Cuentas saldadas con la voz de Teresa Berganza
El jueves por la noche, en la sala del Avenida, Teresa Berganza saldó la deuda que tenía pendiente desde el año pasado en que debió irse del país con una gripe a cuestas tras suspender su recital dedicado exclusivamente a compositores españoles.
Sin perder su impecable superficie de profesionalismo, una de las más grandes cantantes de nuestro tiempo se apoderó del público y lo llevó en un crescendo de dos horas de fervor a través de canciones de Jesús Guridi, Federico García Lorca, Joaquín Rodrigo, Enrique Granados, Joaquín Turina, Ernesto Halffter, Joaquín Nin y Manuel de Falla, todas generosamente condimentadas con el salero hispánico .
El estallido de entusiasmo con que culminó el recital (obligando a cantante y pianista a incluir media docena de composiciones fuera de programa) recordó a los veteranos el larguísimo aplauso con que los argentinos felicitaron a Berganza cuando cantó por primera vez entre nosotros.
Este mes, dos de los más importantes artistas españoles cumplen aniversarios de su vinculación con nuestro público. Días atrás fue Plácido Domingo y los 25 años desde su debut en el Colón. Ahora, Teresa Berganza celebra 30 años desde que en 1967 llegó para cantar el personaje central de "La Cenerentola", con el que ya había alcanzado celebridad internacional. Tenía entonces 32, la edad en que habitualmente madura una mezzo soprano, con la diferencia de que en ella, esto se dió a los 21.
El público argentino, que ya estaba bien advertido por sus discos, tuvo ocasión de confirmar una y otra vez su opinión porque ese año también actuó en el papel de Dorabella, ("Cosi fan tutte" de Mozart) y en un recital en que fue acompañada al piano por Félix Lavilla, entonces su marido.
Una tregua necesaria
Frente a su profesionalismo y a la seriedad con que encara cada interpretación, resulta difícil no pensar en las estrellas contemporáneas de la lírica, hombres y mujeres que hoy hacen una función en Londres, mañana en Estocolmo, pasado en Nueva York y rápidamente se embarcan en el vuelo polar para ganar un día y poder cantar en Tokio, sin treguas de ninguna clase y con riesgos notorios para su voz, el instrumento musical de mayor fragilidad.
En cambio, pocos cantantes en el mundo han conseguido una sobrevida vocal como Berganza, considerada entre las intérpretes más lúcidas de los últimos treinta años que además, nunca tuvo las características de la cantante tipo con sus excentricidades, su narcisismo o sus mezquindades. Lo menos parecido a una diva.
En aquel mismo reportaje de la revista española, cuando se le preguntó por cancelaciones de recitales, dijo: "Tengo mi conciencia tranquila, ya que si no he salido a cantar es porque verderamente estaba en muy malas condiciones. O, al menos, no estaba al cien por cien.
Y yo no sé cantar sin estar al cien por cien". Eso es lo que sucedió en Buenos Aires el año pasado, cuando Teresa Berganza hizo su recital en el Colón y luego canceló por enfermedad su actuación en el Avenida. El jueves pasado, fue muy notorio que sale al escenario sólo cuando tiene la seguridad personal de que está en condiciones de cantar dignamente. Esto alcanza para saber que Teresa Berganza tiene algo que han tenido muy pocos intérpretes en la historia del espectáculo musical: sentido autocrítico.
Entre aquel domingo de 1967 cuando cantó el personaje de Dorabella (con un color de gran encanto y una técnica de emisión muy poco común) y el próximo martes en que retornará al Colón para cantar lieder de Schubert, Brahms, Fauré y algunas arias operísticas, para todos nosotros, incluída Teresa Berganza, habrán pasado treinta puntuales años.
Sin embargo, por lo que ya pudo escucharse el jueves en el Avenida, esta intérprete no ha dejado de ser el privilegio artístico que siempre fue. Esa tan poco frecuente perdurabilidad en un intérprete, es algo que siempre ha fascinado a la gente y es también el verdadero motivo por el que no se mueve de su butaca cuando ella termina de cantar un recital.
Resulta difícil admitir que se vaya del escenario y rompa el hechizo. Es que con todos sus años de actuación no se advierte en ella ni un hilo de sombra sobre su entusiasmo, tal como sucedió el jueves en el Avenida.
Porque además de que nadie interpreta este repertorio con su autoridad y elegancia, nadie parece celebrar tanto la vida cuando canta canciones españolas.
Largo descanso entre la ópera y el recital
Después de su debut en Buenos Aires, Berganza regresó dos años más tarde para actuar en el estreno argentino de "La clemenza di Tito", de Mozart, en la que Berganza acuñó un modelo aún vigente con el personaje de Sesto. Esa misma temporada hizo otro de sus roles memorables: la Rosina en "El barbero de Sevilla". En 1970, realizó su última visita como integrante de elencos operísticos, nuevamente convocada por el Colón para cantar Mozart y Rossini con "La bodas de Fígaro" y "La italiana en Argel" tal vez, los dos picos más altos en la carrera lírica de esta cantante. Como en todos los casos anteriores, también compartió en Buenos Aires la escena con primeras figuras internacionales entre las que ella, invariablemente aparecía brillante y equilibrada.
En las dos visitas posteriores (1990 y 1996, como la actual) integró las temporadas de la Asociación Wagneriana y en esas ocasiones, la mezzo madrileña actuó exclusivamente como recitalista. ¿Había terminado su tiempo operístico? En el caso de Berganza era poco probable, salvo que ella misma se lo hubiera decretado. Porque desde siempre, esta intérprete alternó ambas actividades, el recital y la escena operística, como una demostración de su amplitud cultural. Hace poco declaró en una entrevista de la revista Scherzo: "Yo he hecho un cincuenta por ciento de ópera y otro cincuenta de recitales. Siempre he tenido un mes o mes y medio de ópera, quince días de descanso, un mes de recitales y otros quince días de descanso, porque no podía pasar de la ópera al recital y del recital a la ópera así como así. Al menos, ese es mi caso".