Daisy May Queen: "Somos lo que comemos"
La locutora habló con LA NACION sobre su nueva vida en la India, cómo se convirtió en vegana, por qué no tiene pareja ahora y por qué es más feliz que cuando trabajaba en la radio
Hace poco más de tres años, Daisy May Queen renunció a su trabajo en radio y televisión, alquiló su departamento de Palermo, tomó sus cosas y se fue a vivir a la India. Algunos pensaron que volvería enseguida, pero no. Instalada provisoriamente en la casa de una amiga, Daisy recibe a LA NACION con un surtido de tortas veganas hechas por ella misma. Por un tema familiar, está por unos meses en Buenos Aires, pero ya extraña su casa en Rishikesh, donde vive sola y lleva adelante un emprendimiento gastronómico.
-¿Por qué volviste?
-Vine por mi papá, está enfermo y quería mudarse, entonces vine para ayudarlo. Como imaginé que iba a ser mucho movimiento el tema de vender una casa y comprar otra, planeé este viaje por seis meses.
-¿Qué vas a hacer además de ayudar a tu papá?
-Estoy haciendo talleres de pastelería vegana. Enseño a hacer tortas sin huevo, ni leche, ni harina... Me encanta. De hecho vivo de eso en la India. Tengo una pequeña fabriquita donde hacemos galletitas, muffins, tortas de cumpleaños.
-¿Ya sabías hacer eso antes de irte?
-Yo soy pastelera recibida desde hace unos cuantos año, siempre me gustó, pero era muy mala. Entonces, estudié y mejoré. Cuando me hice vegana dije: "¿Y ahora?" Tuve que empezar a estudiar los reemplazos, cómo le daba consistencia, cómo unía la masa... Es muy linda la pastelería vegana. Todos los ingredientes son súper nobles.
-¿Cómo es "hacerse vegano"?
-Yo ya era vegetariana y conocía a unos chicos de una ONG vegana que me venían a ver siempre a la radio. La primera vez que escuché algo fuerte y con argumentos sobre el veganismo fue de boca de ellos. Pero estaba a mil, con cincuenta millones de cosas, no tenía tiempo de ocuparme. Hasta que un día me senté y vi el video de cómo tratan a las vacas para sacarles la leche, casi me muero. Yo vivía tomando leche descremada, yogurt, me encantaba el queso y me sigue gustando, pero no lo consumo porque me parece injusto lo que hacen con las vacas. Me parece injusto que maten a los animales para sacarles la carne. Entonces hice un clic y no compré más esos productos.
-¿Fue fácil?
-Bueno, tuve que informarme. No podés largarte y decir "como todo lo mismo que comía antes, pero sin lácteos y sin carne". Tenés que aprender sobre alimentación y es cuestión de organizarse.
-¿Por qué los veganos tienen una imagen de "raros"?
-Hay de todo. Muchos veganos se sienten enfurecidos porque la gente no se da cuenta de lo que están haciendo con los animales y que la están envenenando con la alimentación. Porque la industria no quiere tu salud, la industria quiere plata.
-¿Sos activista también?
-Sí. El otro día fuimos al zoológico para pedir que lo cierren y abran un jardín ecológico. Los animales tendrían que estar en un santuario o en sus lugares de origen.
-¿Cómo reaccionó la gente?
-Muchos reaccionaron bien porque escucharon lo que les explicábamos. Estaban haciendo la cola y se fueron, otros no. Bueno, muchos no quieren entender. Y eso, de afuera, hace ver al vegano muy raro. Parece que somos omnipotentes como que siempre queremos tener la razón... ¡Y la realidad es que la tenemos! Que la quieran ver o no es su elección, pero esto está pasando.
-Tu cambio fue bastante drástico: dejaste los medios, tu país...
-Me bajé del caballo totalmente, antes era pura vanidad. Me gustaba pintarme, ponerme ropa de marca, salir a lugares lindos, conocer gente bella y joven, pero al cambiar la alimentación, me cambió todo. Somos lo que comemos.
-¿No aguantabas el sistema, la bajada de línea de los medios?
-Durante el kirchnerismo lo que pasó fue que se tomaron todos los medios. De una forma directa o de una forma indirecta, ya no eran medios de comunicación libres. Te imponían decir o no decir. Me llegó a mí que me dedicaba a la música y a la espiritualidad. "Esto debe ser grave", pensé. Y yo no tenía ganas de que me prohíban, por ejemplo, hablar de Monsanto o de semillas transgénicas.
-¿Qué encontraste en la India que te hizo sentir cómoda?
-Yo vivo en un oasis, que es Rishikesh, es una ciudad sagrada. Ahí las reglas son diferentes: no se come carne, no se toma alcohol, vive muy poca gente, la población está basada en monjes que fuman marihuana todo el santo día y que se conectan con lo divino. Es diferente la onda. Es todo mucho más tranquilo y el gobierno no se mete. Es como un mundo aparte.
-¿Cómo lo descubriste?
-Una vez me invitó la Embajada de la India a visitar cinco ciudades a las que no haya ido. Me dieron a elegir y fui ahí.
-¿Por qué te llamaba la atención ese país?
-No puedo explicarlo. Me sentía ahí en contacto conmigo más que en cualquier otro lugar. Entonces iba siempre de vacaciones, cada vez que podía. Y la última vez que fui conocí a un colombiano con quien tuve un romance, nada serio. Yo me volví y él se quedó en Rishikesh. Entonces me empezó a arengar para que vaya. Me arregló todo y viajé con un amigo, que me bancó tres meses. Cuando llegamos ya teníamos un departamento y toda la data de qué cosas hacer y adónde había que ir.
-¿Sigue vigente el colombiano?
-No, no. Fue un amor de verano. El me ayudó al principio, pero después se fue a recorrer el mundo y cada vez que vuelve a India, me visita.
-¿Enseguida empezaste a trabajar en India?
-No, los primeros ocho meses no trabajé. Había ido con la idea de abrir un restaurante, pero no fue posible siendo extranjera me salía todo más caro.
-¿Y cómo empezaste con el negocio de las galletitas?
-Un amigo indio me regaló un hornito eléctrico. Y empecé a hacer de todo: tortas, galletitas... todo vegano. Un día, de casualidad, el dueño de un almacén orgánico probó las galletitas y me pidió algunas para vender. Así empecé. Al principio hice poquitas, pero con el tiempo me empezaron a pedir más y más. Así que busqué ayuda y ahora tengo un socio indio y una empresa, Cookie Lady.
-¿Pensaste en hacer lo mismo acá?
-Sí y probablemente lo haría también gluten free.
-¿Volvés a la India?
-Obvio. Ya tengo el pasaje de vuelta.
-¿No extrañás la Argentina?
-Extraño la India, cada dos días hablo con alguien de allá.
-¿Tenés novio en la India?
-Tuve los primeros dos años. Salía con un chico que vendía CDs. Después no sé qué me pasó, si fue la postmenopausia o qué, pero empecé a poner la libido en otras cosas. Me di cuenta de que el amor no pasa por la pareja, si no por dar al mundo y a las generaciones futuras un mundo mejor. Gasté tanta energía en tantos tipos... Y siempre fui muy masoquista. Pero ahora pienso que sin un compañero también podés vivir muy feliz. Hace un año y unos meses que... nada. Ni siquiera tuve una cita. Estoy en Tinder, pero no pasa nada ahí. Son todos muy histéricos.
-¿Cómo ves a la distancia tu vida como comunicadora?
-Bien, la pasé genial, hice todo lo que quise hacer, fui a los lugares más insólitos. Pero es una etapa que ya pasó. Mucha gente me dice "sos una boluda, tenés un carrerón, un nombre, podrías seguir trabajando en la radio, ganar bien..." Y yo les digo "pero ahora soy más feliz". Vivo con muchísima menos plata de la que tenía antes y estoy más contenta. Entonces, ¿qué vale más?
-¿Te ofrecieron algún trabajo acá?
-No. En los medios de comunicación, a las minas después de los 40 les cuesta mucho seguir vigentes.
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