y lo manipulaban. Mis referencias pasaban por el cine de Sam Peckinpah, de Michael Mann, de Paul Verhoeven. Pensaba en una película con violencia casi real como en La pandilla salvaje, La fuga, Colateral, Aristócratas del crimen. Con los perdigones volando por el aire después de cada disparo, como el cine de Peckinpah. Un drama de los 70 empaquetado en una película de acción más contemporánea. Ahí aparecieron los problemas.
-¿De qué manera?
-Primero necesitaban una calificación más benigna, apta para mayores de 13 años, y eso implicaba que no podía haber sangre. También empezaron a cuestionar mucho el guion. Se hicieron varias reescrituras que no me gustaban. Después me objetaron al villano. Querían que fuese algo más anónimo y anodino, un traficante de armas de Europa del Este por ejemplo, cuando lo que yo quería es contar algo más en línea con JFK, de Oliver Stone, un mundo conspirativo de gente con más poder que el presidente y todas las instituciones de la democracia. Se me vino la imagen de El viejo y el mar: había salido a buscar mi pez espada y cuando pensaba que me lo estaba llevando al puerto empezaron a devorarlo los tiburones. Poco a poco veía que el guion se transformaba en una película que no quería dirigir.
-¿No hubo vuelta atrás?
-Yo quería dirigir mi guion y la gente del estudio quería que yo dirigiera un guion que ellos controlaban. Les molestaba que yo no aceptara los cambios que querían aplicar. Así se fueron generando diferencias creativas cada vez más molestas e irreconciliables. Yo trataba de ser flexible con algunas cosas no esenciales como las cuestiones presupuestarias, pero no estaba dispuesto a aceptar que cambiara el sentido de lo que quería contar.
-Mark Walhberg iba a ser el protagonista. ¿Cómo te llevabas con él?
-Muy bien. Mark no tuvo nada que ver con lo que pasó. Con él tuve el trato más cordial. Fue súperamable conmigo. El problema era otro. Hubo un momento en que quedó clarísimo que el estudio no iba a producir la película que yo quería filmar. Hubo muchísimas discusiones internas, algunas muy fuertes, momentos de gran tensión. Fue un choque de frente. Por suerte estábamos en preproducción y no se había rodado nada. Hubiese sido todo mucho más feo con la mitad de la película ya filmada.
-Alguna vez dijiste a propósito de Relatos salvajes que al filmar ya tenías al público en tu cabeza. ¿Te pasó lo mismo con Misántropo, que finalmente se convirtió en tu primera película filmada fuera de la Argentina?
-Siempre la tengo. Esa audiencia me incluye también a mí y a mi papá, la persona que me enseñó a ver cine. El destinatario final de mi trabajo no es ni el productor, ni el dueño del estudio, ni el crítico, ni el programador de un festival, ni mis pares. Ni siquiera mi familia. Es la gente que pagó la entrada y se sentó en la butaca con el deseo de descubrir una historia. En este caso la de Misántropo, que me capturó y me subyugó con una vitalidad que se expresa en el amor al lenguaje clásico. Creo que ser clásico hoy equivale a ser fresco y original. No se ve muy seguido en el cine una historia que comienza y termina, con escenas que tienen su desarrollo, que trata de desentrañar una verdad, que tiene un clímax.
-¿Qué cambió en vos en estos últimos diez años?
-Mucho. O te sacás de encima determinados prejuicios, ataduras o exigencias que no responden a tus deseos más genuinos o te convertís en un monigote que trabaja para los demás. O en un espantapájaros. Ser uno mismo entraña un riesgo enorme. Yo no siento el miedo a no poder filmar todo el tiempo. No tengo esa necesidad. Quiero filmar lo que me interesa y en las condiciones que me permitan contar la historia que quiero. Me gusta escribir, me gusta la libertad de ver los amaneceres, de instalarme en algún lugar cinco días para pensar alguna historia. Soy bastante solitario, me gusta esa vida. La del director me gusta menos.
-¿Vas a terminar entonces como Quentin Tarantino, que después de filmar diez películas anuncia que va a retirarse del cine para dedicarse solamente a escribir?
-No lo sé. Tampoco fue así siempre. Las dos temporadas de Los simuladores, El fondo del mar, Tiempo de valientes, Hermanos y detectives pasaron en cuatro o cinco años. Cuando ocurre, ocurre. A veces tengo la necesidad de filmar sin parar. Lo que no tengo es la exigencia. Quiero florecer en mi propia naturaleza, poner ahí las películas, las historias, las series que tienen algún aprendizaje y alguna verdad para mí. Eso es lo que quiero compartir. Para mí es mucho más problemático lo que sobra, no lo que falta. Hay demasiadas películas, demasiadas series. No estaría mal que hubiera menos. Y mejores. No lo digo en términos objetivos. Van a ser mejores en la medida que le importen a quien las hace. Debería haber más espacio para el riesgo y también para lo que puede fallar. Hay un texto muy bello de Pasolini que habla de la necesidad de educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota.
-¿Te ves entonces hoy más cerca, por ejemplo, de escribir cuentos en la lógica de las historias de Relatos salvajes que de escribir o hacer una serie para alguna plataforma?
-Me sobran proyectos. Y no tengo tiempo material para todos. ¡Y a esta altura hay proyectos que también son contratos! Tengo acuerdos ya cerrados con proyectos que tengo que hacer, quiero hacer y los voy a hacer. Me interesa mucho en este momento la idea de producir películas para otros directores o directoras a los que siento que les cuesta encontrar un buen guion. En ese terreno creo que puedo ayudar.
-¿Para estrenar en cine o en streaming?
-A mí me interesa toda la ficción y también todos los vehículos que tenemos a nuestro alcance para transmitirla. Lo que menos me atrae es esa cosa del 3D, 4D o lo que fuera en términos de “evolución”. Una serie o una miniserie sí me interesan y en ese sentido las plataformas corren con ventaja: no hay publicidad, se ven bárbaro, hay calidad, llegan a todas partes. Por otro lado, la exhibición de cine no está para nada en su mejor momento.
-¿Y cuáles son esos proyectos?
-Tengo varios en carpeta. Uno de ciencia ficción urbana, una comedia dramática sobre la muerte y también una secuela de Relatos salvajes. Es un proyecto que vengo conversando con Hugo Sigman y Matías Mosteirín desde hace años. Estoy desarrollando dos versiones en paralelo acompañado por dos colaboradores de toda la vida, Esteban Student y Julián Loyola. A una la llamo Más relatos, más salvajes, y transcurre íntegramente en la Argentina, y a la otra Planeta salvaje, con episodios que se suceden en distintas partes del mundo, hablados en diferentes idiomas. Quizás se trate de una trilogía.
-¿Cuán avanzados están estos proyectos?
-En principio me estoy divirtiendo mucho escribiendo los guiones. Y más allá del regreso a estos dos universos invertí mucho tiempo creando material original, esencialmente series y películas, pero también algunos proyectos documentales e incluso de investigación, más experimentales, que quisiera materializar. Algunos pienso dirigirlos, y para otros quiero convocar autores y directores que admiro y colaborar con ellos. Crear una productora de contenidos es un sueño pendiente al que acaso le llegó la hora. También estoy pensando en armar una asociación civil con proyectos culturales y educativos sin fines de lucro. Y con un grupo de gente estamos pensando armar una nueva cadena de exhibición parecida al Metrograf de Nueva York o el BFI de Londres. Contar con un espacio con otra forma de ver cine, otro tipo de programación y estructura edilicia.
-Antes de todo eso se viene la película de Los simuladores.
-Está latiendo, es algo muy vital. En este momento, la película es una tabla de operaciones con todos los órganos afuera del cuerpo. Mi trabajo inmediato va a ser ensamblarlos. Es un proyecto precioso porque por un lado es como la vuelta al barrio, y por el otro tiene un riesgo descomunal, porque estamos abriendo un vehículo muy querido por muchísima gente. Las expectativas son altísimas y la gran pregunta que todos nos hacemos es para qué se vuelven a juntar, después de 20 años, en un mundo que evolucionó, pero es posible también que haya involucionado. En eso estoy.
-¿Ese mundo los necesita? ¿O no? ¿De qué manera?
-Están las dos cosas. Cuál es el motivo último por el cual deciden juntarse, cómo es el megaoperativo que arman y quiénes son sus víctimas. Pensar todo eso me genera mucho entusiasmo y mucha diversión. La historia está avanzando, está progresando. Estoy trabajando en ella junto a Patricio Vega, que fue un gran colaborador en la etapa original. Y me puse a revisar notas que fui juntando desde que terminó el último capítulo de la segunda temporada, allá por 2002. Nunca dejé de tomar apuntes para una potencial película. Ahora llegó el momento de usarlos.
-¿Hay plazos?
-Vamos a filmar la película a fin de año y la vamos a estrenar en 2024. Es una película pensada para el cine. Era una condición sine qua non para hacerla. La gente de Paramount y Viacom nos apoya, porque ellos tienen la misma idea. Y la gran novedad va a ser justamente esa: ver a Los simuladores en pantalla grande, algo que nunca ocurrió. Tengo mucho entusiasmo y mucha presión.
-Se están por cumplir diez años de Relatos salvajes. Sus historias quedaron en el imaginario colectivo de la Argentina y resuenan en estos tiempos de crisis, de situaciones crispadas, de chispas que pueden desatar incendios.
-No solo en la Argentina. El mundo es un caldo de cultivo permanente para situaciones que escalan tremendamente rápido, se salen de cualquier molde y generan algún hecho de violencia imprevisible y espontáneo. En este contexto una secuela tendría total sentido. La vengo escribiendo. Como te dije, tengo un montón de cuentos que perfectamente podrían integrar un nuevo volumen. Va a ocurrir.
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