Alfonso Cuarón, sobre Roma: "Reviví momentos complicados de mi pasado"
Roma es la película ganadora del León de Oro del último Festival de Venecia. Roma es el film que los críticos, aun los que tienen reparos con ella, eligieron como el imprescindible de la temporada. Roma es la producción de Netflix nominada a tres premios Globo de Oro en las categorías de guión, director y película extranjera, y la finalista y favorita de los Oscar en el mismo rubro. Pero sobre todas esas cosas, Roma es la historia de una obsesión. La obsesión de Alfonso Cuarón, su director, guionista, director de fotografía y editor, por recuperar los recuerdos de su pasado, el relato de su infancia vivida en el barrio del título a través de la mirada y las experiencias de Libo, su niñera, que en la película se llama Cleo. Se trató de uno de los pocos cambios de lo estrictamente biográfico que hizo el realizador mexicano cuando pasó su historia por el tamiz necesario para transformarla en una narración tan personal, que desafía la idea del cine como arte colaborativo para volverlo una cruzada íntima, poderosamente individual y, al mismo tiempo, sorprendentemente universal.
Y por si faltara algo, Roma es también el salto al vacío y sin red que Cuarón dio desde la plataforma segura que le aportó su película anterior, Gravedad, el film protagonizado por Sandra Bullock y George Clooney por el que ganó el Oscar a mejor director y editor en 2014. Un salto que partió desde el espacio exterior para obligarlo por fin, dice, a explorar el complicado espacio interior. Ese que transcurrió –y de alguna manera a pesar del tiempo y las distancias sigue transcurriendo–, en su natal Ciudad de México, que sigue siendo la suya aunque no viva allí hace años. Más allá de que ya no sea como la recuerda ni como la reprodujo en su película con una meticulosidad visual notable, que bordea el exceso, un despliegue de virtuosismo cinematográfico que también podría inspirar tratados de psicología sobre el poder de la memoria y las posibilidades de transformar la propia historia en objeto de arte de consumo popular y global.
Y desde allí, desde México, habla ahora el director con LA NACION. Una charla que forma parte de la intensa campaña de promoción organizada para la película que incluyó una convocatoria en Twitter para que los espectadores organizaran su propio Romatón y lo compartieran en las redes, y proyecciones masivas en Los Pinos, la exresidencia presidencial de México convertida en centro cultural por su flamante presidente, Andrés Manuel López Obrador.
"Esta película fue un salto al vacío y sin red. Un proceso en el que no tenía la más mínima idea de cómo hacer la película. Realmente no sabía cómo hacerla. Pero avanzaba y lo iba descubriendo. Todo comenzó como un ejercicio de mi memoria y la confrontación de mis recuerdos con los de Libo, la persona en la que está basado el personaje de Cleo. Después de un año de conversaciones con ella me sumergí tres semanas a escribir un guión en el que no me detuvo ninguna consideración dramática y que resultó un guión que luego no compartí con nadie", dice Cuarón, que está acostumbrado a los saltos hacia adelante y a lo desconocido. Después de todo, cuando era un director novato, sólo con una película en su haber, decidió intentar suerte en Hollywood y se hizo cargo de la dirección de La princesita, un relato infantil basado en una novela clásica de la literatura anglosajona. La intrépida movida dio sus frutos. Una exitosa carrera como uno de los directores más solicitados y respetados de la industria del cine que incluyó un regreso a su país con …Y tu mamá también, después de la menos lograda Grandes esperanzas, una de las películas de la saga de Harry Potter, El prisionero de Azkaban; la celebrada Los hijos del hombre, y luego la consagratoria Gravedad. La película que ganó siete premios Oscar, lo que en Hollywood equivale a ganarse las llaves del reino. Claro que en el caso del director mexicano eso se tradujo en el permiso interno que necesitaba para finalmente, después de décadas, revisar su propia historia.
"Después de toda esa introspección tenía el guión que es el que llevé al rodaje. Idéntico. Y nadie tuvo acceso a él. Ni los actores ni mi equipo de trabajo. Mi obsesión era rodar en los lugares donde sucedieron los eventos o reproducirlos milimétricamente. Además de armar un reparto de personas física y, en lo posible, emocionalmente idénticas a la gente original. Hasta quería que estuvieran vestidos de la misma manera. Y necesité rodar en absoluto orden cronológico. Mi preocupación no era la estructura narrativa sino la creación de momentos. Quería que se pareciera a las experiencias que uno tiene en la vida. Tú no sabes lo que va a pasar mañana. Ni dentro de una hora tampoco", se entusiasma Cuarón y recuerda que en su cruzada por encontrar cada paisaje de su infancia, cada esquina y cada rincón de sus recuerdos tuvo que aceptar que esa ciudad de su memoria ya no existe. Y entonces decidió reconstruirla.
"Para recuperar esos lugares que tenían que aparecer en la película hubo mucho esfuerzo del equipo de arte y hasta se construyó el set más grande en el que yo haya trabajado. Fue el que utilizamos en las escenas en las que los personajes están cruzando una avenida de camino al cine. Eso está todo construido desde cero. No había ni pavimento", revela el director que se había empeñado en retratar, apiladas, casi superpuestas las capas de la vida cotidiana de una familia en proceso de fractura y el sufrimiento asordinado de Cleo, al mismo tiempo agente aglutinante y amoroso satélite, representante de ese mundo que existía más allá de la vida acomodada de la familia para la que trabaja. Y por las grietas entre una y otra realidad en paralelo en el film se filtra la realidad del México de los años setenta. Nostalgia que evita el sentimentalismo pero no escatima sentimientos. Unas emociones que Cuarón pudo mantener a raya hasta que al ver a su familia, su historia, en pantalla ya no pudo hacerlo.
"En un principio estaba tan preocupado por cada detalle, porque todo fuera exactamente como lo recordaba y por tener todos los elementos en la mesa que solo una vez que pasó ese trabajo caí en la cuenta de lo que estaba haciendo. Que estaba reproduciendo momentos complicados de mi propio pasado. Y a partir de esa conciencia la experiencia fue un poco más dolorosa. Lo cierto es que hasta el final no supe realmente como iba a resultar todo. Yo tenía un guión muy preciso pero sin embargo a cada escena le daba los tiempos y la duración que necesitaba porque quería honrar esos momentos, esos recuerdos", explica el director que no siempre imaginó el impacto que su personal relato tendría en el resto del mundo. Aunque sí estaba empeñado en que lo viera la mayor cantidad de gente posible, un objetivo que lo acercó a Netflix, que no solo le ofrecía el presupuesto que su visión requería sino que le aseguraba una audiencia global de más de 100 millones de suscriptores. Claro que antes de que el gigante del streaming estrenara la película estaba el circuito de festivales.Que comenzó con la decepción de Cannes y su rechazo a los films producidos por Netflix y continúo con el festival de Venecia que le brindó el premio principal y el amplio alcance de la película.
"Cuando terminamos Roma yo creía que había conseguido algo muy específico: la historia de una familia, de una mujer en un país y en un tiempo muy particular. Fue recién en el festival de Venecia, al final de la proyección y cuando llegaron los aplausos y la respuesta emocional de parte del público que comprendí que había algo más allí. Algo que genera la misma respuesta en todos los lugares del mundo en los que hemos presentado la película. Esa fue la gran sorpresa", relata Cuarón, que por todos los laureles que está recibiendo de la mayoría de la crítica, por todos los rumores sobre las nominaciones a los principales premios que se vienen también se encontró con cierta resistencia por parte de algunos espectadores que le critican a Roma esa misma especificidad de la que él se siente tan orgulloso. El lado oscuro de la distribución global y masiva que facilita Netflix aparece en esos comentarios que protestan que la película solo la pueden entender los oriundos del D.F.
"Es un argumento tan absurdo como decir que yo no puedo leer a Dostoievski porque no soy ruso. La mejor prueba contra eso es lo que está sucediendo con la película en todo el mundo. A lo mejor las maneras de entenderla es distinta para quienes viven o vivieron en el D.F., probablemente ellos tengan más niveles de lectura que el resto de los espectadores pero eso no quiere decir que no se pueda entender. La experiencia humana es una y la misma", concluye al director que bajó del espacio a la Tierra, a su tierra, para volar alto una vez más.
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